RASGOS DE FAMILIA


 RASGOS DE FAMILIA


El sol estaba alto mientras Bianca observaba a su hijo pequeño, Roni, jugando en el parque. Se deslizaba por el tobogán riendo y chillando, con los brazos abiertos pareciendo un ala delta.

La diversión siempre terminaba un par de metros adelante, cuando caía sobre el colchón de arena fofa y tibia.

Bianca se divertía y al mismo tiempo un gusto amargo se acumulaba en su garganta. Los movimientos de Roni parecían extraños. Temblaba y se retorcía, y su cuerpo se estremecía en contracciones. Se acercó a él, hablándole al oído para no preocupar a los otros. 


—¿Estás bien, hijito? 


Roni la miró con los ojos muy abiertos. 


—No me encuentro bien, mamá —dijo con voz temblorosa.


Bianca lo estrechó en sus brazos 


—No te preocupes —le dijo tratando de tranquilizarlo—. Vamos a ver al médico y averiguaremos qué pasa.


En la consulta del médico, los exámenes indicaron una rara enfermedad que afectaba a los  músculos. Roni luchaba a duras penas con su problema.

Los espasmos llegaban sin aviso, lo que le hacía caerse y tropezar en cualquier lugar.

El osteólogo prescribió el uso de un andador con arnés acoplado hasta recuperar la fuerza de los miembros inferiores.

No podía hacer deporte ni correr con los niños de su edad. Sin el aparato se movía con el andar bamboleante de un borracho; le costaba un enorme esfuerzo mantener el equilibrio.

Sólo lo aliviaba la presencia de su madre, que le contaba aventuras de sus muchos viajes a tierras lejanas mientras le aliviaba las gotas de sudor con el abanico de plumas.


Una noche, tumbado en la cama, sintió que sus músculos empezaban a palpitar, como si se estuvieran preparando para un evento extraordinario.

El momento había llegado. Se preparó sin pensar en más nada. Sus padres se sentirían orgullosos. Se levantó con firmeza de la cama. Sus piernas no temblaban. Cuando Bianca abrió la puerta, vio las ropas ahora inútiles desparramadas por el piso. Roni estaba de cara al ventanal abierto. Vio aquel cuerpo perfecto de pie sobre el dintel y dejó escapar una sonrisa pensando en el tobogán. Aquel hermoso parapente tornasolado había esperado el momento exacto para abrirse por primera vez delante de sus ojos. Con movimientos armónicos, el ave se elevó en la brisa mañanera.

En el barrio, por largo tiempo los vecinos comentaron que las alitas de Roni eran tan bonitas como las de su mamá.




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