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Mostrando las entradas de diciembre, 2022

LOS DÍAS DE TYSON

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  Llegaste a la Estación a comienzos de diciembre.Tenías un collar rojo que casi no se veía, escondido entre tus rulos negros y enredados. Pensé en un nombre y el primero fue Tyson. Me gustó, te caía bien. Ahora tenías un grupo de amigos nuevos, una cama, la comida y un nombre. Vos completabas la decena del bando. Hicimos una comilona y festejamos el acontecimiento con un paseo en la laguna. Me acuerdo que estabas nervioso, pero nuestro entusiasmo te contagió y así fue tu primera salida por las trillas. Fueron algunos días maravillosos. Vos me veías llegar y ya te preparabas. Habías aprendido con tus nuevos hermanos. Después del paseo eran las salchichas que coronaban la jornada y la reunión de la tropa bajo el techo de la parada de taxis.  Una tarde estábamos prontos para salir cuando te vi de lejos. Era algo extraño. No sentí tu alegría de las primeras veces. Me miraste y renunciaste a venir cuando te llamé. No le di mucha importancia. Todavía no estabas adaptado al ritmo de los otro

RASGOS DE FAMILIA

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  RASGOS DE FAMILIA El sol estaba alto mientras Bianca observaba a su hijo pequeño, Roni, jugando en el parque. Se deslizaba por el tobogán riendo y chillando, con los brazos abiertos pareciendo un ala delta. La diversión siempre terminaba un par de metros adelante, cuando caía sobre el colchón de arena fofa y tibia. Bianca se divertía y al mismo tiempo un gusto amargo se acumulaba en su garganta. Los movimientos de Roni parecían extraños. Temblaba y se retorcía, y su cuerpo se estremecía en contracciones. Se acercó a él, hablándole al oído para no preocupar a los otros.  —¿Estás bien, hijito?  Roni la miró con los ojos muy abiertos.  —No me encuentro bien, mamá —dijo con voz temblorosa. Bianca lo estrechó en sus brazos  —No te preocupes —le dijo tratando de tranquilizarlo—. Vamos a ver al médico y averiguaremos qué pasa. En la consulta del médico, los exámenes indicaron una rara enfermedad que afectaba a los  músculos. Roni luchaba a duras penas con su problema. Los espasmos llegaban

EL PÉNDULO DE SARA

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  S ara sólo conocía el bosquecillo desde el aire. Lo cruzaba de frente cada vez que el columpio bajaba zumbando por encima de las hayas del quintal. Soñaba con poder aterrizar en aquel oasis verde. Habría rincones escondidos, parajes menos transitados.  A pocos pasos del gran portón de hierro forjado, descubrió detalles que alteraban el cuadro y la dejaron con ganas de un contacto más íntimo. Los barrotes herrumbrados estaban trenzados con cables de acero y un candado. El terreno era delimitado por una valla de alambre de púas que su visión aérea nunca le había mostrado. Sara pensaba encontrarse con un cinturón metálico y cámaras ocultas. En su lugar, vio los alambres retorcidos detrás de un vertedero, como si alguien hubiese intentado romper el tejido y después desistido. La pequeña brecha resultante le simplificó la tarea. Separando algunos hilos de cable oxidado abrió un boquete por donde introdujo su cuerpo menudo. Se arrastró con cuidado evitando los hongos venenosos que se enros

EL RASTRO DEL CARACOL

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 EL RASTRO DEL CARACOL Anduvo esquivando charcos extensos como océanos, los destellos del pie de la estatua le parecían las cúpulas doradas de altas mezquitas. Se detuvo extasiado para ver las hinchadas ciruelas del verano y la parra todavía en flor. Los hongos pulposos turbaron su mente. Paró a medio camino en su travesía del porche y se quedó dormido. Esteban bajó la escalera que lleva directo al porche. Estaba muy atrasado. Se dejó resbalar hacia un lado para no aplastarlo y chocó con violencia contra la mureta. El local estaba amoratado y rápidamente hinchó. Furioso, lo recogió y lo arrojó por encima de la cerca para el baldío. Tony (que así lo bauticé para facilitar la historia) rebotó en una piedra y cayó sobre el césped con la coraza en pedazos. Parecía una babosa en desalojo, cargando los restos de su residencia. Tenía miedo de ser confundido con aquellas lombrices que los pescadores usan en los anzuelos. Pudo erguirse y, a pesar de maltrecho, se arrastró a un rincón escondido,

REVERSIÓN DE FLUJO

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El contrato había fallado y la empresa iba a tener un perjuicio respetable. El jefe transpiraba y tenía en los ojos un brillo extraño. Mandó llamar al funcionario responsable por el fracaso. —Esto no puede continuar así, Meléndez. Usted llega tarde, deja trabajo pendiente, me coloca en situaciones ridículas con los clientes, ahora este desastre. Es mi última advertencia. O usted se endereza o será despedido. El pobre Meléndez tenía tantas cosas para retrucarle a aquel fanfarrón, decirle “usted es un maldito explotador”, “jódase si perdió dinero”, y tantas otras, pero no podía, sólo podía bajar por la escalera repitiendo “!jódase! !jódase!” le dijo al gurí que vino a mostrarle el globo cuando salía del elevador, antes de explotarlo contra la pared y el gurí que lloraba y las personas indignadas pidiendo la policía. Así fue que el funcionario llegó a casa para un rápido almuerzo. Su mujer había tenido una distracción y el almuerzo humeaba como un campo de batalla. Ahora no podía decir “¡

UN TRAJE PARA DOMINGO

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  Hacía algunos días que Domingo Peláez arrastraba aquel sentimiento fastidioso. Ahora se estaba volviendo paranoia. Alguien lo seguía. Pero su vigilancia nunca le devolvía pistas. Debía ser cosa de su cabeza. Primero fue en el parque Trianón, una tarde de calor. Podía afirmar que el hombre de boina negra leía el periódico mirándolo de reojo. Unos días después, manejando en la Vía Dutra, el sentimiento se repitió. Pero el retrovisor mostraba que no había otros vehículos próximos en la carretera. Más tarde, en el restaurante, alguien próximo  acompañaba su almuerzo.  Buscó en el shopping una tienda repleta con productos para el Halloween y compró una peluca, lentes negros, una la barba desprolija, bigotes y un chaleco de lana almidonada que le daba el aspecto de pesar cien kilos. Usaba ropas viejas y sucias que encontró en un bazar para mendigos. Quiso probar la efectividad del disfraz. Los ambulantes de la avenida no sospecharon. Cuando les preguntó si habían visto a Domingo, apenas di