MAQUILLAJE




El guardia asistente estaba irritado.  Descargaba violentas cachetadas contra su rostro. 


—Malditos mosquitos. Maltratan mi cuerpo y no me dejan bajar el arma para dar cuenta de ese incómodo infiernillo que insiste en roer mi pierna.

Restallando sus dientes como un grillo, saltando  para comenzar de nuevo. Créame, querría poner el caño de la pistola contra su sien y apretar el gatillo. Así acabaríamos con esta pesadilla de una vez.


—Todavía no. Ella merece otra chance de redimirse, de librarse de aquella traumática arruga del párpado, dejar de vagar en la ilusión del rimel. Intentará hidratar sus mejillas con agua limpia. Debemos ser pacientes y darle tiempo.


Eso pareció calmarlo. Me dio la espalda y continuó masticando su paca de tabaco de cuerda. A veces tosía y escupía una bilis negra como el humo de las hogueras. Ella gruñó mientras atropellaba a puñetazos contra la puerta cerrada; confiaba en que la rabia la haría abrirse. La dejé. Era bueno que descargase toda su energía para que pudiéramos ir adelante.


Di una vuelta por el lado de afuera del cuarto. Los guardias permanecían tiesos, los ojos clavados en el vacío. La mirada muerta como aquellos de mi infancia cuando jugábamos a la guerra mundial en el jardín. Volví. La escuché gemir antes de verla amarrada boca abajo a la mesa de configuración por cables y cintas.

Las trenzas colgaban como finos cordones y danzaban en armonía. Me miró y su sonrisa fue menos que una mueca, pero yo supe que había dado resultado.


—Deciles que acaben con esa cosa. Ya no puedo  más.

—Aguantá un poco. El equipo de revisión ya debe estar llegando. Y les va a encantar verte sin maquillaje.


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