MORGANIS ELFIDIAE

 1-Lobo

Ya había tenido antes esa sensación extraña de tarjeta postal, especialmente a esta hora, cuando todo parece moverse más despacio por la proximidad del crepúsculo. La neblina baja cansada, sin ganas, como queriendo acoplarse a la quietud que envuelve los campos y empieza a mezclarse con los perfiles medio borroneados de algunos pocos pasajeros protegiéndose del frío. La vieja estación de Río Grande da Serra parece llenarse de una vida incesante y al mismo tiempo estacionaria. Un pájaro volando encima de los cerros, un rayo de sol filtrándose por el estrecho espacio entre dos ramas, la calima enroscándose en las pantallas calientes de los letreros. Ninguna de todas esas cosas, ajenas las unas a las otras, podría ser concebida a no ser dentro del cuadro y dentro de un fugaz átomo de tiempo. Cada flor, cada brote, cada diminuto insecto que abre su camino entre la hierba, cada respiración, cada caricia demorada de los amantes en el puente, burbujas únicas de tiempo nulo, donde todo parece inexorablemente parado. Desde el paso a nivel veo las primeras luces que se encienden en los altos postes casi junto con el potente ojo del semáforo en la vía, anunciando el tren que se aproxima. En ese momento mi mano procura la billetera en el bolsillo posterior del pantalón. Pero el bolsillo está vacío.

Ahora tendría que andar hacia atrás todo el camino hasta mi refugio en el bosque, con la esperanza de que mi dinero y documentos hubiesen quedado entre alguno de los brozales que rodean el campamento. Debía apurarme, si todavía quería aprovechar los últimos minutos de luz y regresar antes de hacerse noche cerrada. Apuré el paso para salvar la corta distancia hasta la estación y en el kiosko pedí un café bien caliente, mientras comentaba distraídamente con la muchacha de ojos verdes y cerquillo cortado encima de los ojos a respecto de la pérdida de mi billetera y la necesidad de volver al campo inmediatamente.

-Apúrese, señor, esos caminos son peligrosos después de oscurecer - me advirtió preocupada.

Entonces vi a Lobo. Todo acurrucado protegiéndose del frío al pie de la escalera que conduce a la plataforma, ajeno a las olas de pasajeros expelidos continuamente por las puertas de vidrio de la salida principal. Lobo es uno de los varios perros sin dueño que viven en las redondezas de la estación. Él me espera cuando llego en el tren para acompañarme en las caminadas por las sendas. Así se ha transformado en mi fiel escudero y can de guardia infatigable, a pesar de tener que moverse apenas con sus tres extremidades útiles, porque la cuarta le fue descepada por la rueda de un tren.

Como siempre, corrió a mi encuentro al verme, anticipando una más de sus andadas a través de los montes. Atravesé la calle y me protegí bajo el tejado de la parada de taxis sorbiendo lentamente mi café, siempre escoltado por mi compañero, pronto para emprender el camino. Lloviznaba un poco y yo me sentí aprensivo a respecto de llevarlo conmigo esta vez, por miedo de una posible lluvia. Pero ni pensé en dejarlo para atrás. Sabía que no había forma de disuadirlo una vez que me veía rumbear en dirección a las trillas.

Entonces ocurrió algo insólito: probablemente atraída por el aroma dulce del café, una abeja minúscula penetró en mi boca semiabierta por el lado izquierdo. Cuando yo percibí la presencia del cuerpo extraño ya había sido picado. Escupí el café junto con el bicho al tiempo que un dolor punzante junto con una sensación de ardor me hizo dar un grito medio ahogado. En pocos segundos, todo el lado izquierdo de mi rostro estaba comenzado a quedar anestesiado. Mi vista se nubló por un momento y después vi a Lobo esperándome algunos metros más adelante. Me apoyé en la mureta de protección y cambaleé unos dos o tres pasos. Pensé cruzar hasta la farmacia y comprar un anti inflamatorio, pero la posibilidad de tener que enfrentar la noche en la senda me desanimó. Pronto oscurecería. Lobo no se movió. Claramente estaba percibiendo mi hesitación. Esperó algunos minutos y sólo cuando tuvo certeza de que yo finalmente me decidiría a andar, salío dando pequeños saltitos con sus tres piernas y comenzó a guiar mi camino de vuelta para la vía.


Al principio fue sólo la hinchazón y el desconfort de la boca dormida, pero cuando nos fuimos aproximando de regreso al paso a nivel, mi preocupación aumentó. Por momentos mi vista deformaba los contornos de las cosas. Lobo corriendo a mi frente se transformó en un pequeño jabalí y enseguida en un puercoespín. Los autos se estiraban pareciendo limousines bajo el efecto narcotizante del veneno. Seguí instintivamente a mi compañero cuando hizo un giro a la derecha y comenzó a bordear el lago. De este lado la niebla estaba bajando más rápido y ya no permitía ver el entroncamiento de las sendas que llevan hacia los enormes galpones de mantenimiento, cerca de donde yo había fijado mi campamento ese día. Lobo miró a un lado y otro y su instinto de cazador dudó un momento, para después avanzar por una estrecho desfiladero entre dos charcos que nos trajo de nuevo para la línea recta de la vía. El sol ya comenzaba a bajar tras la pequeña caída de agua bordeada por pinos cuando avistamos un bulto moviéndose en la niebla a unos doscientos metros delante de nosotros.

Lobo dio un ladrido de alerta y se adelantó a investigar. Pronto vi dos sombras jugando alegremente, señal de que yo podía confiar, era alguien conocido y ahora Lobo estaba volviendo para llamarme. Entonces vi salir de entre la niebla a Paulo, mi amigo que vive en una rústica cabaña en el monte y se gana la vida fabricando bonitos floreros con raíces de helecho, que luego vende en los comercios de la región. Su rudimentario taller, consistente en algunos cuchillos y cinceles para decorar los envases, queda a unos pocos metros del primer galpón y de mi refugio, al borde de la vía que se pierde hacia el norte envuelta por la floresta por ambos lados. Los lugareños conocen el paraje como la curva del ahorcado, ya que el lugar es notorio porque algún tiempo atrás fue descubierto en alguno de los barrancos cercanos el cuerpo ya putrefacto de un hombre que aparentemente se había quitado la vida, colgando de una rama.

Noté que estaba muy nervioso, hablaba al teléfono con alguien y repetía continuamente un nombre: Patty. Mi cabeza balanceaba y me recosté en un tronco intentando recomponerme un poco, pero era obvio que alguna sustancia en la picada de la abeja me estaba afectando y no me dejaba coordinar mis impresiones. Debía haber comprado ese remedio,después de todo. Cuando regresemos la farmacia ya deberá estar cerrada. Ahora ya no había cómo escapar a la noche en nuestra vuelta por el sendero. Pero yo no podía olvidar que necesitaba recuperar mis documentos, si es que ellos estaban en mi abrigo. Paulo vociferaba otra vez en el teléfono exigiendo respuestas.¿El tren estaba atrasado? ¿Había ocurrido algo en la vía? ¿Los manifestantes habían hecho un piquete? y ¿cómo podía vincularse eso con Patty, la muchacha delicada e inocente volviendo de clase sin sospechar que una estación cualquiera en una noche de invierno podía traerla de regreso a una pesadilla antigua? Patty de las trenzas negras y largas y de los grandes ojos marrones que llena la pantalla del celular del padre orgulloso, se graba en mi mente y sin querer me trae para dentro de una historia ajena, en la que yo puedo quedar atrapado en cualquier momento. Un fin de tarde rutinario cerrándose sobre mí como las nubes negras encima del cerro anunciando tormenta. Y todo por causa de unos documentos perdidos y una abeja. Me dirigí con paso firme hacia mi cobijo, bien en el fondo del barranco que cae empinado en un declive de tres o cuatro metros hasta dar en la breña rústica del borde del río, con una mano sujetando la linterna y la otra libre para descender agarrado a la cuerda de rappel. Lobo, claro, ya me esperaba al pie de la bajada, con sus ojos brillantes contrastando la noche.

