PERDIENDO VISIBILIDAD

 —Deberías cuidarte un poco. Estás tan delgado que cualquier día vas a desaparecer. Si me esforzase, hasta podría decirte lo que hay detrás de vos.


El manido comentario de mi hermana sólo me hizo gracia. Pero cuando el Facebook me envió el primer mensaje de alerta, me puse un poco más serio:


—"El algoritmo muestra que se ha reducido la interacción. Descubre cómo puedes recuperar la visibilidad ".


Fui corriendo al espejo. Lo que vi me asustó. Entonces Mary no estaba tan equivocada —reconocí.


—¿Qué significa esa foto? —pregunté. Mordí mi uña hasta sangrarla.


—Esa imagen es usted, tal como aparece en la interpretación de nuestra GPT el día de hoy. Nuestro mensaje debe ser entendido en sentido literal. Ese es su perfil. Así lo están viendo las redes sociales.


—Pero mis likes han aumentado mucho. Ustedes dijeron que estaba en camino de transformarme en un influencer. 


—Falta materia, mi amigo —dijo otro de los administradores—. En sentido estricto, como puede ver. Precisa limitar esa capacidad de volar o va a desaparecer. 


Un día recibí un asustado mensaje de uno de mis contactos:


—¿Sabías que cada vez que alguien ve tus publicaciones, se roba una parte de vos? Lo leí hoy en Instagram.


Perplejo, decidí verificar. Llamé a Mary y la invité a dar una vuelta por el puerto para tomar un café.


—Aquí tenemos un ángulo bien favorable ¿no? Entonces, vamos a hacer una prueba. Yo me pongo delante tuyo y vos vas a sacar unas fotos. Quiero saber si podés ver la bahía a través de mi cuerpo, con la esfinge en el medio.


—Puedo ver todo. Un barco se aproxima, salpica agua que desborda y después chorrea desde tus rodillas, que son las rodillas de la esfinge. Una gota le ha caído en la mejilla. Creo que llora. Seguís atravesando el estrecho. Como un Coloso de Rodas carcomido por la herrumbre. Bien en el medio de tu espalda hay una bandera flameando en una ventana. El edificio está en la otra margen del río y veo un yate enorme estacionado frente a la puerta. El flanco superior izquierdo del predio no puedo verlo. Está cubierto por un área sólida.


—¿Sólo eso?


—Tu brazo izquierdo está sujetando una maleta más pesada que el cuerpo. Veo harapos colgados en fragmentos de costillas y en la espina dorsal.

Los huesos son varillas de hierro forjado sujetando tiras de pellejo. ¿Te sentís bien?


Las fotos de mi hermana mostraban un cuerpo ahuecado por la espátula y el cincel cuidadosos de un orfebre. Estaba seccionado por la mitad y parecía una de aquellas estatuas en vidrio, huecas, de Bruno Catalano.


Poco después perdí mi ojo derecho cuando mis seguidores armaron una trágica confusión en un canal de tv. La inclusión de un ojo postizo cubierto por un parche sólo empeoró las cosas. La gente comenzó a ver dentro de mí como a través de un vidrio. 


—¿Ya se preocupó en investigar cómo está su situación en las otras redes? —me sugirió el Facebook con un velado alerta.


Lleno de recelos, me decidí a dar una vuelta por las redes principales, donde siempre publico mis cuentos. La consulta no fue nada alentadora. Reclamé en Pinterest porque mi feed parecía una colcha de retazos. 


—El excesivo número de textos inextricables está dejando su cuenta en pedazos. Tiene lagunas por todos lados.


En Instagram se veía un poco de mi lado izquierdo, casi entero, pero sin brazo ni pierna del lado derecho. No quise continuar.


Las personas se fueron acostumbrando de a poco. Viendo mi cuerpo extraño andando por la calle, pensaban divertidas que yo sería el chico del cartel haciendo publicidad para alguna firma.

Los niños se reían. Cuando pasaban, arrojaban piedritas y otros objetos y se divertían corriendo a recogerlos detrás de mí. Pero mis traumas no pararon por ahí.

Comencé a desaparecer dentro de las personas que estaban a mi alrededor. Cada vez que estaba entre amigos, yo me desintegraba y ellos separaban mi cuerpo en pedazos y lo devoraban. Igual que una trituradora. 

Un día, mientras caminaba por la calle, un viejo amigo me reconoció y vino a darme la mano. La sensación fue irreal. Sentí que estaba dentro de él. Parecía haber  sido absorbido por su piel, como si me hubiese transformado en un apéndice.


Ahora estoy internado en una clínica de recuperación, prohibido de tener contacto con móviles u ordenadores. Sólo me dejan usar un reproductor de mp3 donde puedo escuchar música clásica. Tengo dos horas diarias de meditación dirigida y no puedo acceder a periódicos o programas de tv, excepto dibujos animados. 

Las enfermeras me cuidan con dedicación. Todas quieren leer mis cuentos. Mi hermana me ha acompañado todo este tiempo. Me trae revistas de chistes y palabras cruzadas. Dice que será así por el momento.

Desde la ventana veo el parque del hospital con el lago. Las garzas caen con estrépito sobre la superficie del agua y emergen con sus presas en el pico.


La luz se ha subido de a poco hasta la claraboya. Las láminas afiladas de las hojas parecen los brazos de una tijera, que corta los últimos rayos de sol y los esconde bajo el tórax apagado de los cerros. Me levanté mirando de frente a la ventana, esperando que el cristal se hiciera pedazos


—¿No deberíamos esperar un poco más? —dijo Mary—. Su voz sonaba temblorosa. 


Estaba sentada en el sofá, abullonada en una manta térmica  y continuaba mirando el lago y la estatua, como si esperase un milagro…





Comentarios

Entradas más populares de este blog

CONTACTO

EL RAGUETÓN