UN AVATAR EN LAS RIBERAS DEL RÍO PEQUEÑO


 


UN AVATAR EN LAS RIBERAS DEL RÍO PEQUEÑO 


                   


  1. Una red bajo el campo


Hay momentos en que la realidad parece desflecarse, como la orilla malograda de un tejido viejo. Y las hebras no apenas se van desgarrando secretamente de la trama. Una vez libres, ellas se buscan, se acosan en una fiebre lujuriosa por agarrarse, por la voluntad de otra vez ser parte de algo, de qué, quién sabe, algo que las aborde, que las traiga de vuelta a la vida encarnadas en nuevos cuerpos y las adorne con unas prendas radiantes y las abrace…”


El clima apaciblemente impreciso de la novela me estaba provocando sueño. El ambiente conspiraba. Era una de aquellas noches de final de verano donde parece no moverse nada, ni el aire, ni el sueño, y vos estás con tu ordenador revisando la secuencia equivocada de un cuento que se resiste y de nuevo te pierde, de frente para una ventana que encuadra los cerros próximos, la luz de un avión, un relámpago, la danza anónima de los eucaliptus, pareciendo que el propio monte se sacudiera las tinieblas. Y los perros quieren salir. Se me ocurrió que mi  cámara nueva podría ser merecedora de esta hora íntima y solitaria, mucho más que esa historia que no avanza y me mira con la boba luz sepia de la pantalla.

Mientras avanzaba abriendo la maleza, pensé que podría haber tenido cualquier otra idea mejor para testar mi cámara que salir justo en una noche sin luna a pasear entre los estanques para seguir a mis perros a corta distancia en una de esas escapadas nocturnas que ellos adoran. Yo quería poner a prueba la nueva Nikkon equipada con un mecanismo especial de visión nocturna que ni sabía cómo funcionaba. En la tienda me habían dicho que los filtros tienen que ser reprogramados de continuo. El foco es tan sensible al movimiento que se desvía con la mayor facilidad, no se puede andar muy rápido porque la lente tiembla y el cuadro se pierde, la luz rebota y todo es tan problemático. Pero yo los sigo, quiero verlos mojándose en la llovizna de la madrugada, entre las plantas, teniendo extremo cuidado para no tropezar con las caprichosas raíces de las acacias que súbitamente pueden convertirse en portales traicioneros. Y hay innumerables portales desparramados entre las arboledas, entradas de holograma o de agujeros de gusano donde acaso ocurran cosas insólitas o inexplicables, como intentar entrar en la casa subiendo la vieja escalera de madera del porsche y acabar pisando una rata muerta sobre los adoquines de la Via Apia durante el último viaje a Roma. Esas cosas que ocurren como de la nada, como el grito de la lechuza antes del trueno, que provoca la consecuencia absurda e infinitamente distante de la distracción que hace quemar el café en el fogón.

Yo los sigo vigilando mis pasos. Los voy dibujando en el aire, modulando la niebla que se confunde con el vapor caliente subiendo de los canales para después desparramarse perezosamente sobre los charcos. Alguien silba una canción de cuna en los establos. Los gatos nerviosos han maullado en el portón. Es la hora en que Andrómeda resbala soñolienta por el sur, describe un arco enorme y flota sin peso hasta apoyarse en las frondas más altas de los pinos. Majestuosa, deja ver su perfil de bailarina enroscada en un velo plateado. Hasta que la parra se recorta en el foco de luz, le extiende sus brazos y la posa delicadamente sobre el agua, arrullada por el canto de las ranas. 

Ellos insisten en llevarme hacia la cañada que baja hasta las Grutas. Así llaman los lugareños a un grupo de  túneles que se abrieron todos de una vez luego de las masivas lluvias de principios de año. Nadie conoce exactamente la profundidad de esos pasajes, que forman una intrincada red debajo del campo principal donde pastan las vacas y los caballos. Se calcula que por la porosidad y el alto índice de drenaje del suelo, deben alcanzar varios metros de altura. Con respecto a su extensión, algunos afirman que ellas llegan hasta la represa, río abajo.

El cotilleo popular siempre acaba tramando intrincadas fábulas y pronto los más imaginativos se apresuraron a difundir rumores de que cosas demoníacas debían estar ocurriendo en esas soledades, a juzgar por los extraños cánticos y lamentos que habrían sido escuchados en ciertas  noches de luna nueva. Sacrificios de animales, rituales satánicos, orgías plagadas de drogas, todas esos tópicos pronto se sumarían a las habladurías de la chusma del vecindario. Ellos forman parte de cualquier tradición folklórica que se precie. Las cosas llegaron a tal extremo que alguien (y es siempre ese alguien que nunca se sabe quién es) llegó a afirmar haber visto un becerro o tal vez un ciervo decapitado cerca de los estuarios del río.

Desde lo alto del terraplén busco el ángulo ideal para una buena toma de las pavorosas bocas de los subterráneos, semicubiertas por malezas y que con certeza sólo los perros conocen. Venía un tufo extraño desde el interior. Mis compañeros lo percibieron en el acto. Era nauseabundo, de una fetidez tal que ellos se retiraron unos metros, negándose a avanzar. Esa fue la primera de una serie de ocurrencias extrañas. La otra vendría algunos minutos después, cuando ellos regresaron de un corto paseo de reconocimiento. 

Los vi aproximarse asustados y nerviosos, mirando hacia atrás con aprensión. Max traía algo en la boca. Y lo que vi no era nada animador. Era parte de la pierna de un animal, que había sido cortada por la mitad. Los dos estaban sucios de sangre y jadeando. 

Parecía que las cosas resbalaban por un plano inclinado imposible de controlar. La visión de Max con aquella cosa en la boca se asoció en mi cabeza con el olor que venía de la entrada de la depresión y esto llevaba directamente a los curiosos comentarios sobre los sacrificios. Apenas llegamos a casa cuando ya era bien avanzada la madrugada. 

Las varias dudas que me había dejado la breve excursión me hicieron pensar en la opción de valerme del drone que acababa de llegar esa misma mañana en una encomienda herméticamente cerrada directamente de la fábrica. Mientras leía el manual de instrucciones básicas para su manipulación, pensé divertido que su primer vuelo no tendría que ver con ninguna actividad recreativa, el motivo original por el cual había decidido adquirirlo. Por el contrario, iba a ayudarme en la investigación de algo oculto que yo no conseguía definir, pero que ahora flotaba sobre mi cabeza como una sombra traicionera.