Pero no fue ese el brillo que desvió mi atención. Detrás del grueso tronco de un árbol y en un pequeño espacio semicubierto por las ramas secas del brozal, de repente reconocí la imagen fosforescente y medio diluída de un cuerpo humano. La cuerda que le apretaba el pescuezo había reventado abajo del nudo, dejando un resto enroscado allá encima. No sé si tenía ropas, yo sólo vi la luz, y fue tan breve que cuando la demorada reacción de Lobo llegó con un quejido de pavor, la maleza ya estaba en tinieblas de nuevo. Apunté el haz de la linterna hacia el lugar y sólo vi un espacio vacío. Simplemente no había nada allí. Recogí mi billetera caída detrás de unas plantas y ya subía por la cuerda cuando sentí la voz de Paulo, alertado por el nerviosismo de Lobo. Los dos ya me esperaban asomados al borde superior del barranco. Paulo escuchaba divertido, sin darme mucha importancia, parece que la picada te está haciendo ver visiones, uruguayo, ja ja ja, hasta que en un momento se quedó serio, mirándome. Había algo incoherente en mi relato: el desdichado hombre había sido encontrado todavía colgado del árbol. El fantasma que yo vi estaba acostado sobre un lecho de plantas.

Pero claro, Paulo estaba más interesado en establecer contacto con la estación de Prefeito Saladino, donde había sido informado de que todo no pasaba de una escaramuza entre algunos huelguistas y la policía, algunos vidrios rotos y un puñado de personas presas. Todos los pasajeros estaban protegidos dentro del recinto de la estación. Los trenes no estaban circulando en ese momento. Ninguna otra información conseguí retirar de mi amigo, ni el motivo de su gran preocupación. Lobo, desconfiado, miró de nuevo para el declive oscuro y todavía dio unos aullidos nerviosos antes de emprender el camino. Yo dirigí mi vista hacia el sendero. La niebla ahora pesaba, daba la impresión de ser un cuerpo sólido que volvía todo más lento y dificultaba la caminada. Colgaba en girones perezosos que goteaban de las ramas secas y deformaba los troncos de los árboles, hasta amontonarse abajo, entre las raíces, formando con ellas una masa opaca, una cortina impenetrable que parecía querer meterse dentro de la tierra. Tuvimos que contornear un trecho de breña pedregosa y muy intrincada. Cuando intentamos volver a la senda anterior fue que Lobo se extravió. Nos sentamos en el piso húmedo y nos miramos a los ojos por algunos segundos bajo la luz agonizante de la linterna. Yo sabía que dependía del instinto de mi perro para no perder el rumbo en la oscuridad. Pero estaba tranquilo. Sabía también que él jamás me abandonaría. Nunca había regresado de la espesura a no ser junto conmigo.

Mi sentido de orientación desmoronó. Cualquier salida me parecía igual. Para peor, por momentos mi cerebro era atacado por unos flashes extraños que me hacían dudar de todo lo que estaba ocurriendo. Creí ver a Lobo sentado en el agua brillante del pantano, entre nubes de humo. Mi rostro estaba cubierto por una máscara helada de llovizna y vapor condensado en gotas minúsculas. De repente Lobo se irguió y giró varias veces la cabeza hasta parar en un punto que indicaba un declive a la izquierda, describiendo un arco bien amplio pero que en compensación bajaba de una forma más tranquila y menos empinada que el lado que atraviesa la breña. Sin dudar, se adentró en la cellisca pesada con un ladrido, avisando que la decisión estaba tomada. A medida que descendíamos por la encuesta en total oscuridad ya sin la ayuda de la linterna, yo aumentaba mi convicción de que ya había vuelto del refugio antes, pero por un camino que no era ese, y aparte estaba el hecho de que yo no venía con Lobo esa vez. Pronto la intuición de mi perro se mostró perfectamente afinada. Las luces de la avenida aparecieron como a un kilómetro adelante y guiaron nuestra vuelta para el centro de la ciudad. Cuando alcanzamos el paso a nivel y el puente, a unos quinientos metros de la estación, el brillo de las luces de repente se volvió muy fuerte.

Quizás como consecuencia del aire caliente que subía de los ductos de succión enclavados debajo del puente, sólo ahora percibí el ardor que quemaba en mi boca hinchada. Eso me trajo de nuevo para una realidad de la que yo entraba y salía de una forma descontrolada. Por lo menos me alivió el hecho de haber recuperado mis documentos, sintiendo el bulto prominente de la billetera en el bolsillo derecho. El reloj de la avenida mostraba las siete menos cinco en su letrero enorme. Esta vez no dudé. Necesitaba con urgencia una medicina para acabar con la hinchazón. Corrí para llegar a tiempo a la pequeña farmacia, dejando momentáneamente a mi compañero para atrás. Entré cuando uno de los funcionarios ya comenzaba a bajar las cortinas y pedí el anti inflamatorio más fuerte del catálogo.

-Tome éste aquí, pero no abuse - me advirtió el farmacéutico - Dosis exageradas pueden provocar alucinaciones. Y evite ingerir cafeína. Ella complica el efecto del remedio y puede dar tontura.

Compré una caja de salchichas para Lobo. Busqué un lugar más apartado para que pudiera dar cuenta de su cena sin ser perturbado por el paso de los viajantes. Rompí el plástico y tragué el primer comprimido sin agua. De repente todo alrededor quedó congelado como en una foto.

Ésto ya ocurrió, pero fue en el puente - pensé aterrorizado. Sólo que no podría afirmar si ese momento había sido una hora o algunos minutos atrás. Lobo había desaparecido. Y mi bolsillo estaba vacío. Otra burbuja. Pero de una forma diferente: ahora yo estaba preso dentro de ella, dentro de una dimensión que tenía sus propias reglas y seguía un camino divergente, arrastrándome en un curso alucinado que era invisible desde el exterior. Aquí yo pude volver a sentir mi rostro intacto y la abeja era apenas un evento incierto en otro punto de una cadena que tenía muchos futuros posibles. O entonces, un evento que no ocurriría nunca. Intrigado, me dirigí al kiosko y pedí un café, desestimando las recomendaciones del farmacéutico. Había una sospecha turbia martillando en mi cabeza. La misma muchacha de ojos verdes me reconoció de inmediato. Tal como yo esperaba, ella no hizo ningún comentario a respecto de algún problema con mi cara.

-¿Otra vez por aquí? Y entonces,¿encontrò la billetera?

El tiempo parecía haberse desdoblado y yo estaba viviendo la misma situación por segunda vez.

- No, - mentí - es que todavía no pude ir, me demoré esperando a un amigo.

-Pues sería bueno apurarse. De noche y con esa neblina...

Las informaciones que mi cerebro procesaba eran contradictorias. El mismo café, pero ¿cómo la muchacha de ojos verdes sabía de mi billetera perdida? Aparte de todo, ahora es de noche. Lobo no está pero él había regresado conmigo del campo minutos atrás. Apenas fragmentos de cosas que me decían que esto no era un déjà vu común y corriente. Esos dos átomos, esas dos burbujas se adelantaban y se atrasaban una en relación a la otra por un billonésimo de segundo en un tiempo nulo. Una determinada secuencia de acontecimientos se desdoblaba en varias a la vez. Finalmente vi a Lobo acurrrucado al pie de la escalera y nos fuimos a guarecer del rocío bajo el techo de la parada de taxis, donde yo tomaría mi café. Sentí el aguijón como el desenlace de un destino inevitable que no me dejaría salir del juego, Lobo esperándome, entonces el detalle otra vez, todo parece igual pero siempre hay algo que sobra o algo que falta, el detalle ahora es el teléfono que toca, la voz de Paulo

-Bueno gringo,¿vas a venir o no a buscar esos documentos? Yo, en tu lugar no me animaría en medio de esa noche cerrada, pero si no demorás mucho te espero, estoy con un problema y me gustaría hablar contigo

y la voz de Paulo parecia llegarme desde tiempos diferentes que se juntaban y se separaban. Mi sanidad mental pareció abandonarme y debo haber perdido la conciencia. Me desperté con Paulo aplicándome unas compresas heladas, recostado contra un tronco.Y allá estaba Lobo a mi lado. Paulo hacía bromas sobre mi cara hinchada, cosa que lo distrajo por unos minutos para volver a asumir un rostro de extrema preocupación. Ahora estaba casi llorando. Entonces insistí para que me contara lo que le estaba ocurriendo.

