EL ABRAZO DEL OSO

 




En plena madrugada, Eva reconoció el crujido que ya había escuchado otras veces. El eco fue nítido, amplificado por las paredes del gigantesco apartamento. Se arropó el pijama y salió en pocos pasos al corredor. Dio unos golpecitos tímidos en la puerta del cuarto de Marco y entró sin esperar. Respiraba excitada. 

—Shhhhhh! Escuchá. Está comenzando. 


Fue un rechinar seco, muy breve. Un rasgar de hacha en el corazón del roble. Acabó tan de repente como había comenzado y de nuevo todo era silencio.

—Parece que paró. Andá a ver. 


Marco salió al pasillo y se dirigió al fondo sin encender la linterna. El aire denso de la madrugada le pesaba en la cabeza más que el sueño. Su vista fue atraída por una claridad en la pared del último cuarto. Una línea quebrada la atravesaba del techo al piso, dividiéndola en mitades casi iguales. Parecía la foto de un rayo en un cielo de tormenta.

Marco miraba los muros que querían sofocarlo. Le parecía imposible aquella falta de aire en un apartamento tan enorme. Lo que los dos sentían era un achatamiento, un repliegue que fruncía el espacio desde afuera al tiempo que los trituraba por dentro, los estrechaba hasta robarles el aliento.

El amplio cuarto nupcial de otros tiempos, ahora encogido, los mantenía mucho más juntos de lo necesario. Vivían una relación tempestuosa y en fase terminal. Compartían el lugar por razones de conveniencia financiera. 

Las otras alcobas, usadas como habitaciones de huéspedes en las fiestas y banquetes del pasado, permanecían cerradas con llave, excepto las ocupados por Marco y Eva, una en cada extremo del recinto.


Había dos salas enormes y casi vacías, cuatro baños, un invernadero y la terraza ancha que contornaba todo el apartamento. La cocina ocupaba un área especial, independiente del resto de la construcción y también tenía dimensiones ciclópeas. Al lado se levantaba otro edificio, un poco más bajo, separado por una estrecha faja de terreno baldío, donde los vecinos a veces arrojaban desperdicios. Las terrazas quedaban frente e frente. Ramón, el albañil, vivía en el décimo piso del edificio menor, junto con su esposa. Ambos mantenían una relación indiferente con el matrimonio.

De mañana temprano, Marco le mostró a Eva la pared rajada, pero ella desvió la atención hacia el balcón del vecino. Fue la primera que notó el cambio. Estaba ahora más próximo. Y no era una imagen poética.


—Tenés razón. Un poco más y hasta se podría pasar de un salto —confirmó Marco.


Era como si la ciudad estuviese sujeta a una fuerza compresiva que los apretaba en un espacio cada vez más reducido. Marco no paraba de pensar en el extraño fenómeno. 


—No es que nos estamos encogiendo. Las cosas mantienen sus medidas. Sólo que el espacio entre ellas se está volviendo menor. Es lo que dicen la Internet y la televisión.


Por todos lados las calles mostraban arrugas y pliegues formados de repente. La tv mostraba escenas insólitas, amplificadas por el nerviosismo de los reporteros. 

«Los trenes quedaron detenidos en la zona norte, después que varios durmientes salieron de su posición y se atravesaron en los rieles. En el zoológico, apareció una grieta bajo las jaulas del cuadrante cuatro. Eso causó la ruptura de los barrotes de una de las puertas, por donde escaparon varios animales. Dos gorilas y un oso Panda aún no han sido localizados.» 


—Tendremos que ver esa rajadura. Nuestro vecino Ramón es albañil, ¿no?

—Y vos pensás hablar con ese viejo borracho que no sabe ni trabajar?

—Parece que no tenemos otra opción. 


Los desacuerdos continuaron floreciendo a medida que el espacio se hacía menor. Donde antes había lugar para dos muebles ahora sólo cabía uno.