Preparé la maleta junto con el teclado portátil accesorio para orientar su vuelo y me dirigí de nuevo al campo. Esta vez tomé la precaución de dejar a Zilú y Max en casa, desconfiado con la noche muy oscura y los eventos extraños que andaban ocurriendo por aquellos parajes. Me acomodé en un el medio de un claro entre los pinos y desplegué la antena. Al toque de un botón el aparato comenzó a subir obediente, emitiendo apenas un murmullo de bajísima intensidad. Alcanzó las puntas superiores de los pinos y continuó su ascenso hasta llegar cerca de los cien metros de altura, donde su discreto motor ya no era audible. Lo dejé dar tres vueltas completas en espiral, llevándolo hasta el borde de su alcance máximo, alrededor de un kilómetro de radio. En ese momento conecté su visión infrarroja, para tener una idea más exacta de todo el terreno circundante. Lo que entonces vi me hizo dudar de mi propia sanidad. Toda el área debajo del campo era una red de cuevas semiinundadas de diferentes tamaños y profundidades. La torrentera había abierto fosos intercomunicados por estrechos pasillos irregulares algunos de cuyos tabiques amenazaban desplomarse. Aquellos que ya habían cedido a la fuerza de las aguas acabaron originando grandes lagos sumergidos con orillas de barro casi líquido, mezclado con una turba oscura en la que sería fácil desaparecer sin dejar rastro. 

La complejidad de la cripta era enorme, un complicado tejido de curvas y vestíbulos. Vi barrancos por los cuales se podía resbalar pero que no permitían volver a subir. Otras veces los pasajes se afinaban tanto que la travesía era casi imposible. En estos puntos existía el riesgo de quedar trancado en un desfiladero sin ser capaz de girar el cuerpo. Condenado a no poder avanzar ni regresar, el desdichado estaría sujeto a morir enterrado vivo. El cuadro entero era una monumental telaraña entretejida por un sistema de paredes delgadas, algunas ya vencidas por el peso del agua, pero otras muy firmes todavía, resistiendo a la presión desencadenada por enormes cantidades de lodo. Pabellones profundos se abrían como bocas insaciables, separadas por finísimas mamparas de detritos prontas a romperse en cualquier momento.

Los bordes y crestas próximos a la superficie, relativamente secos, sostenían la precaria estructura de las cúpulas. El área no había sido totalmente inundada porque la avalancha había forzado vías de desagüe hacia las entrañas de la tierra, aprovechando las perforaciones del suelo. Eso garantía un drenaje rápido, por lo menos hasta alcanzar algunos metros de profundidad. El aparato volaba describiendo círculos cada vez más abiertos, registrando todo el perímetro del campo hasta los 5 km de alcance máximo de su visión. 

Mi pantalla recibía las imágenes de un paisaje desolador, que aparecía igual por todos lados y continuaba después en dirección al mar, circundando el cauce del río hasta perderse de vista. En efecto, era bien posible que el sistema de  cavernas se extendiese hasta las inmediaciones de la represa.

De repente el aparato de radar de la máquina comenzó a soltar una serie de insistentes pitidos. Estaba registrando movimientos bajo la superficie con su poderoso visor de frecuencias ultracortas.

Obviamente no había criaturas vivas dentro de las profundidades. La cámara térmica del aparato no registraba ninguna emanación de calor. Pero las señales de actividad eran evidentes al observar la alteración ilógica de áreas de diferente densidad, que mudaban constantemente de forma y de posición. Cualquiera que fuese la naturaleza de lo que se desplazaba allá adentro, lo hacía de una manera desordenada, caótica, con pasos irregulares y cambiando de dirección de forma imprevisible. 

Volví a casa cuando ya casi amanecía, con la memoria del drone llena de fotos y un vídeo de 10 minutos tomado intencionalmente desde una posición fija que mostraba sin la menor sombra de duda la presencia de oscilaciones dentro del área sumergida.


2. Zacarías


Sentí que era el momento cierto de pedir ayuda a Zacarías, mi amigo especialista en invenciones tecnológicas, con el que ya habíamos vivido algunas aventuras inolvidables entre los recovecos de la Sierra del Mar.

Zacarías estaba trabajando en unas reparaciones que él mismo definía como muy importantes en Tyson, su robot personal y el motivo de mayor orgullo de su vida de inventor. Tal como yo esperaba, se fue mostrando cada vez más intrigado. Al saber el motivo de mi visita, luego de escucharme con atención, comenzó a pedirme detalles sobre algunos aspectos que le parecían sumamente misteriosos.

Zac era altamente considerado especialmente dentro del área de la robótica y la nanorobótica. Después de años de pesquisas en el MIT, en California, había resignado la fama y el dinero que el Instituto le proporcionaba. Existían discrepancias abismales entre su trabajo y los patrones habituales de investigación practicados por allá. Un día pidió las cuentas y se marchó, dejando a todos de boca abierta. Pero no sin antes robarse una lista de piezas de última generación, valiéndose de influencias y apelando sin el mínimo pudor a la práctica del soborno. Una vez de vuelta a Brasil se comprometió con la guerrilla latinoamericana y de esa forma vinieron la persecución política y los años del presidio, usados en su mayoría en el perfeccionamiento de su creación. Y por último, el momento en que iría a ponerla a prueba:  la fuga del cuartel de Quebrada Vieja, de la cual yo mismo formé parte junto con un par de tupamaros de la antigua guardia. Nunca dejamos de comunicarnos después de esa aventura. Mi pasión por ciencia me empujaba a buscar siempre nuevas informaciones, que conseguía a manos llenas durante nuestras largos encuentros en su taller secreto embutido en plena selva, donde trabajaba el día entero con dos ayudantes de su confianza. 

Zac me habló de las últimas novedades con respecto al robot. Finalmente se había animado a injertar células tronco de origen animal en el complejo circuito neuronal de Tyson, de manera que ahora éste era un verdadero cyborg. Esto le había permitido a mi amigo desarrollar mejoras dentro del campo de su especialidad, la Inteligencia Artificial. Si bien Tyson continuaba siendo básicamente una bola con cuatro extremidades que recordaban vagamente una complexión humana, ahora estaba equipado con nuevos dispositivos de vuelo, sofisticados algoritmos que le permitían actuar más rápido en situaciones críticas y procesadores tan avanzados que daban la impresión de poder anticipar decisiones en fracciones de segundo. Como yo ya sabía por cuenta de nuestra última aventura, eso podía significar la diferencia entre la vida y la muerte. Las actualizaciones no paraban por ahí. Los dedos de las manos se habían afinado y ganado mejores articulaciones. Ahora él era capaz de manipular mejor los objetos y hasta de digitar mensajes de texto con extrema facilidad en su pequeño teclado embutido en el brazo izquierdo.