-Es que hace más de una hora que estoy llamando al teléfono de Patty, y ella no responde. El aparato está fuera de servicio.

-Bueno, mi amigo, eso no tiene nada de insólito, pasa con todo el mundo todos los días.

-Ella me llama al salir de la escuela, cuando va a tomar el tren, nunca deja de hacerlo. Después baja en la Estación de Prefeito Saladino para tomar um ómnibus directo hacia aquí, donde yo la espero todas las noches. Pero hoy su teléfono está mudo. Un funcionario acaba de comunicarme que hubo un problema con un piquete de huelguistas en esa estación y los trenes están parados. El tren de Patty debe llegar alrededor de las diez.

Yo todavía no entendía la relación entre Patty y el problema en la estación.Ya se hacía tarde y Lobo daba vueltas agitado, llamándome la atención para la necesidad de regresar.

-Bueno, de acuerdo. Pero mismo si hubiera ocurrido algo en el tren de Patty, por qué tu miedo de que algo fuese a ocurrir justo con ella? Cientos de personas deben venir en ese tren.

-Voy a tener que contarte algo para que entiendas mi preocupación. No voy a demorarte mucho.

La angustia de Paulo era ahora tan apremiante que me dispuse a oír su historia, contrariando la insistencia de mi perro, con frío y probablemente con hambre, mirándome y mirando para el camino. Lo envolví en una manta a mi lado y el calor de mi cuerpo lo hizo adormecer. Entonces comencé a escuchar la historia de una tragedia anunciada.

-Todo comenzó con la muerte de mi mujer, poco después de Patty nacer. Decidido a reconstruir mi vida, principalmente por causa de mi pequeña hija, conocí a Beatriz unos cinco años atrás y nos casamos tras un noviazgo muy rápido. Patty rápidamente aceptó a su madrastra y todo iba bien hasta que ésta comenzó a mostrar señales de perturbación mental. Pasaba la mayor parte del tiempo durmiendo, despertaba malhumorada y de ahí pasó a tratar mal a Patty. Comenzaron las agresiones, los insultos, yo empecé a perder también la paciencia con ella. Comenzó a salir con amigas, ella decía, y a volver a casa de madrugada, embriagada e insultándome. En la villa ya eran corrientes los comentarios de que mi mujer se acostaba con varios de los vecinos y que pasaba horas en el boliche bebiendo con cualquiera que le pagara unas copas. Un día rompió un plato en uno de sus ataques habituales, rasgó las venas en su brazo derecho y cortó su mejilla. Fue llevada de urgencia al Pronto Socorro y así ganó la cicatriz que la acompañará por el resto de su vida.

Por causa de Patty, fui obligado a acabar con la intolerable situación. Un día llegó de una de sus bebederas traída por dos de sus amantes y comenzó a insultarme. Cuando nos quedamos solos le pedí que se fuera de casa. Ella hizo un escándalo alterada por el alcohol, como para que todo el mundo escuchara y juró en la puerta, juntando sus cosas, que iría a vengarse de mí y de mi gurisa. No quiso llevar nada aparte de sus ropas y su pastor alemán, que había heredado de una abuela fallecida.

A medida que Paulo contaba, yo veía desarrollarse una historia que podría estar jugándose en diferentes planos. Todos esos planos quedaban abiertos a casualidades y coincidencias que no dependían del control de los personajes envueltos, un teléfono que no responde, una muchacha perdida, una madrastra cruel y neurasténica, una emboscada, pero que en realidad podía no ser nada de eso, una agitación sindical, algunos manifestantes, la chica que ajena a los disturbios entra en su ómnibus y marcha directo para casa. Paulo continuó contándome todo su itinerario de infortunios. Yo lo dejé hablar sin interrumpirlo, porque sentí que eso le hacía bien y lo aliviaba.Y Lobo dormía ahora plácidamente a mi lado, sin dar señales de molestarse para emprender la marcha.

-Las cosas no pararon por ahí .Ya viviendo en la casa de una amiga y sin medios de subsistencia, conoció a un alemán, un estivador de las docas, gente de mal vivir, que la obligaba a prostituírse y se quedaba con todo su dinero, manteniéndola apenas con la ropa puesta y algún miserable plato de comida que él le pasaba cuando sobraba. Varias veces fue vista rondando la escuela de mi hija junto con el fulano, como si estuviera tramando algo. Después comenzaron las llamadas anónimas, las amenazas de muerte.

Procuré aliviar en parte la angustia creciente de mi amigo.

-Bueno, quedate tranquilo, yo tengo que bajar en esa estación y voy a llegar bastante antes que ella, de todos modos. Puedo hacer un tiempo en el kiosco de café y...

Entendí que no debería haber tomado aquel café. Claramente yo estaba sufriendo alucinaciones. La historia de mi amigo en mi celular todavía abierto y la visión de Lobo saboreando la última salchicha confirmaban que no habíamos salido del lugar. El ardor en mi rostro ha aumentado por el frío. Me despedí de mi compañero y me dirigí a los torniquetes de entrada dispuesto a entrar en mi tren, después de todo.


2 -En el tren.

Procuré uno de los pocos asientos libres y busqué el primer Brandeburgués de Bach en mi smartfone. A mi lado se sentó un señor ya entrado en años, muy bien vestido, traje marrón oscuro debajo de un impecable tapado de piel de cordero. Depositó una maleta de cuero en su falda y vi de reojo que lanzó una mirada rápida hacia el frasco de comprimidos que yo había dejado en el espacio al pie de la ventanilla. Entonces no pudo dejar de detenerse en mi rostro hinchado. Divertido con la situación, me adelanté a buscar conversación

- ¿No estoy pareciendo un E.T?, sonreí.

El hombre pareció sorprendido por mi broma, lo que debe haberle resultado gracioso también ya que me respondió en tono jocoso dejando ver una limpia hilera de dientes blancos:

- No se preocupe, no tiene nada de extraño para mí. Como médico ya estoy habituado a ver todo tipo de problemas en mis pacientes.¿Su muela está doliendo?

- No es nada con la muela - respondí medio cohibido. Fue una abeja.

Mi casual compañero pareció animarse ahora.

-Ah! por eso el remedio, supongo.Volvió a mirar el frasco.

Dudó por algunos segundos. Después ganó coraje.

-Err.,.¿usted sería tan amable de permitirme ver la bula?

-Sí, claro.Es un anti inflamatorio.

-Sólo por curiosear. Gajes del oficio,¿sabe?

Y empezó a repasar la lista de componentes de la receta,mientras yo ajustaba el sonido para dejarme llevar por el Brandeburgués. Reparé con curiosidad que él marcaba algunas de las sustancias con un bolígrafo.

-¿Alguna contraindicación?

-No, no, ningún problema. Sólo me llamaron la atención algunos items. Es que, dependiendo...

nuevamente silenció, como si quisiera decirme algo pero sin saber cómo

-¿Dependiendo?- pregunté curioso

-Dependiendo del tipo de abeja...

la nueva pausa me exasperó y ahora yo ya estaba intrigado, pero aguardé a que él continuase.