Ramón aceptó llevar a cabo la reparación y en dos días la pared estaba restaurada. Marco volvió a mirar los balcones. No comentó nada esta vez, pero ya había tomado una decisión, que comunicó a Eva, creando más problemas a la situación delicada de la pareja.


—Vamos a disminuir la sala —dijo Marco—. Voy a pedirle a Ramón que haga la reforma. 


—¿De nuevo? —preguntó Eva con desprecio—. No me gusta nada la idea de verlo por aquí. El otro día metió la cabeza por la ventana de mi cuarto al salir del baño. Yo estaba desnuda, sólo con la toalla, fíjate qué absurdo, y decirme «buen día doña Eva, ¿ustedes solucionaron el problema de la tv?» «El aroma de sus empanadas estaba delicioso el domingo.»

¿Cómo sabía que discutimos por la pose de la tv? ¿Y que el domingo comimos empanadas de pollo? ¿Y vos querés traerlo a trabajar aquí? Sería mejor que pensaras un poco lo que vas a hacer. 


—Entonces uno de nosotros va a tener que dormir afuera. Y considerando que yo pagué la mayor parte de este galpón…

—Significa que el jefe me está dando el desalojo. Está bien. No tengo derecho de reclamar. La verdad que con la pared hizo un buen trabajo. Decile, si querés. Con tal de que sea rápido. Pero pedile que no beba antes, por favor. Soy yo quien va a encargarse de esa reforma, quien va a tener que aguantarlo el día entero. Vos llegás de noche, ni sabés cómo marchan las cosas por aquí. 


«Parece castigo —pensó Marco—. Cuanto más distancia quiero poner entre Eva y yo, más juntos estamos quedando.»


El día en que comenzó la reforma, Marco volvió a casa con un osito en los brazos. Un encantador Panda, muerto de frío y de miedo, que él traía envuelto en su campera de piel.


—Debe  ser el que dijo la tv. El pobrecito estaba aterrorizado en medio del tumulto. No tuve coraje de dejarlo. Vamos a cuidarlo aquí hasta que se solucione el problema. Le di un nombre. Mientras se quede con nosotros, se llamará Tobi. Mañana voy a avisar al zoológico.


—Era lo que faltaba —rezongó Eva. Lanzó una mirada cómplice a Ramón fuera de la vista de Marco, preocupado con el estado caótico de la ciudad. Marco siguió contando sobre el caos en las calles: 


—El clima es de perplejidad y desconfianza. Muchos están en las iglesias rezando. La circulación de vehículos ha sido prohibida, y en las calles sólo se ven bicicletas. Los skatistas andan chocando con todo el mundo. En las escuelas, los niños hacen clase en los patios de recreo, porque las salas han quedado muy pequeñas. 


La tv recitaba horrores sin parar: «En los barrios más apartados, durante la madrugada se escucha el hormigón de las avenidas quebrándose mientras se contrae. Montañas de piedra y tierra surgen de un día para otro en superficies que antes eran lisas y pulidas.»


—¿Cómo va la reforma? —preguntó Marco distraído.

—No muy bien. Si la situación se sigue complicando, tal vez necesitemos juntar las dos salas. Decidimos  eliminar una de las bibliotecas. Mi cuarto está quedando chico. Tengo la ropa guardada en bolsas de nylon, pudriéndose de humedad —se quejó Eva.

—Podrías librarte de algunas ropas.

—Claro, y voy a salir con mis amigas cubriéndome con tus libros. Ni lo pienses. ¿Por qué no regalas algunos? Esos estantes están llenos de cosas inútiles. 

—Tu colección de perfumes es mucho más inútil. 

—Mirá, no vamos a discutir más. Tendremos que hacer una reforma mayor. Lo único que quiero es un poco de independencia. Nosotros dos, cuando estamos muy juntos…bueno. Ya sabés. 

—Disculpame. ¿Vos dijiste «que decidimos eliminar?»


—Claro, Ramón y yo. ¿No quedamos en que yo lo iba a orientar? Me pide opinión para todo. No puede resolver  los problemas solo.