Zac andaba preocupado con otro tipo de problemas. Mismo con el perfeccionamiento en el sistema de vuelo, conseguido por la implantación de un par de baterías de plutonio casi invisibles dentro del cerebro cibernético, él no conseguía hallar una solución para los defectos en el campo antigravitacional. En situaciones críticas, el androide ya había sido capaz de levitar simultáneamente varias personas y transportarlas para fuera de situaciones de riesgo en cuestión de segundos, como ocurrió varias veces durante nuestra escapada del cuartel. 

Ahora ese dispositivo estaba trabajando a carga mínima. Sólo conseguía comunicar su gravedad cero a una persona de cada vez. Eso podría ser una complicación fatal en un momento crítico. Para peor, el desperfecto se había transmitido al manto de invisibilidad, o campo deflector, que tampoco estaba activo porque él recibe su carga directamente del mismo chip cuántico que se había quemado. 

Nuestra arma más efectiva ahora estaba limitada al procesador de realidad paralela, que era capaz de alterar como por arte de magia la formatación visual del medio físico circundante.  

Esa misma tarde, caminando bajo los árboles frutales del parque, Zac me preguntó sobre ciertos puntos que yo le había mencionado por teléfono. Cosas que estaban relacionadas con mis andanzas en el campo y especialmente mi último paseo con el drone. Los comentarios contradictorios del vecindario y el terrible olor no le merecieron mayor atención. Era hasta lógico que después de una lluvia como esa y la súbita inundación, animales que habitualmente pasean en las haciendas hubiesen sido arrastrados por las aguas y encontrado una muerte trágica. Eso justificaría la podredumbre dominante en todo el lugar. Y las personas mitificando a respecto de rituales, sacrificios y magia negra, bueno ¿ no es eso mismo que puede esperarse de una comunidad semirural con bajo nivel cultura y un alto índice de credulidad en prácticas mágicas?

Hasta el macabro hallazgo de Max podría merecer una interpretación diferente. Pero mi amigo estaba obcecado por las sombrías tomas de mi drone, que sin lugar a dudas revelaban movimiento dentro de la mina. Y esa oscilación no provenía de cosas vivas ni estaba relacionada con desplazamientos de agua. Toda el agua que llenaba los hoyos escondidos estaba estancada porque no tenía para donde ir.

Me fui sintiendo cada vez más excitado al percibir que una nueva aventura con mi viejo camarada estaba a punto de comenzar.


Está bien. Iremos con los perros, que van a resultarnos de gran utilidad en el caso de tener que procurar pistas ocultas. Si en aquel lugar se practican sacrificios ellos van a encontrar vestigios rápidamente. Pero no vamos a correr ningún riesgo. Deberán ir sujetos a sus collares y tendrán chips de localización implantados en su cabeza. El lugar es muy oscuro, ideal para perderse y no hallar nunca más la vuelta. Y vos no te vas a escapar. También usarás un chip para estar en contacto ininterrupto conmigo y con Tyson.


Zacarías también va a encargarse de fabricar unos protectores nasales para resguardarnos del olor tan fuerte y una malla de plástico muy fino para cubrir por completo la cabeza de los perros, de modo a dejarles libres sólo los ojos. Por lo que muestran las fotos, Tyson se pasará la mayor parte del tiempo levitando cerca del grupo, ya que debido a su constitución física le resultará imposible andar entre aquellos desperdicios. Todo eso deberá consumir unos diez o quince días de trabajo. Durante ese tiempo yo estaré encargado de preparar el equipaje para nuestro descenso a los infiernos, que incluye dos poderosas linternas, un galón grande de agua que puede ser cargado en el cuerpo del robot, cuerdas gruesas con rappel para subir y bajar barrancos, un frasco de alcohol cicatrizante, varios rollos de papel, pesadas botas y guantes de goma para nosotros dos y unos tubos de plástico especial para Max y Zilú mantener aisladas sus respectivas extremidades y evitar posibles heridas en un lugar tan escabroso y lleno de peligros. La cámara y el drone utilizarán  actualizaciones de software que Zac aún tendrá varios dias para perfeccionar. Éste también necesitará ajustes en el teclado que yo uso para la interface, parecido al que Zac opera para dialogar con Tyson. Estará conectado con el ordenador que va a permanecer abierto en casa, por si necesitamos alguna información mientras estemos allá abajo. No tendremos cómo usar nuestros móviles, que ni vendrán con nosotros.


3.      Primer descenso a las cavernas


Un amanecer emprendemos la marcha. Ahora Tyson tiene un acompañante, mi Tork, como decidí llamar al drone, que reconfigurado por el genio de Zac, comienza a producir sus primeras maravillas. Accede a datos de mi ordenador y los guarda en su propia memoria, me muestra mensajes de whatsapp que acaban de llegar. Emilia quiere saber si Zilú mejoró del estómago, mi hermana me envía  unos poemas de Benedetti y me desea buen viaje, encantada de conocer a Don Zacarías y a Tyson, ojo con los perros, no los dejen sueltos, la Uma les manda besos, cuídense, ese lugar donde están entrando parece horrible desde aquí. 

Es lindo ver el comienzo de la amistad entre Tyson y Tork. Ahora están haciendo las primeras excursiones juntos, bien encima de nuestras cabezas, mientras nos aproximamos a los túneles. Tork consigue una foto bonita de Tyson flotando encima de Max y Zilú que mira con cara de no entender nada. Zac los retrata. Yo veo a Zac entrar en el cuadro y sin que él perciba toco el botón. Tork me descubre y simplemente me copia. El resultado nos divierte y afloja un poco la tensión. Tork me ve mirando a Zac que ve a Zilú mirando a Tyson que flota encima de Max que mira a Zac sacando la foto.