-...algunos de esos elementos pueden presentar efectos colaterales inesperados, por más que absolutamente inocuos y con certeza temporarios.¿Usted se acuerda cómo era la abeja?

-Sí, la cabeza era oscura igual que la parte posterior, pero el tronco era rayado,amarillo y negro en bandas muy finas

¿sólo amarillo y negro?-¿Ningún otro color?

-Sí, azul. Una marca azul en el abdomen.

-Entonces puede ser una Morganis Elfidiae. En ese caso, usted no es el primero en reportar un contacto con esa especie últimamente. Pero no quiero distraerlo con mis palabras, veo que se dispone a oir a Bach y no debe ser nada agradable mezclar Bach con abejas.

De nuevo tuve la impresión de que el médico se resistía a abrir el juego. Él ahora quería hacer de cuenta que no me había dejado nervioso con su revelación trunca a respecto de una abeja que bien podía ser la que me había atacado.

No,-solté así, medio irritado- para mí, Bach puede combinar muy bien con abejas. ¿Qué tal si usted se equipa con uno de los audífonos y vamos juntos con el primer Brandeburgués mientras me cuenta? Después de todo, me sobra un oído para escuchar la historia de la abejita.

-Claro, encantado. Adoro a Bach, y hasta Santo André, que es mi destino, podemos escuchar entero ese concierto maravilloso.

El concierto arrancó con el Allegro y yo respiré hondo para relajarme. Aguardaba ansioso el comienzo de la historia. El remedio había reducido levemente el ardor en mi boca, pero yo continuaba perdiendo los perfiles de las cosas, igual que cuando vi las limousines. Aparte, el médico había dicho cosas inquietantes, usted no es el primero, efectos colaterales inesperados, y el interés por el tipo de abeja, sus preguntas buscando detalles. Por momentos tenía la impresión de que él estaba más preocupado que yo con mi picada.Pero continuó enigmático, aún cuando la música entró en un crescendo para retomar el tema con la orquesta en pleno que le hizo diseñar una inconsciente sonrisa de felicidad. Creo que esperaba la calma inmediata, sostenida por una frase medio lúgubre de los bajos, para empezar su relato. El tren avanzó en una curva pronunciada a la izquierda, dejándome ver por la ventanilla la cabeza de la locomotora, allá adelante, que parecía estirarse por kilómetros.

La Morganis es natural de África Ecuatorial, donde es una especie común, entre tantas otras. Hasta recientemente, nunca había sido encontrada fuera de su habitat de origen. Fue cuando comenzaron a circular rumores de acontecimientos extraños vinculados a picadas de una abeja con esa misma descripción que usted me dio. Nuestra clínica, en efecto, ha atendido últimamente a varias personas víctimas de ataques, todas presentando síntomas similares: fiebre, ardor, dolor de cabeza, confusión visual. Se piensa que es probable que unos pocos ejemplares hayan conseguido atravesar el Atlántico de forma accidental, tal vez arrastrados por vientos oceánicos, hasta alcanzar las costas de Brasil, donde se adaptaron para comenzar a establecer pequeñas colonias.

Inquieto, paré la grabación y por unos momentos sólo me concentré en las palabras de mi acompañante, que también se alargaban y se acortaban caprichosamente como si fueran hechas de la misma materia flexible que las imágenes. Pero lo que me dejaba más tenso era el sentimiento, vago al principio, de que ellas me hablaban de una realidad muy íntima, demasiado acuciante como para ser escuchada con indiferencia. El primer comprimido podría tener que ver con eso, confusión visual era casi como decir alucinaciones.Y el hombre marcando nombres extraños con un bolígrafo no me ayudaba en nada a eliminar esa sensación vaga de familiaridad. Dejé entrar el Minué con la melodía triste de los oboes, una de mis partes favoritas del primer concierto. Todos mis sentidos absorbían una vorágine de impresiones como en una de aquellas burbujas, única, irrepetible, las notas alargadas de las maderas que después pasan para los violines mientras la fina luz crepuscular se funde lentamente en la noche, los oscuros faroles chorreando sombras largas tras los portones, las nubes negras traídas por los contrabajos y los fagotes, tapando todo, silenciando quién sabe qué caricias, qué gestos inconclusos traicionados por secretos mal escondidos, cuando el día llega al fin y el rocío apaga los últimos quejidos en los establos, sumergidos en una penumbra indiferente, quieta, sin contornos. Todavía no conseguía entender por qué la mordida de un pequeño insecto merecía tanto interés de mi acompañante. Después de todo, ya conocía bien las consecuencias de esa dolorida relación desde la época en que mi abuelo cuidaba de sus colmenas en el techo de la vieja casa de mi infancia. La respuesta vino antes de que tuviera tiempo de preguntar.

La Morganis es diferente de cualquier otro tipo de abeja. Y eso por causa de un gen que parece adoptar un comportamiento bizarro cuando en contacto con DNA humano. Pero esto es hipótesis, nada de lo que le digo está firmemente documentado.

El hombre continuaba diciendo y escondiendo, usaba pedazos de información en forma desconexa y así me dejaba cada vez más confuso. De repente pareció tomar un rumbo totalmente diferente.

-¿Usted ya intentó alguna vez capturar una mosca con la mano?

-Claro, cuando era niño era una de mis diversiones favoritas - respondí, apenas esbozando una sonrisa dolorida con mi boca hinchada.

-Pero nunca cacé ninguna, ni me acuerdo de alguno de mis amigos que haya conseguido.

-Eso ocurre porque la percepción del tiempo de la mosca es completamente diferente de la nuestra. Ella ve el movimiento de su brazo como si fuese en cámara lenta. Por eso siempre tiene tiempo de sobra para disparar. Entre las abejas, parece que sólo unas pocas especies, tal vez la Morganis incluída, tienen esa característica. Comparados con nosotros, esos insectos hasta podría decirse que tienen un verdadero sentido de anticipación. Existen algunas hipótesis arrojadas entre los científicos, que pretenden atribuir la rapidez espantosa del cerebro de ese animal a la presencia del gen que yo mencioné al principio. Ellos afirman que la estructura química del DNA humano puede ser alterada por brevísimos momentos por el cuerpo extraño, causando problemas en la transmisión y recepción de los impulsos eléctricos entre la neuronas.

-Ah,sí. Usted mencionó algo referente a confusión visual, fuera de los efectos habituales en cualquier picada.

-Para explicarlo de una forma menos preocupante. En realidad, y como veo que usted tiene verdadera pasión por ciencia, debo confesarle que un par de aquellos pacientes en la clínica se mostraron inexplicablemente confusos en relación al tiempo, parecían dudar en cuanto al orden de ocurrencia de ciertas experiencias recientes. Entre los círculos más radicales, algunas hipótesis afirman que, bajo ciertas condiciones, nuestro cerebro sería capaz de pensar con la velocidad de la abeja, sólo por algunas fracciones de segundo. Así como en aquella película de Nicolas Cage, en que el personaje percibe las cosas antes que los demás.

-¿El Vidente? Fantástico film de ficción, pero nunca imaginé que eso pudiera ser verdad.

- Como le dije, son puras hipótesis, que por el momento carecen de cualquier evidencia científica. Pero a usted debe haberle llamado la atención mi estudio detallado de la bula. Es que, tal como yo sospechaba, el remedio tiene algunos compuestos químicos que pueden actuar como amplificadores de la acción de ese gen misterioso.

