UNA FÓRMULA EFICAZ

 El primero fue en la farmacia. Blanquito como leche que sale de la ubre y con unas orejitas de punta que hacían suspirar. Una pareja de adolescentes se esforzaba por decir en el oído del farmacéutico que querían aquellos de la marca “Olla”. Él escuchó la palabra y se puso tan excitado que casi saltó. A último momento se arrepintió. Me quedé con el susto y desconfiado.


—Es que son más aceitosos, ¿sabe? facilita las cosas en aquel momento crítico —decía el muchacho ruborizado.


El boticario se rascó la oreja y les dijo que iba a ver si le quedaba de esa marca. Por suerte tuve tiempo de cerrar la boca y el orejudito se volvió atrás sin reclamar. Pero mi victoria fue  ilusoria, porque ahora yo no podía hablar. El pibe se sintió seguro y me preguntó si yo también usaba de esos. 


—Mmmmbb, bbbm, bebmm, —respondí.


Por la sonrisa cómplice que le dirigió a su novia, sentí que había entendido. Pero ella seguía perpleja y comentó algo con el muchacho. Él preguntó con vergüenza si también servían para eso.


—Claro, lo tranquilizó el hombre. De esa forma nunca se pueden esconder. Son obligados a saltar. ¿No es verdad, señor? —dijo, dirigiéndose a mí.


—Mmb, bb, mbemubé,mmmbb —me apresuré a confirmar. Una respuesta que resultó ser efectiva y fue entendida por todo el mundo. Pagué y salí con prisa. Vomité en un latón de basura que había delante de la puerta y dejé el conejito dentro para que se secara.

El  segundo fue en un ómnibus lleno, el 414/Belvedere, un día que había partido de Liverpool. Éste me complicó mucho más porque consiguió escapar y se metió en la bolsa de una gorda que se puso a gritar aterrorizada. El conductor paró el vehículo y me acusó de viajar con animales sueltos en el transporte público.


—Fíjese qué confusión. ¿No sabe que tiene que transportarlo dentro de una caja?

—Vamos, hombre, vamos —reclamaban los hinchas desde el fondo —. El partido va a empezar y estamos aquí discutiendo por conejos. 


El resultado fue que tuve que disparar porque los pasajeros me querían linchar, con lo que me perdí el partido. Pero me quedé contento. Ahora era uno menos. 

Hicimos un pacto de convivencia pacífica. Sólo uno cada vez, con aviso y horas marcadas. Todo pareció entrar por los carriles hasta la noche del partido de poker, cuando se armó una gran trifulca dentro de mi barriga y mis amigos tuvieron que amarrarme a una silla hasta que cuatro de ellos saltaron sobre la mesa y confundieron las cartas. La jugada fue anulada y la noche se arruinó. Todos me miraban furiosos y decían que yo era responsable por hacer las cosas sin pensar.

Al otro día estaba de nuevo en la farmacia. Los problemas siempre comenzaban cuando yo no encontraba mi marca y era obligado a optar por otra. 

Los conejitos se irritaban y comenzaban con sus actitudes insolentes. Siempre había alguno que se pasaba para mi lado para provocarme y después quería escapar.


—¿Pero usted tiene certeza de que sirven para aquello otro también? —pregunté.

—Sin duda. Nunca tenemos reclamaciones. Use de acuerdo con la prescripción y pronto tendrá resultados maravillosos.


El desenlace fue espectacular, tal como mi farmacéutico había prometido. En menos de una semana había vomitado todos. Catorce en total. Los coloqué en una jaula y los doné al zoológico de la ciudad. Ahora sólo uso cuando vienen con el sello de calidad “Olla”. Así, no corro más peligro de que aparezcan en horas impropias. 


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