Debemos estar todavía a más de quinientos metros de la depresión y el mal olor ya comienza a envolvernos. Es un intenso vaho de amoníaco mezclado con carne descompuesta y estiércol. Zac y yo nos apresuramos a colocar nuestros protectores y blindamos a los animales con sus tejidos transparentes. Sólo entonces ganamos ánimo para encender las linternas y contemplar llenos de miedo las lúgubres entradas a las galerías. Enormes cavidades de varios metros de diámetro se habían abierto de la noche a la mañana. Se escuchaba el clamor de un riachuelo muchos metros más abajo. Max ladró y otro Max respondió desde los abismos oscuros varios segundos después. El tamaño del eco nos estaba mostrando las dimensiones imponentes de la fosa.

Tyson nos ha pedido que avancemos casi a oscuras, con la potencia mínima de nuestros faroletes. Sus sensores hiperdimensionales hace rato que están captando emanaciones mentales, pero él todavía no consigue afirmar si proceden de adentro del sistema. Parecen venir de todos lados, igual que los enigmáticos movimientos.

Zac se preocupa con que no hagamos ningún barullo. Andamos ahora sobre piedra firme pero vamos a continuar bajando un poco más.

El primer escollo es un barranco muy empinado, lleno de piedras puntiagudas, que cae por unos diez o doce metros. En la base vemos roca sólida. No hay forma de hacer bajar a los perros por ahí. Tyson puede transportarlos sin problema, a pesar del campo antigravitacional funcionando apenas a media potencia. Zac y yo nos vamos deslizando con las cuerdas con extremo cuidado, hasta salvar el primer desafío de nuestra caminada. Tyson, que ya ha descendido hasta la misma base de la cantera, nos avisa que existen varios trechos como éste que acabamos de pasar, y que no ve por ahora necesidad ninguna de arriesgar una exploración en ellos. Está todo vacío y hediendo igual que el resto. Todo el piso es de granito muy duro y resbaladizo, por causa de los detritos vegetales y el musgo que se han ido acumulando. Esparcidas a intervalos irregulares, pequeñas áreas de manglar pestilente y denso, completan la topografía de ese nivel. Nuestro robot nos pasa informaciones sin  cesar.

-La base más honda de las paredes alcanza más de 80 metros de profundidad. No vale la pena ir hasta allá, sólo hay barro y  ese olor nauseabundo, como en toda el área. 

Zac está visiblemente irritado y sombrío. Está tan malhumorado que casi grita.


-Entonces toda esta expedición no sirvió para un carajo, sólo porque algunas chusmas no tenían otra cosa que hacer que desparramar intrigas, aquí estamos, con toda esta parafernalia que apenas podemos cargar, metidos en la mierda hasta las narices, porque alguna mente retorcida inventó…..” 


Su discurso quedó cortado de repente. Mi linterna apuntaba para el cuerpo de dos terneros muertos. Un poco más lejos, podían verse partes del esqueleto de un animal mayor, que podría ser un caballo. Mi amigo continúa incrédulo.


Probablemente se han ahogado. Después los gases del pantano y las ratas hicieron el resto.


Describí un semicírculo con la luz hasta que fueron apareciendo otras sorpresas. Unos pedazos de madera usados para hacer fuego, algunas vasijas viejas medio chamuscadas, el cuerpo de una gacela, joven todavía, horriblemente quemada. Algunas ratas comenzaban a arrancar pedazos de la carne del pobre animal. La fiesta de horrores no paraba por ahí. Restos de vísceras, miembros, cabezas, cobraban vida a la luz de mi linterna. 


-¿Y ahora qué me decís, viejo? ¿Será que ésta también se ahogó?


Tyson decide hacer un estudio allí mismo para descubrir las causas de esas muertes. Va pasando por los cuerpos y realizando una  tomografía con un par de lentes especiales. Los primeros resultados arrojan un manto de pesimismo. Ninguno de esos despojos provienen de muerte natural, incluida la posibilidad de ahogo. Esos animales fueron todos abatidos. 

Zac levantó el haz de luz de su linterna y vio mi cara muda de espanto, pero por un motivo muy diferente ahora. De espaldas a la entrada, él no podía ver lo que yo había visto. Un reflejo que había pasado muy fugazmente. Un reflejo que no debería estar ahí. Pero no tuve tiempo de abrir la boca. El alerta de Tyson sonó inmediatamente para ambos.


-Atención los dos. Tenemos visitas. Dejar una cámara oculta a la entrada parece que fué una buena idea. Es una procesión. Unas quince o veinte personas vestidas con largas túnicas y capuchas. Andan muy lentamente. Con antorchas. Rezan o murmuran algunas cosas que no entiendo. Vienen para acá. Ustedes no van a tener tiempo de salir. Busquen un lugar seguro para esconderse. Van a tener que callar a los perros o serán descubiertos por el ejército de zombies. 


Sabiendo que el manto deflector no estaba funcionando, Tyson había dejado cámaras escondidas en algunos puntos clave para evitar posibles sorpresas. Zac reaccionó antes que Tyson terminase de expresar su última frase. Ya estaba destapando un frasco con un líquido viscoso de olor ácido y penetrante.


-Ecofedrina-500g. Una gota bajo la lengua para cada uno. En un minuto estarán dormidos como piedras. Vamos, ayúdame. El efecto de la droga dura una hora. Tyson será obligado a transportar a nuestros compañeros durante ese tiempo.


-Entonces éstos serían los impulsos mentales que Tyson estaba captando, ¿no, Zac?


Tyson escuchaba nuestro diálogo. Parecía una niñera bien entrenada cuidando a sus bebés a través de sus cámaras remotas. Nos hizo reír cuando descubrimos que él nos estaba monitoreando.


-No. Los impulsos a que yo me refería no son éstos. Es otra cosa que viene de todos lados, pero todavía no tengo una explicación 


El reflejo de las antorchas se fue agigantando hasta cubrir toda la entrada del corredor, dejando estirar las sombras en el techo. Todavía no podemos ver nada. Por las voces descubrimos que el grupo se compone de adultos y niños. Max y Zilú ya están dormidos, lo que nos garante permanecer  en el anonimato. Junto con el avance de la claridad empezamos a ser envueltos por una triste plegaria que suena como un lamento. Finalmente la hilera de encapuchados comienza a subir, pasando a pocos metros de nosotros, cobijados como estatuas bajo una roca que impide la visión. Estamos muertos de miedo. Vienen transportando un becerro vivo amarrado a pesadas cañas de bambú, cargadas por cuatro de los integrantes más robustos del grupo.

Tyson y Tork se han camuflado dentro de unas breñas con todas sus funciones desactivadas y sólo las antenas en operación. 