El tren dejó atrás los cerros de Ribeirão Píres y rumbeó perezoso en dirección a Guapituba. Pensé en Pablo, angustiado por saber noticias de su hija, en Lobo, que ahora estaría relajado y ya entrando en el sueño bajo el techo protector de la parada de taxímetros. Nos quedamos por un momento en silencio, fascinados por la agonía de los oboes que parecían arrancar pedazos del tema, en una danza que se continuaba afuera, con los picos de luz flanqueando las trillas que suben por cerros y los contrabajos anunciando las rumorosas bocinas que llaman al turno de la noche en las fábricas. El doctor procuró desviar un poco su inesperada conferencia para un territorio un poco menos tenso. Cambiando totalmente de asunto,me preguntó:

-¿Usted cree en la posibilidad de viajes en el tiempo?

Tuve ganas de reírme, lo que hizo mi boca doler. Pero cuanto más dolía, más difícil me resultaba controlar la risa, hasta que, ya sin poder controlarme, le dije:

- ! Y cómo ! - soltando una incontenible carcajada que hizo dar vuelta las cabezas de una parte de los pasajeros, porque ahora yo no paraba de llorar de tanto reírme y nadie sabía qué podría haber ocurrido para que una persona con la boca en esas condiciones estuviera divirtiéndose tanto y de una forma tan descontraída. El hecho es que algunos empezaron a reírse junto conmigo y en pocos minutos el tren era una fiesta, todo el mundo de lo más divertido, pensando que yo debería estar borracho cuando en realidad la cosa era bien diferente. La cabeza del doctor se estiró verticalmente una vez y enseguida se acható, como en los dibujos animados. Mi compañero, un poco avergonzado por las miradas curiosas que se concentraban en nosotros, apeló a un recurso bien efectivo que cortó de una vez mi descontrolado ataque.

-Pare -gritó, mirándome en los ojos. Su situación es más complicada de lo que usted piensa!.

Fue como una sacudida que me hizo volver a la realidad en un segundo. Era claro que el hombre tenía razón, viendo visiones, cruzándome con el tiempo y viajando hacia un destino que flotaba encima de mi cabeza como la espada sujeta por una crin de caballo, mi situación no tenía nada de divertido. Intenté llamar a Paulo, pero el teléfono estaba sin línea, como ocurre con frecuencia en partes del trayecto de la sierra. Pasamos Mauá ya entrando en la orla externa de Santo André, repleta de fábricas con sus chimeneas soltando chorros de fuego y los hangares abandonados donde restos de trenes herrumbrados se pudren a la intemperie.Las gotas de lluvia repicaban con fuerza en las ventanillas. Hice algún comentario a respecto de la estación de Saladino, donde algo tal vez había ocurrido.

-Que yo sepa no ha ocurrido nada en Saladino o en cualquier otra estación.¿Usted se siente bien?

-Con certeza, fue sólo algo que me hizo gracia, pero ya pasó. Pena que nos quedamos sin Bach antes de llegar al final.

-Bueno, qué vamos a hacerle. Yo me bajo en la próxima y usted cuídese. Le recomiendo no tomar ningún otro comprimido de esos o cualquier otra cosa, el efecto va a pasar, quédese tranquilo.

Me quedé sólo en el asiento y volví a pensar en los acontecimientos bizarros de Río Grande da Serra, me sentía como un náufrago navegando entre islas remotas, en círculos, y esas islas eran los acontecimientos de esa tarde desde mi primera salida del refugio de la floresta, por donde yo pasaba sin orden cierta una y otra vez, las burbujas inmóviles, la senda que podía ser una o varias, los documentos perdidos, el fantasma del ahorcado y Lobo y Paulo, apareciendo y desapareciendo en momentos imprevistos de una secuencia que era siempre diferente. Después del encuentro con el médico, para peor, yo me convencí de que las cosas no estaban muy alentadoras para mi lado, tal como él había dicho. El tren fue disminuyendo su velocidad en una extraña sincronía con los últimos acordes del minué, hasta detenerse bien delante del letrero gigante de la estación: Prefeito Saladino. Una mosca paró en mi pierna. La tentación fue irresistible. Pero antes de conseguir mover mi brazo ella voló y desapareció por la puerta que se abría.

-Claro - pensé con absoluta naturalidad. Ella anticipó mi pensamiento.

3 -Metamorfosis

Al salir del tren y poner el pie en la plataforma, mi cabeza rodaba como una bola en una rueda de ruleta. Me llevó algunos segundos hasta poner precariamente en orden las imágenes en mi cabeza, que se resistían a aparecer en una secuencia lógica. Las dos visitas al kiosco en horas diferentes sin haber salido del lugar, la certeza de la segunda picada de la abeja un segundo antes de sentir el aguijón, nuestro cerebro sería capaz de pensar con la velocidad de la abeja, había dicho el médico, quién sabe si yo no estaba siendo ahora un doublé improbable de Nicolas Cage en una estación de tren en San Pablo.Y cómo Paulo podría saber que yo había perdido mi billetera, lo que había ocurrido unos minutos antes de tocar el teléfono? Es noche adentro. Gotas pesadas de una lluvia incipiente repiquetean sobre la cobertura de chapas de la estación. Mi rostro, que había deshinchado bastante durante el viaje desde la sierra, ahora arde más y tengo un gusto amargo en la boca. Entonces decido hacer lo que no debería. A pesar de la doble advertencia del farmacéutico y del médico en el tren, tomo otro comprimido. Mi cuerpo está muy leve cuando me levanto para dirigirme a los molinetes de la salida. La rueda gira y yo estoy del lado de afuera, sentado en un escalón que marca la entrada hacia un jardín abandonado, circundado por una verja de hierro de unos dos metros de altura. En una vuelta medio escondida detrás de unos matorrales me sorprende el hallazgo de una pequeña abertura obviamente intencional, dada la forma en que algunos barrotes habían sido retorcidos. Siempre tuve esa fascinación por jardines ocultos, especialmente cuando mal cuidados, llenos de zarzas enredadas y rincones inesperados como en las viejas casonas abandonadas. Creo que viene de mi infancia la imagen de un lugar así en el barrio en que viví una buena parte de aquellos años, la casa embrujada, decíamos y sentíamos aquel llamado irresistible de arrastrarnos entre las barras de un portón disimuladamente cerrado para ir al encuentro de los fantasmas y las brujas y los gnomos que, como puede suponerse, eran apenas algunos gatos hambrientos que aprovechaban el silencio de los muros en busca de algún roedor distraído para saciar el hambre.

En otro momento, mucho después, yo andaría una tarde maravillado dentro del Alcázar de Sevilla atravesando puertitas diminutas que dan a jardines internos y patios frescos con macetas de geranios colgando de las ventanas de gabinetes empolvados, pareciendo las casitas de muñeca con que mi hermana jugaba en el quintal de la vieja casa de los abuelos. La imagen perturbadora y recurrente me llamaba ahora juntando momentos de mi vida separados por enormes abismos de olvido.

Tuve que pasar boca abajo y ensuciándome de tierra.Yo no sabía por qué estaba haciendo aquello. Pero de una forma irracional pensé en Paulo, en Patty, los lindos ojos de Patty serían como faros en esta oscuridad totalmente silenciosa, donde las malezas hacían las veces de los geranios y la secreta fauna del lugar apenas podía ser detectada en las sombras rápidas de las ratas y un par de perros sin dueño que aprovechaban la soledad del jardín para pasar la noche. Ahora veo la quietud del área interna del pabellón desde este otro ángulo, desde donde la escena parece ajena a mí, como si la verja fuese algo más que un simple límite físico.