Eva se sentía incómoda con el animalito. Andaba diciendo a los vecinos que era esclava del oso. Como quedaba todo el día en casa atendiendo la reforma, se encargaba de su cuidado y de mantener siempre un plato lleno de troncos de bambú. El alimento comenzó a escasear y Tobi a veces tenía que comer cosas que no eran muy adecuadas para su organismo. Comenzó a quejarse de hambre. Aparte, una criatura que pasa el día comiendo, debe crear material de descarte en la misma medida. Eva pasaba el tiempo limpiando. 


—¿No vas a comprarle ración? Desde que come de nuestra comida se pasa ensuciando todo. 

—Parece que no le sienta bien. Está debilitado, puede enfermarse. Y la tienda de animales no responde. En el bosque podríamos encontrar unos troncos de aquellos bambúes bien gordos, pero los trenes y el metro no están funcionando. Es la única forma de llegar, dado que no circulan los coches. 

 

El Ciudad Alerta no daba abasto para atender tantas llamadas. Lo peor era que las autoridades no tenían nada que decir. «Las tiendas deben atender por turnos, las personas hacen cola para entrar.» «En los Supermercados, los clientes hacen cola en los estacionamientos, que ya no se usan porque no hay más coches en las calles.»


Esa tarde Marco vio a Eva y Ramón conversando animadamente en el balcón. Tal vez sugestionado por las noticias alarmantes que estaban en todos lados o por otras señales más próximas, Marco se convenció de que ahora estaba más cerca de su vecino. O por lo menos, su mujer estaba. Porque en un momento Ramón hizo un chiste y Eva dejó girar el rostro bien cerca del rostro de Ramón, casi tocándolo. Y Ramón bebió un sorbo de caña y Eva se divertía.

Ahora realmente dudaba si el vecino sería la persona cierta para  llevar a cabo la reforma. Guardó la información y se preocupó con su protegido. Eva llegó de su largo cabildeo. Parecía animada y reía sin parar.


—Al menos ahora no odiás tanto a tu vecino. ¿De qué hablaban?

—De cómo será la reforma. Yo lo estoy guiando. Ramón elogió mucho la decoración del cuarto. Le dije que era una idea mía. 

—Pero la reforma es en la sala. ¿Para qué tendría que ver el cuarto? 

Decidimos que va a ser una reforma general. Como vos no querés vender la biblioteca, vamos a transformar los dos cuartos y la sala en un ambiente único. Habrá una sola cama de una plaza. La usaremos un día cada uno. El otro duerme en la alfombra, hay almohadones de sobra. Una tv, un escritorio, una biblioteca. La otra, vos te arreglarás. Ya decidimos con Ramón, te guste o no. ¿Escuchaste? Decidimos. Y si él dijo, vos callate la boca. Él entiende de su trabajo y deberías dejarlo en paz. ¿O vas a comenzar de nuevo con tus traumas de macho dominante?

—Está bien. Usaremos un biombo para mantener cierta privacidad —exigió Marco. Con una sola tv habrá que establecer horarios también. Vos y tus novelas van en el horario de la noche.

—Y vos con tu maldito fútbol los fines de semana. Vamos a ayudarlo para que acabe rápido. Ahora ya me está molestando, impregnando todo de aquella caña barata. Y ese balcón cada vez más cerca que me deja nerviosa. Ya ni usa la puerta, entra directo por la ventana. 


Eva sentía placer en provocar a Marco delante de Ramón. Buscaba cualquier motivo. La tv muy alta, el estéreo el día entero con aquellas músicas extrañas que duraban horas, o el olor a cigarro que era «peor que la caña de Ramón». Para colmo, estaba  el desorden causado por Tobi, que se quejaba cuando su salvador no estaba en casa. Eva quería la cama junto a la ventana que da al balcón de Ramón, cuando le tocara usarla. 


—Es por mi asma. Siento falta de aire por la noche. Creo que el pelo del oso me está dando alergia. ¿Todavía no hablaste con el zoológico?