Atentos al perezoso andar de la caravana, demoramos en descubrir un espectáculo absolutamente surreal. Pesadas piedras comenzaron a aparecer desde dentro del barro. A veces chocaban unas contra otras. Los movimientos copiaban el andar incierto de los feligreses. Cuando alguna se desviaba de su ruta, otras varias corrían a ocupar su lugar. Como si algún comando superior a ellas las guiara. Eso era lo que había visto Tork en nuestra primera salida. Las piedras se organizaron en una fila paralela a la romería y mantuvieron el paso hasta bordear una montaña de escoria y desaparecer de nuestra vista. 

Tyson ha detectado una intensificación en la red de ondas mentales. De ahí deduce  que las piedras pueden estar comunicándose entre sí. Pero hay algo más. Esa forma de marchar en perfecta sincronía, cual si fuese un obediente ejército, sugiere a Tyson que ellas deben ser controladas por un poder externo.


Estamos muy lejos. Las llamas de las antorchas no dejan ver los rostros. Por los lentos movimientos se puede deducir que los participantes están bajo los efectos de alguna droga. 

Tyson espera el inicio de la ceremonia para dar una vuelta sin ser percibido. Zac y yo le avisamos que algo no está bien con nosotros. Zac acaba de vomitar y yo siento una falta de concentración muy extraña y mareos momentáneos.

Gritos confusos vienen desde la posición del grupo, que nosotros no podemos ver. Tork nos pasa unas imágenes borrosas del aquelarre, tomadas con una micro cámara escondida, suficientes para descubrir con espanto la presencia de rostros conocidos. El Divino, dueño del pequeño almacén frente a mi casa, descubre la capucha por un momento para sostener a su mujer, que está con las ropas desgarradas, sucia de sangre y visiblemente embriagada. Genesio, el albañil, hace las veces de camarero. Va pasando con pasos titubeantes repartiendo unos pedazos de carne quemada a los adeptos, que, en profundo estado de trance, devoran las vituallas con avidez. Todos beben un líquido oscuro en unas copas largas que luego arrojan entre las piedras sin ningún cuidado. 

Por los movimientos percibimos que tal vez la ofuscación de las personas se deba mucho más a algún tipo de influencia hipnótica, que Tyson viene percibiendo desde que entramos. Entretanto, otros rodean a Pardal y el Sabiá, que se ríen como idiotas mientras se regocijan echados encima de la gorda Regia. Sin el mínimo pudor, ésta les ofrece generosamente sus enormes tetas acostada desnuda sobre una estera. Niños encapuchados reparten los restos del animal sacrificado a otro grupo  de cara descubierta, de aquellos que veo todos los días cerca de la puerta del condominio. Dada la gran distancia, sólo nos llegan las luces y la algarabía del jolgorio, pero no vemos más nada aparte de las imágenes imprecisas de Tork. 

Mientras tanto, Tyson se ha empeñado en descubrir el origen de las ondas mentales, que él percibe controlando el comportamiento de las piedras y las personas. 

Sin palabras, nos muestra una figura en forma de estrella peluda con largos tentáculos, similares a los de un pulpo. Sus puntas brillantes emiten un sonido de bajísima frecuencia. No podemos oir nada, pero los gráficos hipersensibles del robot lo muestran con absoluta claridad. El núcleo o cabeza es un poco menor que el cuerpo de Tork. Es la única parte de la cosa que no está cubierta de pelo. Los tentáculos se iluminan alternadamente con iridiscencias brevísimas, que continuamente se encienden y apagan sin seguir algún modelo definido. Por ahora no hay como saber si el extraño ser es de naturaleza animal o si se trata de algún tipo de ingenio mecánico. O tal vez una simbiosis de los dos.

Lo cierto es que puede esclavizar la mente de cualquier cosa que se encuentre en las redondezas, incluidas las piedras, que lo protegen y también son sus cautivas. Por eso los efluvios mentales no tienen un centro. 

Tyson había hecho otros descubrimientos esenciales. Por ejemplo, que la mente de los animales es una barrera natural contra esa radiación. Las ondas emitidas por el ser peludo se bifurcaban al tocar la cortina mental involuntariamente levantada por Max y Zilú. La energía así desviada se reagrupaba de inmediato a sus espaldas en un área de casi un metro de diámetro. Cualquiera situado dentro de ese pequeño nicho estaría igualmente protegido contra los rayos detectores.

Las palabras de Tyson nos llegaron como un bálsamo. Si bien no podíamos contar con el escudo deflector del robot, por lo menos ahora sabíamos que nadie podría rastrear las emisiones energéticas de nuestros cerebros. 

Zac y yo estamos perdiendo el control de los músculos. El grito de alerta nos trae de repente de nuevo a la conciencia:

-Hay que despertar urgente a los perros!!! Fuimos descubiertos. El cerebro debe haber captado vuestros patrones mentales y dio el aviso, pero el grupo va a demorar en llegar aquí. El terreno irregular y el hecho de que están todos dopados son nuestras ventajas. Vamos!


Más gritos insistentes de Tyson terminan por hacer que Zac vuelva en sí.



-De prisa,Zac, administra urgente el antídoto a los perros!!!


Otro frasco aparece en las manos de Zac, que está perplejo cuando rompe la banda de seguridad y repite la misma operación. Una gotita debajo de la lengua. Una en la boca de Max y otra en Zilú. Éstos despiertan en algunos segundos pero tienen muchos problemas para moverse. Los estimulamos con masajes para recuperar el vigor. Después de unos minutos de ejercicio ya están en forma y bien dispuestos. Tyson me pide que yo vaya andando con ellos para encargarse de transportar a nuestro jefe, que está bastante débil y con su cabeza confusa.

Zac consigue ponerse de pie y unos minutos después Tyson levanta vuelo con él iluminandonos el camino. 

