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ÚLTIMA PARADA

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                               Por la posición del sol, llevaba más de tres horas atravesando la planicie desértica. Los pies quemaban dentro de la goma reforzada de las botas. Podía imaginar las llagas como bocas abiertas, rasgándose igual que las grietas y los pozos a ambos lados de la trilla abandonada. La arena hervía y escondía la vida secreta de los peligros ocultos bajo la superficie. Cuando la fiebre me produjo vómito, sentí que estaba echando fuera todo el exceso de sol  absorbido por mi cuerpo desde que dejé el coche inútil en la carretera y fui obligado a entrar en el desierto. El mapa decía que había una vía férrea a diez kilómetros. Usaba un pantalón de seda muy fino, que era más un calzón ajustado por dentro de las botas. La toalla blanca me protegía el torso desnudo y la cabeza. Necesitaba racionar mi agua, que ya raleaba en la botella, pero precisaba mantener húmeda la toalla, que me amparaba de la insolación. Aparte del agua, cargaba en mi mochila otra toalla de reserv

ENTROPÍA

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—¿Cómo no lo pensamos antes? —dijo el Almirante . La pantalla será el cuerpo del Jefe en tamaño gigante. Una maqueta a la inversa. Podrá recibir información fresca desde cualquier rincón del reino sin salir del lugar.  —Una red viva siempre actualizada —entonó al unísono el coro de marionetas. Y era grande el entusiasmo en toda Uris. Mandaron hacer una tomografía del cuerpo. Después aumentaron con afán las proporciones y le dieron un efecto tridimensional, de modo que las manos débiles del hombre pudieran controlar algunos botones y palancas y eso era todo.  El cuerpo hecho de plasma, nervios y vísceras que se degradaba sin pausa,  se conectó a una red de circuitos eléctricos y se transformó en el propio territorio del reino. La maqueta ocupaba la pared frontal entera del cuarto del Jefe, que ahora podría pasear como una sombra por los jardines. El sistema de soporte vital demoraba el avance de la infección, protegido por una burbuja esterilizada. Los médicos aprobaron el cambio en el

DESPUÉS DE LA CALIMA

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Era la noche previa a la llegada de la calima. El sol fue bajando quietito tras los montes, hasta entibiarse con un resplandor débil que se diluía en reflejos. Te dejé dormir. Te despertaría más tarde, para mostrarte por primera vez las constelaciones del Sur. Quería que vieras a Orión y las Tres Marías, el Can Mayor, y, más cerca del amanecer, la Osa Mayor, si las primeras ráfagas de arena todavía no hubiesen llegado. Me arrebujé en la frazada bajo el dintel rústico que servía de entrada a nuestra caverna. Por una brecha miraba las galaxias. Las vi como diminutas vedijas de humo lechosas, tan tenues, tan polvo, casi cenizas mustias. Otoño. Una cabeza de jirafa subió hasta el fresno más alto y se quedó mirándome sin ganas. Después miró hacia el cielo y olfateó la brisa. Era una noche nerviosa. El aire bajaba pesado, se sentía que venía cargado con efluvios extraños. Cuando nos despertamos, los servicios de emergencia hacían pedidos desesperados porque faltaba de todo: sierras, cuerdas,

ESTE LADO DEL RÍO

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  ESTE LADO DEL RÍO —¿Podés junar algo desde ahí arriba, turco? —Nada. Sólo las luces de los pesqueros. El mar está greñudo. —No sé si tendrán cojones para salir en una lata. Y con esa neblina... Lloviznaba en la costa. Joaquín parecía más chiquito de lo que era, envuelto en una gabardina que le cubría hasta las orejas. El turco Elías se levantó el cuello de la campera. Volvió a escrutar el horizonte con el telescopio de infrarrojo. La ventisca golpeaba en la cara con un gusto de sal. Los ojos lagrimeaban.   —No deben demorar. Vamo´a verificar si el cajón está bien cerrado. No quiero reclamaciones. Tendremos que hacer un esfuerzo y traerlo más cerca, donde ellos puedan verlo. Tiene que ser una changa rápida, sin mucho chamuyo. Sí, yo sé que está pesado, pero no te quejés y ayudame a resolver de una vez este laburo.  Se sentaron a fumar protegidos por las rocas. La Rambla bien iluminada formaba parte de otro mundo, donde ellos eran cuerpos extraños.. Joaquín daba una mirada para el hori