REVERSIÓN DE FLUJO



El contrato había fallado y la empresa iba a tener un perjuicio respetable. El jefe transpiraba y tenía en los ojos un brillo extraño. Mandó llamar al funcionario responsable por el fracaso.


—Esto no puede continuar así, Meléndez. Usted llega tarde, deja trabajo pendiente, me coloca en situaciones ridículas con los clientes, ahora este desastre. Es mi última advertencia. O usted se endereza o será despedido.


El pobre Meléndez tenía tantas cosas para retrucarle a aquel fanfarrón, decirle “usted es un maldito explotador”, “jódase si perdió dinero”, y tantas otras, pero no podía, sólo podía bajar por la escalera repitiendo “!jódase! !jódase!” le dijo al gurí que vino a mostrarle el globo cuando salía del elevador, antes de explotarlo contra la pared y el gurí que lloraba y las personas indignadas pidiendo la policía.

Así fue que el funcionario llegó a casa para un rápido almuerzo. Su mujer había tenido una distracción y el almuerzo humeaba como un campo de batalla. Ahora no podía decir “¡jódete!” porque el jodido era él.


—¿Te das cuenta lo que has hecho, mujer? ¿No piensas que tengo que volver a la empresa sin comer? Ve si sirves para algo y llama al restaurante para que me traigan una marmita, al menos. Incompetente! ¡Retardada! 


Jaimito presenció todo como si fuese ajeno al drama. Continuó desplegando los camioncitos y las otras herramientas de su Mecano hasta que la madre intentó atravesar la obra en construcción. El pie perdió apoyo sobre la caja de una volcadora y el voluminoso trasero fue obligado a soportar más de cien kilos. 


—¿Vos sos loco? Siempre interrumpiendo mi trabajo con tus latas viejas. ¡Buen golpe me has causado! Ándate con toda esa basura para el cuarto. Estás en penitencia y no saldrás a la calle por una semana.


Jaimito se sintió desolado. Tendría que hacer de nuevo todo el difícil trabajo de montaje. Quiso decirle a su madre que era una bruja perversa y además, burra, porque había quemado la comida. Hasta quiso repetir ¡retardada! junto con su padre. Pero no podía. Entonces tuvo que llevar todo su ahogo para el cuarto junto con las piezas de su Mecano.

El escenario lo dejó erizado. Kitty, el gato, había derribado los envases de pintura que Jaimito usaba para crear sus collages. El piso era un pantano con todos los colores del arco iris. Los dibujos que habían quedado en la mesa no sobrevivieron. La propia mesa era una sopa donde flotaban bolígrafos y semicírculos empapados en aceite. El rapaz miró la obra y miró al gato, que temblaba escondido debajo de la cama. Miró sus ojos y vio allí guardados todos los colores. Una niebla brillante lo invadió. Como pudo se puso de pie y llegó tambaleando al sofá. Se dejó caer de espaldas. Lloró mucho hasta que se quedó dormido. Lo despertó el ronroneo del gato horas después. El animal le pedía disculpas y estaba con mucho miedo. Jaimito sintió la lengua áspera acariciando su oreja y la cabecita apretada contra su pecho. Kitty parecía querer meterse dentro de su dueño. 

Jaimito lo trajo contra su pecho y lo arrulló hasta que Kitty se entregó al sueño. El pibe pensó que una gran bendición había caído sobre los dos. Ahora tendría una semana entera para quedarse abrazado con su gato. De todos modos el piso estaba difícil de transitar.


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