—No responde. Parece que continúa cerrado al público. Te vas a divertir con los ronquidos de nuestro vecino.

—Él no ronca tan fuerte como tu oso.

—Ah! ¿Y cómo sabés?

Eva ni respondió. Soltó un sarcasmo intraducible para sí misma y se dio vuelta hacia la pared. 


De mañana, la discusión recayó otra vez en el oso. ¿Quién saldría para procurar su alimento? Eva ya tenía la solución. 

—No, Ramón no puede ir. Tiene que seguir con el trabajo o no va a terminar nunca. Y vos tenés el día libre en la oficina. 

Marco salió con el único objetivo de encontrar comida para Tobi. El bonito sol de otoño lo animó. Pensaba en el lado absurdo de la situación. Algo curioso había ocurrido en la ciudad. Pilas de escombros habían brotado por todos lados de la noche a la mañana. De repente, dos criaturas de vidas tan distantes y dispares, se juntaron. Y aquí estaba él. Caminando sobre barreras de escombros, buscando alimento para un osito perdido que ahora vivía en su casa. Dos parroquianos conversaban a la puerta de un bar:


—El plegamiento está empujando la ciudad para arriba. Ahora se parece a un hongo. 

—Sí. Fíjese que yo vivo en una planta baja y hoy veo los campos que están del otro lado de las montañas. Para llegar a casa tomo el ascensor. 


Arduo trabajo tuvo Marco hasta encontrar una tienda de alimentación animal. Anduvo toda la mañana y parte de la tarde, cuando fue obligado a descansar en un parque. Se quedó dormido y soñó con Tobi en la cama y Eva furiosa y Ramón medio borracho y ella le pide a Tobi que se haga un poquito al lado, oso atrevido, tomas toda la cama para vos, y cuando se despertó ya anochecía. El teléfono de Eva no respondía. Las calles estaban cada vez más complicadas. El prensado de las moles de cemento trituraba jardines, verjas de hierro, bicicletas, latas de basura, todo lo que se le ponía en el camino. Los caños que no se rompían bajo la superficie abrían el cemento y subían retorciéndose y anudándose como si fuesen de goma flexible, para estrellarse contra los postes de luz. El agua filtraba por todos lados y el barro inundaba las veredas. Los árboles se encorvaban y ayudaban a  componer aquella desoladora imagen de aplastamiento.

Cuando por fin halló el comercio, estaba a más de tres kilómetros del apartamento y no tenía opción: regresar a casa con una bolsa de diez kilos al hombro, por calles que se estaban volviendo intransitables. En algunos tramos más afectados por el fruncido del cemento, era como caminar sobre adoquines. Y Eva no respondía. ¿Cómo estaría Tobi? ¿Tendría todavía comida? ¿Estaría abrigado dentro del cobertor?


—No, señor. No tenemos paquetes menores. Ese bicho come demasiado. Lo que usted lleva lo va a satisfacer apenas para algunos aperitivos.


La llamada de Eva le cayó fastidiosa, inoportuna. Había intentado encontrarla el día entero, sin suerte. Estaba muy nerviosa y ahora acusaba al oso de haberle robado la cama. 


—Esto no es justo. Trabajamos como locos con Ramón el día entero, por eso no podía atender el teléfono. Esto es un caos. Hay restos de revoque dentro de la sopa, canillas goteando, pedazos de bambú por todos lados, ni te digo. Para completar, Tobi se ha subido a la cama y no quiere salir. Voy a dormir en los almohadones.    ¡Maldito comilón!

Marco se divirtió con su sueño premonitorio del parque, pero no lo comentó con Eva. 


—¿Qué dice Ramón?


—Nada, como siempre. Trabajó bien pero bebió mucho y yo me puse muy nerviosa, imaginate, volviendo a casa por el balcón, podía caerse, ocurrir una tragedia. Estoy estresada y me duele la cabeza. Ya me voy a dormir. 