El grupo de zombies va a doblar el último recodo, que sube directo hasta el peñasco donde estamos ahora. La gritería es infernal, los celebrantes piensan que todo forma parte de la fiesta y nos descubren antes de comenzar a subir por las piedras. Algunos no consiguen afirmarse y ruedan de vuelta al subsuelo soltando gritos lastimeros. El robot está contrariado con su maestro, porque piensa que traerlo a una misión sin la protección de su manto y con el campo antigravitacional averiado, está exponiendo a todos a riesgos innecesarios. Para compensar la falta de su capa deflectora, Tyson se apoya en trucos de realidad paralela. Antes de los perseguidores doblar la última curva, él les tiene reservada una sorpresa. De repente, salida no se sabe de dónde, una roca lisa y con unos dos metros de altura aparece, cerrando la boca del pasillo que acabábamos de dejar atrás. Tyson pidió entonces por su comunicador que Tork completase la obra. Una lluvia de fuegos de artificio clareó las profundidades del valle, cerca de las bocas de desagüe del río. Encantados con la pirotecnia psicodélica de Tork, los más jóvenes se dejaron caer primero por la falda del montículo. Los otros les siguieron enseguida. El grupo de acólitos nos había perdido definitivamente. Tyson avisó que ahora teníamos el camino despejado. 


- Vamos, corran. Y ni piensen en mirar para atrás. Cuando se den cuenta de que fueron engañados van a volver con más rabia todavía.


Zac ya fue depositado cerca de la salida por su escudero. Yo suelto los collares de Max y Zilú, que en un momento están allá arriba a su lado. Tyson, aliviado ahora del peso, baja un par de metros y me impulsa también hacia el borde. Todavía es de día cuando dos humanos con sus perros y sus robots salen por la boca de la cueva, irreconocibles de tanto barro y sin decirse una palabra. Nadie las necesitaba a esta altura.


4. Intervalo


Al otro día temprano estábamos ansiosos por ver el resultado obtenido por nuestras herramientas, debidamente mejoradas por Zac. La decepción fue total. No conseguimos agregar ni un detalle a lo que ya habíamos presenciado. Las fotos de Tork están todas prácticamente veladas por el exceso de luz y una distancia excesiva. De las varias cámaras escondidas por Tyson sólo se mostró útil aquella dejada en la entrada del laberinto. Pero tampoco mostraba mucho más de lo que ya habíamos visto. Las caras de nuestros vecinos, que conocemos de sobra, los movimientos torpes, el posible uso de sustancias tóxicas y por encima de todo, las miradas melancólicas, inexpresivas, como si aquellas personas no supieran qué estaban haciendo allí.


Me mostré muy comedido los días siguientes. Evitaba hablar mucho, para dedicarme más a observar las reacciones de aquellos que había reconocido entre los presentes en la bacanal subterránea. No recogí ni una mención indirecta a los hechos ni a mi inexplicable presencia en el lugar. Las personas no sabían que yo era uno de los fugitivos que ellas casi habían capturado después de la persecución por los sótanos. Pero lo más curioso era que ellos tampoco parecían tener conciencia de su propia presencia allá abajo. Ni una alusión distraída conseguí extraer sobre un suceso tan extraño que ahora debería estar en la boca de todos. De cualquier manera, podía deducirse por algunos detalles sutiles, indirectos, de que ellos no estaban en el completo control de sus facultades mentales. Vi discusiones enconadas por motivos triviales, insultos impropios de personas humildes  que siempre se trataban con respeto. Casi no visité el almacén del Divino en esos días y me mantenía a distancia de Genesio y el Sabiá, que estaban haciendo unas reparaciones en los estanques del fondo. Las mujeres se comportaban con timidez. Claudia, la esposa del Divino,  pasaba la mayor parte del tiempo en el fondo, arreglando una y otra vez cajas de mercadería. Regia poco se asomaba, con el pretexto de que estaba engripada y necesitaba hacer algunos días de cama. 

Muy interesado en Tork, Zac me pidió que lo dejara con él hasta la partida para intentar nuevos  ajustes. Durante los días siguientes habríamos de preparar otra excursión, más segura y mejor equipada.

Una vez hechas las modificaciones, Zac se mostró esquivo en comentar detalles. Sólo me reveló distraídamente que Tork estaba provisto a partir de ahora de un arma muy poderosa, con la que él esperaba poder romper el bloqueo hipnótico de la enigmática estrella. Y terminados los preparativos, una semana después…


5. Segundo descenso a las cavernas. La guerra de los robots


Elegimos la primera noche de luna nueva de Abril. El cielo está cubierto y el pronóstico anuncia lluvia. Tyson sugiere usar la misma entrada de la vez anterior. Así por lo menos contaremos con la precaria ayuda de estar familiarizados con el lugar. Tyson y Tork tienen el área bien diagramada. No nos vamos a perder. 

Enseguida que bajamos el barranco y pasamos nuevamente por los restos ahora cenicientos del festín, comenzamos a sentir los extraños cánticos. No se podía entender una palabra de lo que decían. Probablemente ellos mismos ni sabían. La hoguera ardía con fuerza y la luz estiraba las sombras como si fuesen murciélagos que andaban pegados a las paredes de la mina.

Pardal intenta encender un fuego. Los otros se juntan en un círculo y entonan una cantiga lúgubre. Algunos niños se divierten en los pozos de barro. Se escucha agua cayendo y formando charcos. Las cámaras que retratan el exterior indican que llueve con mucha fuerza ahora.

El estudio con infrarrojos que le pidió a Tyson, deja a Zac alertado. Los instrumentos muestran que la presión soportada por las paredes ha aumentado y hay peligro inminente de derrumbe en varios corredores. 

Los adeptos visten sus largas túnicas y se preparan para el ritual. Al saber el peligro que corremos, Zac decide que no nos vamos a acercar demasiado . Si penetramos mucho en las entrañas de las cuevas podemos ver el camino de regreso bloqueado en caso de un accidente. Por eso, nos quedaremos cerca de la salida y dejaremos que los robots ejecuten nuestro arriesgado plan.

La tarea que tenemos es burlar la protección de las piedras y destruir el cerebro. Sabemos qué será una misión ardua y peligrosa.  Él tiene dominio sobre todo lo que existe allá abajo, piedras, arbustos, hilos de agua, probablemente hasta las ratas.  Cuidado con ellas, nos advierte Tyson. 


Zilú y Max  se adelantan a la luz de las linternas y hacen un descubrimiento. Mientras  las piedras se mueven como torpes gigantes en un desfile, van excretando una especie de babosas muy negras que hieden con aquel mismo hedor que venimos sufriendo desde la entrada. Al andar van soltando pequeñas porciones de su cuerpo, confundidas con una baba inmunda más negra todavía, que en pocos minutos se endurece. Rápidamente los pedazos crecen y se transforman en piedras adultas, para recomenzar el proceso.


Asombroso,-me susurra Zac en el audífono. Piedras en fase de reproducción. Piedras que brotan de piedras.


