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SILUETAS EN UN BALDÍO

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El invierno se estiraba bajo la máscara de una calma mentirosa . La huelga de profesores había colocado a toda la gurisada del ciclo secundario ante la inminencia de perder el año. Para los que estábamos en edad de entrar en facultad la situación era todavía peor. Repetir el último nivel de la serie intermedia significaba la pérdida de opciones de trabajos de medio turno que a muchos nos ayudaba a costear los estudios. Nuestra libertad se había restringido muchísimo. Las actividades callejeras, que eran el alma de la convivencia diaria, estaban ahora limitadas a unas pocas horas de reunión en la esquina de Simón Bolivar y Palmar, el eje de nuestro mundo. Allí discutíamos los partidos del fin de semana por el Campeonato Uruguayo y decidíamos la formación del equipo para enfrentar al barrio vecino el domingo siguiente. Durante el horario noble de la televisión, entre las ocho y diez de la noche, estábamos casi siempre reunidos alrededor de la tele en la casa del gordo West. Yo nunca per

LA PRESENCIA SECRETA

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Estimado Don Alejandro: En virtud de  haber pasado por cierta experiencia interior inesperada antes de llevar a cabo la ejecución de nuestro último contrato, y viéndome así impedido de cumplir con mi parte en el mismo, ruégole aceptar mis disculpas y espero que entienda que existen pesadas razones para mi desistencia. Dejo junto un sobre con el cheque por U$ 50.000,00 que había recibido como adelanto por la realización del servicio atentamente Carlos Marín Fue así que terminaron mis días como sicario. Y los motivos que me empujaron a ese drástico cambio no tienen nada de triviales. Después de tres matrimonios fracasados, con sus respectivas secuelas de hijos complicados y ex-esposas creando todo tipo de problemas, yo estaba sin casa ni familia y ganándome la vida con changas ocasionales que mal daban para pagar las necesidades mínimas. Un día topé con un anuncio en la sección de Clasificados de “El País” que me llamó la atención. "Hombre maduro se necesita para ejecución de

LA ESFINGE

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  El camión de mudanzas estacionó en la puerta del condominio y cuatro hombres robustos bajaron la esfinge en una plataforma redonda de madera. Maniobrando con extremo cuidado la depositaron en la entrada, a la izquierda del portón principal. La esfinge movió los ojos en señal de aprobación y esbozó una sonrisa. Sus parientes habían decidido traerla para que pudiera pasar el bonito domingo de sol en los jardines del pesquero. Ella estaba exultante. Se imaginó tostándose bajo todo aquel sol, y tal vez después hasta la llevarían a ver el atardecer en los estanques. Se habían cuidado todos los detalles para un día perfecto. Hasta habían traído una cabina de plástico transparente muy bien equipada, de modo que en caso de una lluvia imprevista podría continuar disfrutando el paseo sin tener que mojarse. Todo marchó a las mil maravillas hasta que Max y Zilú descubrieron la invasión de su rincón preferido en el jardín, cosa que los dejó bastante contrariados.  Max estampó su protesta de una f

LA ESCARCHA EN LOS CIPRESES

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  Primero se confundió con la blancura impecable de las sábanas, que se disolvía perdiendo los contornos en el mismo clamor brillante del techo y las paredes. Si no fuese por el goteo insistente de los tubos de vidrio encima de su cabeza, habría demorado más para entender que estaba sujeta a una cama de hospital. Casi no podía mover la cabeza y su cuerpo estaba cubierto de vendas apretadas. Vio ampollas conectadas a sus brazos por medio de mangueras transparentes. El gusto a jarabe le trajo la primera sensación de náusea. El pecho le ardía con heridas lancinantes, cual si hubiese sido rasgado por las zarpas de un animal salvaje. Pero claro, ella sabe que no hay animales en aquel lugar, excepto algunas ratas hambrientas y los perros abandonados que duermen entre los matorrales. Alguien le introdujo un caño de plástico en la boca y la obligó a beber un líquido agrio que le hizo emitir una sonora arcada. Escuchó el resonar familiar de los cristales y aspiró el olor del cloroformo. Entran

UN AVATAR EN LAS RIBERAS DEL RÍO PEQUEÑO

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  UN AVATAR EN LAS RIBERAS DEL RÍO PEQUEÑO                      Una red bajo el campo Hay momentos en que la realidad parece desflecarse, como la orilla malograda de un tejido viejo. Y las hebras no apenas se van desgarrando secretamente de la trama. Una vez libres, ellas se buscan, se acosan en una fiebre lujuriosa por agarrarse, por la voluntad de otra vez ser parte de algo, de qué, quién sabe, algo que las aborde, que las traiga de vuelta a la vida encarnadas en nuevos cuerpos y las adorne con unas prendas radiantes y las abrace…” El clima apaciblemente impreciso de la novela me estaba provocando sueño. El ambiente conspiraba. Era una de aquellas noches de final de verano donde parece no moverse nada, ni el aire, ni el sueño, y vos estás con tu ordenador revisando la secuencia equivocada de un cuento que se resiste y de nuevo te pierde, de frente para una ventana que encuadra los cerros próximos, la luz de un avión, un relámpago, la danza anónima de los eucaliptus, pareciendo que el