Veo la fila de los taxis, con un único chofer despierto que para mantener precariamente la vigilia y para protegerse del frío, da pequeñas vueltas por la vereda y mira de reojo a Eloísa, la muchacha del kiosko de café que desde la semana pasada trabaja en el turno de la noche. El hombre siempre con las manos en los bolsillos y el cuello levantado, siempre mirando hacia abajo y de nuevo rápidamente a Eloísa, que finge no ver. El kiosko de Eloísa es el único abierto a esta hora, la única parte iluminada de un área en penumbras que se demarca del otro lado de la calle, con sus otros dos kioskos cerrados, los taxis y la parada de ómnibus vacía frente a la salida del pabellón techado que comienza en los molinetes de entrada de la plataforma. La escena parece avanzar en cámara lenta hasta empujarme a un estado de somnolencia irresistible. No debería haber tomado otro comprimido, ayudando a fortalecer el veneno de la morganis y dándole la chance de sorprenderme otra vez en algún recoveco del tiempo. El tiempo que parecía desplazarse en direcciones diferentes simultáneamente, como una pequeña inflación cósmica, quién sabe no fue así que Alan Gutt tuvo la idea, pensé en mi delirio, Alan Gutt picado por una morganis o en el delirio de un viaje de absynto viendo el universo inflarse como un globo brillante, como mi cara sucumbiendo al efecto del aguijón. Me acuerdo de haberme recostado en una piedra. Me acuerdo de haber llamado a Lobo en mi casi inconcencia, de haberme sentido desprotegido y solitario sin la custodia indeclinable de mi compañero. Me acuerdo de haber escuchado la bocina de algunos trenes mientras pensaba intrigado y con sueño por qué el mundo era tan diferente visto desde aquí dentro.Y el sueño me empujaba una y otra vez hacia otros parajes de vastas planicies y vegetación baja que venían de remotas camadas de mi inconciente. Se me ocurrió que aquellas praderas desfilando delante de mis ojos debían tener alguna relación con los sucesos de esa tarde, con el hecho de estar allí en una hora impropia, en un lugar más impropio todavía, esperando que algo ocurriera, algo que yo no sabía lo que era.

Entonces la planicie se cubrió de nubes de minúsculas Morganis con sus cuerpecitos amarillos y negros como el mío. Era la señal ya esperada que me decía que había llegado el momento. Ahora sólo tendríamos que esperar el viento que nos llevaría al otro lado del Atlántico en un viaje suicida al que algunas de nosotras iría a sobrevivir para reconstruir nuestras colonias en una costa lejana, donde yo iría a transmigrar a través de un tiempo interminable hasta que un día fatalmente llegaría a tener este cuerpo de mamífero pensante y sería picado por una morganis miles de años después en una estación de tren, una lejana descendiente de quien había sido yo mismo para cerrar el ciclo evolutivo.
Mi conciencia comenzó a volver lentamente. No sabía por cuánto tiempo había permanecido dormido y tenía la impresión de estar a kilómetros del kiosko y del área de los taxis, casi enterrada en la oscuridad. Otra vez el tiempo se estiraba y se acortaba caprichosamente y yo volvía al tren y a Bach y al doctor a mi lado que ahora no me mira ni habla conmigo y es como si nunca hubiera hablado, como si yo lo hubiese inventado junto con la historia de la Morganis. De una estación a otra esperé un gesto, una señal que me dijera que no estaba loco, que la historia era real y que yo estaba en peligro por causa de un gen embutido en el veneno que me hacía dudar de mi sanidad mental. De nuevo el minué agonizó en el tema llevado por los contrabajos. El doctor se adelantó hacia la puerta sin mirarme, como si no me conociera. La alucinación debe haber durado unos pocos segundos. Una bocina roncó a mis espaldas y me trajo definitivamente de vuelta al jardincito envuelto en las sombras.
Fuera de la estación el ambiente estaba agitado, un grupo de gente gritaba, aparentemente contra la guardia de la estación o la policía, porque se escuchaban sirenas, alguien usaba un megáfono para hacerse oír por encima de la confusión, vociferando órdenes que nadie cumplía. Rápidamente descarté la idea de motín o de los problemas con los huelguistas, más parecía que el grupo de agitadores estaba intentando un linchamiento o algo similar, porque los guardias querían proteger a alguien que obviamente estaba con serios problemas. Lloviznaba fuerte ahora. Sería mejor escurrirme por el agujero antes de que comenzase a formarse barro y mi salida se volviese más difícil. Entonces sería aquel delicioso café negro preparado por la Eloísa, que en estas últimas noches se había vuelto mi ritual nocturno al volver del trabajo. Mi boca estaba tan seca que casi me provocó ansia de vómito y la lengua estaba totalmente adormecida.
Cuando me incorporé, ya del lado de afuera de la cerca, noté con sorpresa que no se escuchaba un sonido en toda el área de la estación. El silencio pesaba todavía más cuando contrastaba con los pasos de algunos pocos pasajeros atravesando el pabellón, saliendo o dirigiéndose a los molinetes. Sin explicación, volví a pensar en Patty, como si ella tuviera algo que ver con el hecho de yo estar allí, con mi cara hinchada y mi cabeza recibiendo sin parar todo tipo de informaciones contradictorias. Necesitaba hablar con Paulo. La pantalla de mi teléfono indicaba casi las diez de la noche, lo que era absolutamente imposible, ya que me acordaba de haber salido de Río Grande poco después de las siete. Cuarenta minutos de viaje, después tal vez otros diez en la plataforma, el comprimido, eso era todo. La única explicación era que
debería haber pasado casi dos horas dentro del jardín, donde yo podía jurar que habría estado sólo unos pocos minutos.
Y había varias llamadas de mi amigo, ninguna de las cuales yo había escuchado. Ni intenté engañarlo. Le conté cómo el remedio que estaba tomando me estaba causando alucinaciones, cómo me quedé dormido en algún lugar de Prefeito Saladino y así pude explicar mi ausencia durante todo ese tiempo. Él había conseguido por fin comunicarse con Patty, que por razones no muy claras había sido obligada a cambiar de tren, lo que explicaba el motivo de su atraso. Sin preocuparme con mentirle descaradamente, aproveché la información para hacer de cuenta que yo estaba sabiendo,
claro, los altoparlantes anunciaron hace un rato que había ocurrrido algún problema a la salida de la estación del Bras, que es el otro extremo de la línea, fue necesario llevar a cabo algunas demoradas operaciones de cambio de vía y para complicar más las cosas, un apagón estaba retardando esas modificaciones, pero los técnicos habían confirmado que los reparos estaban casi prontos y el servicio pronto volvería a la normalidad. En realidad yo estaba queriendo convencerme a mí mismo de que no había ningún problema con Patty, de lo cual no tenía ninguna certeza.

-Enseguida que llegue el primer tren voy a procurar encontrarla, voy a quedarme cerca de la puerta. Es claro que no la conozco, pero aquellos ojos no podría confundirlos con ningunos otros, dije con descontracción, lo que aparentemente produjo el efecto deseado. Paulo pareció más animado con mi comentario medio jocoso y dio una risita de alivio.Yo no podía decirle que el servicio estaba perfectamente normal, que los trenes estaban llegando en el horario y que no había ni rastros de la muchacha.

Necesitaba mucho aquel café negro de Eloísa, mismo acordándome de las advertencias, y atravesé la calle. Mi amiga se divirtió bastante con mi boca todavía hinchada y después se dispuso a llenar un vaso grande casi sin azúcar, como ya estaba habituada. Entonces ocurrió algo insólito. Por un segundo yo pensé que tal vez sería una mejor idea un café con leche, para no fortificar todavía más el efecto alucinógeno de la picada, ya incrementado con el anti-inflamatorio, tal como me había señalado el doctor en el tren. Pero descarté la idea tan rápidamente como había surgido. Con el frío incipiente y mi estado de somnolencia que me empujaba a dormir en cualquier lugar en que me recostaba, decidí correr el riesgo y repetir mi rutinario café puro, que ciertamente me ayudaría a mantenerme despierto y equilibrado en mi camino para casa. Mismo que yo tuviese la sospecha de que ese camino estaría plagado de sorpresas inexplicables. Después de colocar el primer chorro de café ,Eloísa cerró la llave y paró con una expresión de duda.


