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INVIERNO DEL DIECIOCHO

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La vela precipitaba sombras estiradas, como una odalisca que inventa figuras durante el tiempo de un gesto, de una única contorsión del cuerpo. En la quietud de la tienda, danzaban los velos de seda sueltos, flotaban sin peso. Dibujaban coreografías bizarras entre las grietas del tronco de nogal que nos servía de mesa. Estábamos terminando nuestra merienda, observando por la ventana el perfil del farol sobre las rocas más altas. Pasó una gaviota y se adentró en el mar. Totó estaba pendiente de la hora. Parecía preocupado por el retraso. Se dirigió a mí con palabras puntiagudas. —¿Has hablado con los otros? Ya deben haberse dado cuenta que andás etéreo, viajando en el viento, y poco hablás. —Bueno, vos me conocés desde que llegué a estos montes,¿verdad? Calibró el aire, como buscando respuestas afuera, entre los rosales. Después continuó: —Por eso sé que hay algo que te preocupa. La semana pasada te observé mientras conducías el grupo hacia la cañada. No parecías vos. Ni sabías por qué

DIVERTIMENTO

Era uno de esos días en que se sienten ganas de arrojar al bebé llorón dentro de la bañera, o plantar una bomba en la casa del vecino barullento que no te deja dormir y correr a refugiarte calculando la inclinación del sol para poder sacar la foto sin exceso de luz. Y es curioso pensar que cosas tan absurdas como éstas ya deben haber sido previstas y solucionadas en las reglas de cálculo de nuestros físicos y filósofos. —¿Será que ya no han sido incluidas en la Poética? —me dio por pensar—. Después de todo, allá está apañado casi todo, es como un horóscopo. Es ominosa e inflexible, como una versión apócrifa del Necronomicon citado por Lovecraft. Aristóteles también tenía sus manías de Procusto bien asimiladas. ¿No fue suyo el intento de meter al mundo en un cajón? Tal vez por eso el sarcófago había sido construido con madera durísima, con aquel cedro que sólo da en las faldas del Monte de los Olivos. Y así fue necesario tanto tiempo para que el cedro crujiera contra sus huesos. La made

LA ALEGRE FARÁNDULA DE LA ESTACIÓN

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  La fiesta hervía dentro del principal salón de fiestas de la villa. Los pobladores de San Juan festejaban el día de su Santo Patrón, mientras se preparaban para el plato fuerte del día: la llegada del tren que traía al único testigo del bárbaro crimen cometido en la capital. El gallego Joaquín y el gordo Barthes, los agentes designados para recibirlo, bebían café y pasaban el tiempo en una partida de truco con algunos clientes, en una mesa más apartada. El reloj de pared marcaba las cinco menos cuarto. Los dos agentes se divertían con la liberalidad de las improvisadas odaliscas, que bebían y danzaban con sus clientes ocasionales.  En la pequeña buhardilla del último piso, Matt y Bowles, los dos custodias, beben cerveza y juegan a las cartas. También esperan el tren. Han amarrado a Bob Cooper a una silla. Cooper es el presunto asesino de Pedro Fagúndez, ex-marido de la empresaria Samira Bené. Joaquín se preocupaba por la integridad física y mental de Cooper, que era maltratado por lo

LOS TRASTORNOS DEL BOTOX

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  Sentado bajo la sombra amplia del parasol, al borde de la piscina, Samuel bebía distraído su refresco viendo allá abajo la bahía, donde algunos bañistas desafiaban la canícula del mediodía. Los pasos que se aproximaron desde atrás, por la senda de pedregullo, lo arrancaron del ensueño. Antes de darse vuelta, escuchó una voz familiar: —¡ Hola, profesor Romero! Él vio la cara que no reconoció, con la voz de su viejo amigo, Jaime, uno de los mozos encargados de atender a los turistas en el área de la piscina. Por una fracción de segundo, Samuel lo miró con los ojos vacíos. Pero su reacción fue muy rápida y respondió con naturalidad fingida —Ah, hola Jaime. Me agarraste distraído. Miraba los juegos de los niños en la piscina. Se quedó pensando si el otro había percibido algo. No. Fue una disculpa razonable; un lapsus que a cualquiera le ocurre. El calor. La sed. La cabeza no trabaja como de costumbre. Pero aquel rostro. Quiso acordarse del verdadero rostro de Jaime y no pudo. Prefirió co

EL VIENTO POR LA COLA

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  Algunos Hiperbóreos se habían adelantado a la invasión y ya se les podía ver entre las rocas, como lagartos estirados al sol. Se arrastraban con torpes movimientos de búfalos en celo y miraban con aprensión hacia el Domo. Venían disparando del crudo invierno del norte, y comenzaban a organizar sus fuerzas para el ataque. Una bandada de gaviotas surgió de la nada, eyectada por invisibles conductos de energía, y un segundo después se evaporó. Cerca, un poco más al sur, un grupo de hombres-caimán con cabezas de ave provistas de garfios y cuerpos humanoides, nadaba en un pequeño lago.  Los dos grupos aguardaban la llegada de sus clanes con una meta definida: la destrucción de la campana energética, donde se protegía en condiciones complicadas la colonia de los Extranjeros. La veían como un visitante inoportuno y prepotente. Y se querían deshacer de ella. En la salida Norte estaba el Centro de Comando, donde la costa se repliega en una cala diminuta. Jeff Orklon y Dart Lukor, los ingenier