—¿Y Tobi? ¿Todavía tiene comida?


—Un poco tiene. Hasta mañana le alcanza. Hoy anduvo llorisqueando, debe ser que te extraña. Para peor Ramón, ya sabés, con el alcohol se irritó. Hasta quiso pegarle. Tuve que meterme en el medio.


—Quedate tranquila. Yo estoy tan cansado que no conseguiría volver a pie, aunque no tuviera que cargar los diez kilos. Dormiré por aquí en cualquier pensión. Mañana le pediré ayuda a los obreros. Debe haber camiones saliendo con equipos de mantenimiento, con la cosa como está.


—Va a ser lo ideal. Porque hoy es mi día de cama, lo estoy viendo en el calendario. Y con tu oso intruso robándome el lugar, yo voy para los almohadones. Entonces vos dormirías en el suelo.


De repente, Marco se sintió mejor. Tobi tendría su bambú, y, como agregado, él mismo dormiría tranquilo sin volver al apartamento, donde con seguridad le esperaban más problemas con las súbitas perversidades de su mujer. Con suerte, encontraría un lugar para pasar la noche; o entonces dormiría en la calle. Lo importante era que estaba con un bolso de nudos de bambú que haría las delicias de Tobi. 

Cuando iba a atravesar la calle fue encandilado por la luz potente de un camión. Una voz familiar lo saludó. Era Eric, el capataz de su edificio, volviendo en su vehículo autorizado con cajas de cables y enchufes para la reparación de la red eléctrica. Marco pensó que era un hombre de suerte. Dormiría bajo techo. Estaba tan cansado que ni escucharía las reclamaciones de Eva, y además Tobi tendría comida fresca antes del amanecer. Su decepción vino cuando en medio del camino quiso avisar a Eva sobre el cambio de planes. Su móvil estaba sin batería. Sabiendo de la aversión de su amigo por la tecnología, ni le pidió ayuda. Eric nunca había usado un móvil. Se rió para sí pensando en la cara de su esposa cuando lo viese aparecer de sorpresa.

Era ya pasada la medianoche cuando llegó al edificio y atisbó el décimo piso con una luz débil que escapaba por el ventanal de la terraza. «Raro —pensó. Eva nunca se queda despierta hasta esta hora.» Llegó a la entrada exhausto y el portero lo ayudó a cargar los diez kilos hasta el ascensor. Al llegar al piso, gastó las últimas fuerzas arrastrando la bolsa por el corredor. Venía pensando en dar una reprimenda a Ramón. «No tenía derecho a maltratar a Tobi. Y menos con violencia. Invade mi casa por la ventana, sorprende a mi mujer desnuda, ya está pasando de los límites. Mañana le diré que se vaya, acabó la reforma para él.»


Antes de colocar la llave, fue sorprendido por el fuerte vaho de alcohol. Empujó la puerta y vio a Ramón que hacía esfuerzos por incorporarse agarrado al batiente de la puerta. Demoró algunos segundos hasta que sus ojos encontraron los de Marco. Dibujó una sonrisa sin gracia y bajó la cabeza. Marco comprendió que cualquier intento de comunicación con su albañil sería en vano. Tobi salió debajo de unas vigas de madera y saltó feliz para darle un fuerte abrazo a su compañero. Así se quedaron apretados por unos minutos encima de pilas de residuos, hasta que Marco escuchó un balbuceo entrecortado y confuso. Era la voz de su mujer. Venía del cuarto que había visto iluminado, el eje de la reforma. Parecía hablar en sueños, con una voz tan quejumbrosa que no pudo entender una palabra. Dejó a Tobi en el sofá y empujó con discreción la puerta, absorbiendo la luz púrpura de la veladora sobre la alfombra. Vio el cuerpo desnudo de Eva, dormida boca abajo encima de varios almohadones desarreglados, ropas íntimas y calcetines. Sólo una parte de la espalda estaba cubierta por la punta de la sábana. Sobre la almohada brillaba la botella casi vacía de aguardiente

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