ESTE LADO DEL RÍO




 ESTE LADO DEL RÍO

—¿Podés junar algo desde ahí arriba, turco?

—Nada. Sólo las luces de los pesqueros. El mar está greñudo.

—No sé si tendrán cojones para salir en una lata. Y con esa neblina...


Lloviznaba en la costa. Joaquín parecía más chiquito de lo que era, envuelto en una gabardina que le cubría hasta las orejas. El turco Elías se levantó el cuello de la campera. Volvió a escrutar el horizonte con el telescopio de infrarrojo. La ventisca golpeaba en la cara con un gusto de sal. Los ojos lagrimeaban.  


—No deben demorar. Vamo´a verificar si el cajón está bien cerrado. No quiero reclamaciones. Tendremos que hacer un esfuerzo y traerlo más cerca, donde ellos puedan verlo. Tiene que ser una changa rápida, sin mucho chamuyo. Sí, yo sé que está pesado, pero no te quejés y ayudame a resolver de una vez este laburo. 


Se sentaron a fumar protegidos por las rocas. La Rambla bien iluminada formaba parte de otro mundo, donde ellos eran cuerpos extraños.. Joaquín daba una mirada para el horizonte entre bocanadas. En alta mar, las boyas eran diminutos puntos de luz que subían y bajaban con la marea. El turco recorría una y otra vez el horizonte y parecía contar para sí mismo:


—Los problemas comenzaron cuando yo me levanté a la mina del jefe. Él sospechaba y andaba resabiado conmigo, con palabras cortas. Colocó a uno de sus capangas pa´ seguirme. Quería pescarme con las manos en la masa pa´ cortarme el cogote. Fue cuando ocurrió el encuentro con los chabones de Bella Unión, que querían copar nuestro rebusque. La yuta apareció y salió tiro pa´ todos lados. El resultado fue cinco fiambres: dos milicos y tres de los nuestros. Te digo por si te la batieron diferente.  Nadie quedó con ánimo como pa´ ocuparse con los cuernos del cabrón. Estábamos todos en el filo de la navaja. Pero no pudieron encontrar la blanca. Y vamo´ a conseguir una buena biyuya por ella. 


Estaban serios. Los días posteriores a la pendencia habían dejado a todo el mundo desconfiado. El contacto entre los integrantes de la misma célula se había vuelto más discreto. Escucharon el ronquido grave de una bocina. Vieron el carrousel de luces del Vapor de la Carrera saliendo hacia Buenos Aires. La lente poderosa del telescopio mostró la chata cabecera de la Isla de Lobos. Desde más allá de su joroba oscura, la niebla venía abrazando el embarcadero y la bahía hasta el faro de Punta Carretas, ocultando el Cerro.


—Los canas estaban confusos, —observó Joaquín. Después de la trifulca, el Jefe se había hecho humo. Se corrió la bola de que lo habían limpiado, pero era puro truco. Ahora, aparte de tener a la yuta encima, vos tenías al corno buscándote pa´degollarte. Te compadezco, hermano.

—No, es que vos todavía no entendiste... —el turco paró en seco. 


Una luz muy distante titiló y desapareció para resurgir cabalgando en el lomo del mar encrespado. Salieron de las piedras y buscaron una posición próxima a la playa. Joaquín apuntó el telescopio en dirección al faro y vio el reflector iluminando el bote con dos hombres. Bajaron pisando el agua y anudaron las amarras a uno de los pilares del pequeño muelle. Elías clavó los ojos en el maletín de cuero. Los dos bandos no cruzaron palabras. Se estudiaban de reojo, separados por pocos metros de arena.


—No están armados —dijo Elías.

—¿Cómo sabés? Pueden pensar que queremos garronearlos. ¿Por qué estás seguro de que van a confiar en vos?

—Calma, Joaquín, y vamos a recoger la mosca. Ya sabés que en este juego sucio la palabra y la mina son las únicas monedas que no se cambian. 


Los recién llegados depositaron la maleta sobre un montículo de piedras  y Elías hizo señas de que podían llevar el cajón. Joaquín apretó la pistola en el bolsillo y esperó hasta que el baúl estuvo firmemente amarrado a las tablas de la embarcación. Sólo recuperó el aliento cuando los vio alejarse corcoveando en una nube de espuma. Verificó el contenido de la maleta.


—¿Está todo? —preguntó el turco.

—Como Dios manda —confirmó Joaquín.


Dieron la espalda al bote que se perdía de vista y caminaron por la orilla en dirección a Pocitos. Desde un bar somnoliento les llegó un repique de tambores.  Ahora Joaquín se animó a preguntarle a su amigo:


—Decime una cosa, turco. ¿Vos estás del tomate o queriendo ir pa' la fiambrera? Primero le caloteás la potranca al patrón. Como si fuera poco, le chorreás el botín de un cargamento que debe valer una mosca gorda. 


—No, boludo. Eso intentaba explicarte cuando ellos llegaron —. Extrajo el telescopio de la bolsa y se lo pasó a su compañero.

—Dale una espiada al barquito antes que desaparezca.


Joaquín se sentó en la roca más cercana a la orilla y focalizó el infrarrojo en el rastro de los dos hombres. Sus ojos veían como si fuese pleno día. La lancha alcanzó el borde de la isla y atracó en las rocas. Los dos saltaron a tierra y abrieron el cajón. Joaquín los vio extraer una bolsa que debía ser bien pesada y depositarla en la arena. Volvieron al bote y remaron en dirección al barco, que los esperaba fuera de la bahía. 


—¿Te quedarás tranquilo ahora? Eso que viste era la otra parte del ajuste. Los lobos van a tener un banquete —dijo el turco.


Alcanzaron la punta de la playa y subieron por las rocas. Las luces del Kibon indicaban que todavía se agitaban los últimos danzantes.Estaban empapados y tiritaban. 


—Ahora vamo´a encanutarnos en el primer boliche abierto y morfar algo, petiso. Esoy con una fiaca que sería capaz de bajarme un buey. 

 

—Tenés razón, Jefe —asintió Joaquín y se rió bajito. Pero, pará …¿con esta facha y un maletín?


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