-¿Es con leche?- me preguntó un poco extrañada.

-No, puro como siempre, le respondí .

Ella continuó llenando despacito, pero yo noté su hesitación, como si no estuviese todavía convencida. Con el vaso ya por la mitad, paró de nuevo y volvió a preguntar, ahora totalmente insegura:


-¿Es puro mismo?

-Claro,¿por qué me preguntas? ya sabes que siempre tomo así.

-Es que primero dijiste que querías con leche...


El taxista pasaba ahora cada vez más cerca, sin mirar pero obviamente interesado en nuestro diálogo. Mientras nosotros entrábamos eu un tira y afloja cada vez más divertido, pero yo no dije, sólo pensé, dijiste sí, yo te escuché, no, yo no tengo telepatía,vos no podías saber, supe porque vos dijiste, yo fui asaltado por una impresión de absoluta irrealidad que parecía envolvernos a los tres, yo me sentía cada vez más empujado para dentro de un cuadro que parecía ya delineado antes de que yo llegara. Eloísa y el taxista ahora intercambiaban miradas sin importarles en lo más mínimo el hecho de que yo estaba obviamente observándolos. Parecían conversar, y esa idea absurda en mi cabeza me hizo pensar que el comentario chistoso a respecto de la telepatía tal vez no fuese tan inocente. Miré al hombre fijamente en los ojos. No sé si por causa del estado alterado en que me encontraba, me impresionó el brillo extraño de la mirada. Pero aquellos ojos transmitían la convicción de que él no necesitaba palabras para comunicarse conmigo.Yo no podía sujetar la curiosidad, entonces decidí arriesgar. Antes de darle tiempo para preparar una respuesta le dije:


-¿Cómo es que ella sabía?


Sin desviar la mirada, sin pronunciar una palabra, la respuesta chicoteó como un látigo en mi cerebro:


-Ella siempre sabe.


Después de la llovizna vino la cerrazón pesada. Ahora el área adyacente a la estación estaba hundida en tinieblas.Nuestro pequeño oasis de luz sólo se abría un par de metros en un semicírculo cuyo radio no alcanzaba ni hasta la vereda opuesta, donde yo imaginaba más que veía el agujero en la verja por donde me había arrastrado para dentro del jardín. El bulto de un hombre de complexión robusta, se delineaba unos metros atrás de la parada de ómnibus con su banco vacío. Pude identificar la nariz aguileña y el pelo rubio encaracolado que escapaba a sortijones de una boina muy pequeña para su cabeza.

Era lo poco que la débil luz de su movil dejaba ver a esa distancia. Quise decirle algo a Eloísa, pero en el acto me convencí de que no era necesario. Tal como dijo el taxista, ella ya sabía, y el acontecimiento del café no había sido una coincidencia. Yo acompañaba el paso lento de los movimientos de los personajes como si fueran parte de una secuencia estudiada y ensayada en sus mínimos detalles. El señor del taxi pidió un vaso de leche caliente y fue a sentarse del lado opuesto, cerca del jardín. Parecía esperar alguna cosa que faltaba en el cuadro. Después de unos diez minutos volvió a juntarse a nosotros bajo la marquesina del kiosko. Durante ese lapso Eloísa y yo no trocamos una palabra. Vi la cabeza de la muchacha girando súbitamente a la derecha. Pareció arrastrarme con la mirada hasta que yo también conseguí focalizar la figura de una mujer ya entrada en años que ni pareció percatarse de nuestra presencia. Un pantalón negro apretado y un pullover grueso con el cuello levantado que le cubría hasta el comienzo de la nariz no ocultaba la dureza del rostro maltratado y la escualidez del cuerpo que cargaba con dificultad, como si fuera un peso que no era ella, que había sido puesto allí por falta de un lugar mejor, por pura necesidad.

Daba la impresión de que su presencia obedecía a algún plan premeditado con mucha anticipación y que la consumación de ese designio era el único motivo que la había traído para este lugar. El pastor alemán que mantenía la cuerda tensa parecía ser quien comandaba los movimientos de su dueña. Fue jalando a la mujer hacia el rincón donde el taxista había estado unos minutos antes, Y el taxista parecía buscar algo más allá, en dirección al banco vacío de la parada de ómnibus. Me vino a la cabeza aquel cuadro de Velázquez en que las miradas de los personajes apuntan para una realidad que está afuera, en cualquier otro lugar. Pero afuera estaba oscuro y no había nadie más, aparte de cinco noctámbulos y un perro amarrados por algo que todavía no había aparecido pero que aparecería en cualquier momento.

Sentí la llamada de Eloísa, que me indicaba un cuartito medio disimulado en la parte posterior del kiosko. Nos sentamos lado a lado en un pequeño banco de madera y ella comenzó a hablar bajito y muy despacio.


-Primero vas a tomar este vaso grande de café muy fuerte y sin azúcar como te gusta. Déjame hablar y no hagas preguntas porque necesito ser breve. Entonces iré directamente a lo que importa. Es que algo terrible va a ocurrir aquí esta noche. Una muchacha va a ser asesinada. Sí, es la hija de tu amigo en la sierra, como comenzaste a presentir desde que llegaste a la estación, y tú vas a impedirlo con nuestra ayuda.

El señor de los taxis es en realidad el profesor Humberto Palmares, jefe del Departamento de Física Nuclear de la Universidad y especialista en la pesquisa de comportamiento de las partículas de baja energía. Mi área se dedica a actualizar las computadoras de todos los científicos de nuestro grupo con los datos nuevos que recibo continuamente de los técnicos del Departamento de Inteligencia Artificial bajo mi comando. Hace ya un buen tiempo que nuestro trabajo está focalizado en un punto crucial: la posibilidad de entender tipos de comportamiento y comunicación con otras especies inteligentes, como delfines, ballenas y últimamente y casi por azar, topamos con una forma de inteligencia inesperada, las abejas. En concreto, la que te picó hace unas horas, la Morganis Elfidiae.Y fue realmente por azar, como te digo. Un día, hace de esto ya algunos años, uno de los técnicos del laboratorio llegó mostrando señales de comportamiento anormal, decía experimentar alucinaciones y un extraño sentimiento de anticipación, lo que había ocurrido dos veces en las últimas horas, después de haber sido picado por una abeja que había conseguido capturar viva para traerla a la Facultad donde podría ser estudiada.

Una muestra de sangre reveló cosas inesperadas. Había algo peculiar en el comportamiento de un gen dentro de uno de los cromosomas en el DNA del animal. Pero sólo cuando entraba en contacto con la estructura genética humana. Realmente él tenía el poder de desmontar la cadena por breves segundos, provocando lo que para nuestro comportamiento habitual se entiende como una disrupción en la corriente normal de pensamiento. Lo más fantástico es que la persona inoculada no tenía solamente alucinaciones, sino que aleatoriamente veía cosas que iban a acontecer unos segundos después.

La novedad se expandió como reguero de pólvora. Todos los departamentos del área científica de la universidad se aliaron para salir a la caza de la Morganis. Poco se sabía sobre esa especie legendaria, más o menos lo que te contó el doctor en el tren. Originaria de África Ecuatorial, un día ensaya una migración en masa por razones desconocidas. Durante la travesía del océano Atlántico la casi totalidad de los ejemplares perece sin acabar el cruce. Unos pocos sobrevivientes, aislados bajo el comando de algunas reinas, consiguen refugiarse en ciertos puntos aislados dentro de la sierra del mar, donde con el tiempo lentamente se dan a la tarea de la recuperación del tronco genético, construyendo las primeras colmenas. Pero esto era parte del folklore del lugar hasta que comenzaron a registrarse los primeros casos de ataques inexplicables con los resultados que ya conoces en carne propia: alucinaciones, fenómenos de recurrencia o anticipación, falsos déjà-vu. Pasaron meses sin novedades de los equipos de pesquisa de campo, hasta que un día un pequeño grupo expedicionario del Departamento de Geología y Antropología dio la alarma. Una colmena en febril estado de actividad fue hallada en un recoveco casi inaccesible de la margen de un río. Fue traída en una campana de vidrio especialmente aislada para una chacra en el interior, bajo riguroso secreto. Allí fue montado un laboratorio especial para nuestra pesquisa con las abejas.

