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REVERSIÓN DE FLUJO

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El contrato había fallado y la empresa iba a tener un perjuicio respetable. El jefe transpiraba y tenía en los ojos un brillo extraño. Mandó llamar al funcionario responsable por el fracaso. —Esto no puede continuar así, Meléndez. Usted llega tarde, deja trabajo pendiente, me coloca en situaciones ridículas con los clientes, ahora este desastre. Es mi última advertencia. O usted se endereza o será despedido. El pobre Meléndez tenía tantas cosas para retrucarle a aquel fanfarrón, decirle “usted es un maldito explotador”, “jódase si perdió dinero”, y tantas otras, pero no podía, sólo podía bajar por la escalera repitiendo “!jódase! !jódase!” le dijo al gurí que vino a mostrarle el globo cuando salía del elevador, antes de explotarlo contra la pared y el gurí que lloraba y las personas indignadas pidiendo la policía. Así fue que el funcionario llegó a casa para un rápido almuerzo. Su mujer había tenido una distracción y el almuerzo humeaba como un campo de batalla. Ahora no podía decir “¡

UN TRAJE PARA DOMINGO

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  Hacía algunos días que Domingo Peláez arrastraba aquel sentimiento fastidioso. Ahora se estaba volviendo paranoia. Alguien lo seguía. Pero su vigilancia nunca le devolvía pistas. Debía ser cosa de su cabeza. Primero fue en el parque Trianón, una tarde de calor. Podía afirmar que el hombre de boina negra leía el periódico mirándolo de reojo. Unos días después, manejando en la Vía Dutra, el sentimiento se repitió. Pero el retrovisor mostraba que no había otros vehículos próximos en la carretera. Más tarde, en el restaurante, alguien próximo  acompañaba su almuerzo.  Buscó en el shopping una tienda repleta con productos para el Halloween y compró una peluca, lentes negros, una la barba desprolija, bigotes y un chaleco de lana almidonada que le daba el aspecto de pesar cien kilos. Usaba ropas viejas y sucias que encontró en un bazar para mendigos. Quiso probar la efectividad del disfraz. Los ambulantes de la avenida no sospecharon. Cuando les preguntó si habían visto a Domingo, apenas di

MASA INFINITA

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  Las barcas relucían en la orilla. Subían y bajaban con la marea, soltando crestas de espuma sobre el agua negra. De las grúas colgaban las robustas cuerdas que las sujetaban. Pat escuchaba en pedazos la voz neutra del vigía desde la torre: — La noche está clara (...) la marea ha cambiado un poco de rumbo, pero continúa mansa. Temperatura estable, 24 grados ahora (...) En el mar acusa un notorio descenso…  Las poleas chirriaron cuando los cables de acero comenzaron el lento descenso de la gran lancha de proa abierta con un sólo mástil. Había sido acondicionada con una cabina para servir como crucero, haciendo las veces de un ferry o transbordador.  Tocó las perezosas aguas del puerto y quedó sujeta al ancla de una tonelada. El joven alférez Pat Morley se aprestaba a cruzar el estrecho en una odisea nocturna.  Pat pretendía probar sus condiciones de grumete sin valerse de ninguna ayuda, en una navegación a palo seco. Por eso había pedido la retirada del motor. El perfecto funcionamient

INVIERNO DEL DIECIOCHO

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La vela precipitaba sombras estiradas, como una odalisca que inventa figuras durante el tiempo de un gesto, de una única contorsión del cuerpo. En la quietud de la tienda, danzaban los velos de seda sueltos, flotaban sin peso. Dibujaban coreografías bizarras entre las grietas del tronco de nogal que nos servía de mesa. Estábamos terminando nuestra merienda, observando por la ventana el perfil del farol sobre las rocas más altas. Pasó una gaviota y se adentró en el mar. Totó estaba pendiente de la hora. Parecía preocupado por el retraso. Se dirigió a mí con palabras puntiagudas. —¿Has hablado con los otros? Ya deben haberse dado cuenta que andás etéreo, viajando en el viento, y poco hablás. —Bueno, vos me conocés desde que llegué a estos montes,¿verdad? Calibró el aire, como buscando respuestas afuera, entre los rosales. Después continuó: —Por eso sé que hay algo que te preocupa. La semana pasada te observé mientras conducías el grupo hacia la cañada. No parecías vos. Ni sabías por qué

DIVERTIMENTO

Era uno de esos días en que se sienten ganas de arrojar al bebé llorón dentro de la bañera, o plantar una bomba en la casa del vecino barullento que no te deja dormir y correr a refugiarte calculando la inclinación del sol para poder sacar la foto sin exceso de luz. Y es curioso pensar que cosas tan absurdas como éstas ya deben haber sido previstas y solucionadas en las reglas de cálculo de nuestros físicos y filósofos. —¿Será que ya no han sido incluidas en la Poética? —me dio por pensar—. Después de todo, allá está apañado casi todo, es como un horóscopo. Es ominosa e inflexible, como una versión apócrifa del Necronomicon citado por Lovecraft. Aristóteles también tenía sus manías de Procusto bien asimiladas. ¿No fue suyo el intento de meter al mundo en un cajón? Tal vez por eso el sarcófago había sido construido con madera durísima, con aquel cedro que sólo da en las faldas del Monte de los Olivos. Y así fue necesario tanto tiempo para que el cedro crujiera contra sus huesos. La made

LA ALEGRE FARÁNDULA DE LA ESTACIÓN

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  La fiesta hervía dentro del principal salón de fiestas de la villa. Los pobladores de San Juan festejaban el día de su Santo Patrón, mientras se preparaban para el plato fuerte del día: la llegada del tren que traía al único testigo del bárbaro crimen cometido en la capital. El gallego Joaquín y el gordo Barthes, los agentes designados para recibirlo, bebían café y pasaban el tiempo en una partida de truco con algunos clientes, en una mesa más apartada. El reloj de pared marcaba las cinco menos cuarto. Los dos agentes se divertían con la liberalidad de las improvisadas odaliscas, que bebían y danzaban con sus clientes ocasionales.  En la pequeña buhardilla del último piso, Matt y Bowles, los dos custodias, beben cerveza y juegan a las cartas. También esperan el tren. Han amarrado a Bob Cooper a una silla. Cooper es el presunto asesino de Pedro Fagúndez, ex-marido de la empresaria Samira Bené. Joaquín se preocupaba por la integridad física y mental de Cooper, que era maltratado por lo