El jolgorio y el exceso de bebidas habían ido minando la resistencia de los fanáticos. Estaban sentados en un estrecho círculo encima de la piedra helada de la mina, pero eso no parecía preocuparles demasiado. Comían directamente con las manos pequeñas porciones de los animales sacrificados. Satisfechos, entonaron nuevos himnos de alabanza y se quedaron dormidos. Era el momento que Zac esperaba. Echados en el barro pastoso de una depresión rasa, esperamos la ayuda del sueño, que se asentó callado y apagó la mente de cuanta cosa viva circulaba por aquellas vaguedades. Menos la de Zac y la mía. Por causa de nuestras mascotas, ahora bien despiertas y estrechamente apretadas contra nuestros cuerpos.

Ya estábamos preparados para una guerra sin cuartel. Era obvio que un artefacto tan sofisticado debía estar munido de un sistema defensivo muy poderoso. La tecnología utilizada, que Tyson estudiaba de cerca ya desde el primer contacto, era muy avanzada. Por momentos noté que Zac desfallecía, los impulsos neurales de la estrella también estaban controlanddo al robot y cualquier paso en falso podía significar la muerte cierta para nosotros y para los perros. Un ajedrez diabólico se desarrollaba en una esfera virtual en las entrañas de la tierra. Desde afuera, nadie podría imaginarse la batalla feroz que estaba siendo trabada entre las dos criaturas, cada una buscando una brecha, un error en los cálculos del otro, una ecuación que no funcionase, un algorismo mal resuelto y el desenlace se inclinaría para uno u otro lado. Tyson no perdía un detalle de los planes de su rival. La mayoría de las veces hasta los anticipaba con su velocísimo cerebro híbrido. Pero no hacía nada. Esperaba el momento cierto.

Mi viejo maestro estaba al borde de un colapso mental, tal el esfuerzo que hacía para no entregar la victoria a su rival. Yo contemplaba aprensivo las dificultades enormes que él tenía para mantener los efluvios mentales del otro a una distancia razonable. Desconectó las cámaras del drone, que estaban fijas encima del pulpo peludo. Simuló escapar y éste  lo siguió, tal como él esperaba. Zac fue guiando sus pasos para los rincones más oscuros sin usar ninguno de los recursos de Tyson, que ahora flotaba un par de metros encima de él en las tinieblas del subterráneo. De esa forma esperaba confundir a su perseguidor, que comenzó a tener problemas para rastrearlo. Tork continuaba parado sin esbozar la más mínima actividad. Las puntas sensibles de la estrella escrutaron toda el área sin recibir una respuesta. Zac y las dos máquinas aguardaron. No conseguían localizar la posición del ser peludo. Pasó casi una hora. Los animales se quejaban bajito. Ellos miraban absortos para un punto detrás de las llamas. Acompañé la línea de los ojos de Max. Vi un brillo fugaz atrás de una de las rocas movientes y grité en el oído de Zac, al tiempo que apuntaba la linterna hacia el escondite. Por un instante el infalible cerebro del absurdo ingenio dudó y perdió el dominio de la situación, sin entender lo que pasaba. Era el tiempo que Zac necesitaba para colocar su índice sobre el ícono que identifica el disparador de Tork. 

Lo primero que escuché después del tiro fue un grito agónico, que no era propio de una máquina. Una nube de humo muy denso se fue abriendo de a poco y dejó ver el efecto del impacto certero de mi colega. Pedazos de metal retorcido chocaron contra las rocas del fondo. Algunos restos de tentáculos incandescentes vinieron a caer próximo a nuestro escondite. La temperatura de los despojos era tan alta que abrió agujeros de piedra líquida, dentro de los cuales vimos otra vez las babosas negras debatiéndose, enroscándose, devorándose mutuamente. Parecía una continuación siniestra de los sacrificios en la pira ritual, donde todavía humeaban los restos carbonizados de un animal joven. Un sonido de trueno, como de una ola moviéndose, fue aumentando de volumen. Demoramos unos segundos para entender lo que estaba ocurriendo. Las delgadas paredes, ahora libres del influjo mental, cedieron. Toda el agua acumulada después de tanta lluvia, comenzaba a formar torrentes bajando hacia la represa.

Las piedras se precipitaron en todas direcciones, chocándose entre ellas y provocando desprendimientos en diversos puntos de la estructura. El aviso de Tyson, que llegó enseguida, era apremiante. Teníamos que disparar hacia la superficie cuanto antes.


-El poder mental de la estrella era el que sostenía esta estantería en pie. Vamos a desaparecer de aquí, se va a venir todo abajo en pocos minutos.


Cuando los devotos comenzaron a volver en sí, ya Tyson y Tork los empujaban hacia una de las salidas por medio de un aparatoso despliegue pirotécnico que tenía la única finalidad de asustarlos sin darles tiempo de reaccionar para pensar, lo que podía significar la muerte por sepultamiento. Con los dos robots ocupados en salvar la vida de los fugitivos, que torpemente disparaban en cualquier dirección, Zac y yo fuimos subiendo penosamente el barranco sin perder de vista a los perros, tenazmente agarrados a sus collares y siempre abriéndonos el camino. 

Vi las varias vertientes del río cayendo en torrentes de espuma negra y podredumbre, arrastrando todo lo que encontraban en su camino. Vi paredes macizas derrumbándose como castillos de naipes. Vi a los rezagados del malogrado banquete agarrándose a cualquier cosa en la desesperación por trepar en los montones de basura acumulados por las aguas. Buscando reparo contra el aluvión que bajaba cada vez con más fuerza y arrancaba de cuajo las gruesas raíces de los pinos y los eucaliptus, junto con el musgo que había nacido después de semanas de humedad.

Aterrorizado, verifiqué que estaba solo, subiendo la encuesta y casi ahogado por el tufo maloliente, que ahora era mucho más intenso. Sin rastros de Zac y los perros, mis piernas se aflojaron y caí de cara en el barro, cerca de la salida.


6. Epílogo


La luz de una gloriosa tarde de otoño penetraba por el ventanal. Los pulcros uniformes de las enfermeras se agitaban a unos metros de mi cama. Nadie me daba la menor atención. Escuché voces fuera del cuarto. Alguien mencionó la hora de la visita y algunos rostros conocidos se asomaron, curiosos, por la rendija de la puerta. Todos usaban máscaras, como corresponde al momento que vivimos. Por lo menos eso me hizo pensar que había escapado del caos con vida, pero tenía un nudo en mi pecho por causa de los perros y Zac. ¿ Habrían sido arrastrados por las aguas? Intenté levantarme, pero fue inútil, estaba muy débil. Una de las practicantes se aproximó y me dio una cuchara grande de un líquido transparente que olía a menta. 


-Para recuperar la temperatura - me dijo, hablando de una forma puramente profesional, sin ninguna emoción. Usted casi se ahogó entre los charcos. Tuvo suerte que lo rescataron a tiempo.


Recogieron sus instrumentos y salieron.Yo necesitaba reposo después de pasar por la traumática experiencia. El médico de guardia entró para preguntarme si estaba bien y si quería recibir a algunas personas que habitan llegado para visitarme. Más que dar mi aprobación, casi exigí que esas personas entraran. Necesitaba saber lo que había ocurrido con Zac y nuestros bichos. Como con timidez, con miedo de perturbarme, los vi entrando en silencio. Y allí estaban todos. El Divino con Claudia, Pardal, el Sabiá, Genesio, la gorda Regia, algunos otros que nunca había visto.No faltaba ninguno. Se sentaron en semicírculo alrededor de mi cama. Nadie hablaba. Es bien extraña esta visita para un cuarto de hospital, pensé. Pero me quedé callado. Quería ver la reacción de mis amables vecinos, primero. Suponía que ellos tenían muchas más cosas para explicar, después de su comportamiento bizarro en las catacumbas. El Divino se apresuró a tranquilizarme. Max y Zilú estaban fuera de peligro. 


-Cuando llegamos los vimos fuera de las grutas, a salvo. Nos reconocieron y ya no se separaron de nosotros. Estaban aterrorizados. Después te encontramos desmayado, con la cabeza metida en un pozo de barro. Pensamos que te habías ahogado. No sabíamos qué estábamos haciendo en ese lugar. Sólo sentimos que debíamos disparar de allí. Pero disparar hacia dónde. El hedor y el barro parecían enturbiar la mente. Y para colmo aquella cantidad incalculable de piedras enormes que nos dificultaban la huída.


-Sólo sabemos que nos habían avisado sobre la presencia de intrusos - dice el Sabiá. Alguien que teníamos que matar. 


Yo quería verificar si ellos realmente ignoraban lo que había ocurrido. 


-¿Quién les dijo eso? Todos sabemos que aparte de nosotros no había nadie más en aquellos sótanos. 


-Eso es lo que no entiendo, ignoramos quién nos metió eso en la cabeza. De todo lo que vino después, solamente sabemos lo que nos dijeron los otros, cuando aparecimos contigo de arrastro, porque todavía continuabas inconciente. Pero no recordamos cómo los hechos se sucedieron hasta allí. Nos contaron que pasaron cosas raras en aquel lugar, alguien habló de hipnotismo, control mental. Nosotros no creemos nada de eso. Ni que fuimos ayudados por robots que nos empujaron hacia la salida. Imaginate, robots debajo del campo…


-Sí, qué imaginación tan fértil - refrenda el gallego Manuel, que hasta ahora no había abierto la boca. El oficial nos dijo que un robot había fundido la piedra con un arma extraña, abriendo un camino hacia la salida para que no nos ahogáramos. 


Con alivio, yo recibía las novedades de mis amigos. Sabía ahora que nuestro secreto continuaba sin ser revelado. Asentí, simulando perplejidad. ¿Un robot en aquella desolación?


-Y no sólo uno. Parece que eran dos, dice la gorda. 


-Tres, si contamos al enemigo, refuerza Pardal. El que controlaba nuestra mente, según afirmaron algunos. 


-Qué invento - retruqué, sintiéndome cada vez más seguro. Eso sólo puede ser producto de alguna mente retorcida. 


Genesio, otro que hasta ahora se había mantenido al margen de la conversación, estaba más serio. 


-Sí, todo suena muy divertido. Pero hasta ahora nadie nos explicó qué estábamos haciendo en ese lugar horrible, con aquella tufarada y tantas piedras que no se podía ni caminar. Y principalmente, qué estarías haciendo vos con tus perros en medio de aquel vendaval. No fueron llevados los tres en la avalancha por un milagro. 


-Sé tanto como vos, mi amigo. Sólo me acuerdo que fui atrás de ellos  porque hacía tiempo que habían desaparecido y yo estaba preocupado. Parece que nos encontramos allá abajo por un puro acaso. 


Dije eso con total convicción. De a poco mi cerebro colocaba las cosas en su lugar. Sólo Zac y yo sabíamos, por Tyson, que la mente de los animales era una barrera impenetrable para las energías psíquicas del intruso. El grupo de hipnotizados apenas recuperó la conciencia cuando la cosa explotó.

Una de las enfermeras anunció en voz muy baja desde la puerta que la visita estaba acabando. Agradecí.El grupo se marchó tan silenciosamente como había entrado. Necesitaba refrescarme un poco y me tentó la idea de tomar un baño. En diez minutos estaba saliendo arropado en mi toalla. Mi sorpresa fue mayúscula cuando vi al clan en pleno sentado alrededor de mi cama. En los mismos lugares que cada uno había ocupado antes. El Divino parecía ser el líder natural de la camarilla. Me miró serio sin levantarse. Tenía en su mirada un rasgo grave, adusto, que yo nunca le había notado antes y que parecía anunciar la delicadísima y educada insinuación de una advertencia, cuando secamente me preguntó sin retirar sus ojos de los míos:


-Entonces, gringo. Nada de eso jamás ocurrió. ¿No es cierto?


Sentí los ojos acuciantes de todos los otros encima de mi. No dudé en responder.


-Claro, mi amigo. Debe ser por esas cosas que pasan en la tele.

Discretamente me volvieron a saludar y salieron.

La luz del cuarto fue menguando de a poco hasta que sólo quedó un débil resplandor. La visita ha terminado y el paciente necesita descansar. Todavía débil y con pasos titubeantes me aproximo a la ventana. Es fin de tarde. Desde aquí puedo ver un recodo del río, donde algunos pescadores exultantes recogen sus redes llenas de peces traídos por las fuertes corrientes que siguieron a las enconadas lluvias del verano. Una forma elegante de compensarnos después de tanto desastre. El Río Pequeño baja sin apuro hacia su destino final en la represa. Y desde lejos se escucha el murmullo manso, apacible, de las cacatúas. 






















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