Así algunos colegas de nuestro grupo, Humberto y yo entre ellos, empezamos a injectarnos pequeñas dosis de veneno para incorporar el gen XAB3-W/LS y comenzamos a recoger evidencias escalofriantes. Cuando quedó claro que el efecto era inevitable cada vez que la estructura genética humana era infectada por el gen intruso, se prohibió la inoculación a todos los funcionarios de las dos áreas que estudiaban el animal, apenas nosotros dos, como cabezas del equipo de pesquisas, fuimos autorizados a inyectarnos en condiciones especiales, por motivo de experimentación.

Después de años de un esfuerzo incansable, el Dr Palmares consiguió crear un programa basado en mis trabajos con inteligencia artificial del que posteriormente derivó un rudimentario alfabeto que consigue hacer el lenguaje de las abejas comprensible para los humanos. Comenzamos a compartir la sabiduría de la Morganis y aprendimos a manejarnos con la rapidez asombrosa de su cerebro. Esa es la causa del aparente fenómeno de anticipación. Lo que ocurre es que la velocidad mayor de las reacciones químicas en las neuronas del animal les permite reaccionar una fracción de segundo antes que en el caso de las neuronas humanas. Es más o menos el efecto que vemos en "El vidente", como bien te explicó el médico.

El alfabeto del Dr Palmares trabaja también en sentido contrario, o sea, permite a la abeja entender muy rudimentariamente el lenguaje humano. Finalmente un día nos comunicamos con la Reina y los dos conseguimos la aprobación para implantar en nuestro cerebro un microchip que está equipado con las funciones básicas del sistema doble desarrollado en un área restricta del Departamento de Física Nuclear. Aún hoy la herramienta tiene un funcionamiento muy precario, la comunicación es muy confusa y llena de interferencias, a veces pasan varios días de bloqueo total.

Eloísa paró de hablar por un momento, sabiendo que mi cerebro no estaba siendo capaz de abarcar tanta cosa fantástica. Giró levemente la cabeza y quedamos observándonos por unos segundos en la media luz difusa del fondo del kiosko. Sus ojos tenían un brillo sobrenatural, una fosforecencia imprecisa y cautivante. Sus ojos de abeja, pensé.

-De Morganis, me dijo, sin emitir un único sonido.


Su cuerpo de repente comenzó a metamorfosearse, pintado en franjas de un amarillo y negro tan brillantes y de una pureza que yo me estremecí ante la idea de los billones de años y de intentos fallidos que le habría costado a la selección natural alcanzar el grado de sutileza de aquella criatura majestuosa. Y las alas eran tan transparentes que una hebra de cabello suspendida en el aire podría ser vista del otro lado, de tal forma que sólo pude percibirlas cuando levemente se acomodó para proseguir su relato ya volviendo a su forma humana. La alucinación (yo ya no sabía más diferenciar alucinación de realidad) se esfumó. Ella se acomodó y prosiguió:


Hace unos quince días conseguimos captar un mensaje muy fragmentado de la Reina, que llevó horas para ser desencriptado y traducido. Mismo así, sólo entendíamos unas pocas palabras y tuvimos que apostar en adivinar el resto. Hablaba de violencia y muerte en un lugar alrededor de esta área. Nuestros técnicos trabajaron varios días en turnos ininterruptos para conseguir combinar las coordenadas hasta definir esta estación, pero todavía no sabíamos qué sería, cuándo, de qué forma, apenas captábamos un sentimiento apremiante de angustia que apuntaba cada vez con mayor insistencia para este lugar. Sólo unos días atrás pudimos entender que se trataba de un asesinato. Entonces la imagen se fue aclarando poco a poco, vimos a Patty y enseguida a su padre desesperado gritando en un teléfono que no respondía. Igual que está ocurriendo contigo,veíamos acontecimientos de una realidad próxima pero sin ningún orden, vimos a tu perro, vimos a Paulo denunciando el hallazgo del hombre ahorcado.

Descubrimos tu amistad con Paulo, sabíamos de tus viajes frecuentes entre las dos estaciones, entonces tenías que ser tú nuestra única arma para evitar el desenlace. De inmediato fuiste colocado bajo monitoración veinticuatro horas por día, pero sin el XAB3-W/LS en tu cuerpo era muy difícil. Ayer llegó la confirmación definitiva: va a ser esta noche exactamente aquí. Tuvimos que actuar con la mayor urgencia. Eso nos llevó a cometer algunos errores y las cosas se complicaron.

Ahora no era posible dilatar por más tiempo una acción directa. Una Morganis fue designada para colocar una primera carga de veneno en tu cuerpo, bajo el comando directo de la Reina, que descubrió el momento perfecto para el encuentro: el café que generalmente tomas bajo el techo de la parada de taxis antes de emprender el camino de las trillas.

Recibiste una dosis mínima tomando el primer café al sentir la pérdida de los documentos, para abrir tu conciencia y hacerte receptivo al relato de Paulo, que fue inducido de una forma menos dolorosa, por el depósito de una gota de la substancia que otra Morganis dejó esa mañana dentro de una botella de agua en su campamento.

Necesitábamos que fueras a la farmacia. El anti-inflamatorio, tal como vendrías a saber después, realmente amplifica el efecto del veneno. Pero la prisa por causa de la hora avanzada pesó más, por eso te nos escapaste. Tu primera visita a Paulo acabó sin los resultados que esperábamos.Volviste con los documentos y tu perro sin sospechar lo que estaba ocurriendo.Tuvimos que obligarte a entrar en la farmacia para incrementar el efecto de la segunda dosis que enseguida vendría. El farmacéutico te explicó con toda buena voluntad. Él repitió lo que dice la bula, no sabe más nada.

Entonces duplicamos la secuencia del café para comenzar todo de nuevo. Ahí tuviste unos breves momentos de lucidez: cuando el primer café era de día todavía, durante el segundo ya comenzaba a oscurecer. La segunda picada fue necesaria porque la primera vez Paulo no te había contado el problema. No podíamos dejarte tomar el tren porque estaría todo perdido.Y una nueva vuelta a la trilla de noche te habría dejado loco. Por eso del segundo viaje hasta el taller de tu amigo sólo tienes algunos vislumbres confusos, porque sólo existió en tu mente. Enseguida de la llamada los dos tuvieron la mente congelada desde aquí, por explicarte de algún modo. El flujo de pensamiento paró en los dos. Paulo te contó todo por un mensaje en tu teléfono y eso fue grabado en un archivo implantado en tu cerebro.Tú pensaste que habías regresado a la trilla. Después cortamos la comunicación y entonces liberamos la mente de los dos, y tuviste certeza de que habías ido a ver a tu amigo por segunda vez. Te despediste de tu perro y te encaminamos al tren.

La visión que tuviste en el puente te hizo pensar en el tiempo de una forma diferente.Viste que, de hecho, el tiempo no transcurre.Un único balanceo de una hebra de pasto es una sucesión incontable de estados intermediarios, cada uno un átomo fijo dentro del cual todo está parado, una burbuja, como tú dices. De una burbuja a la burbuja contigua el paso es instantáneo. Como nuestra percepción es muy lenta para acompañar esa continua transformación, el cerebro crea la ilusión del tiempo que pasa, para así imaginar una realidad que se adapta al ritmo de nuestra corriente de pensamiento. Sin ese ajuste no podríamos existir. La cercanía de la morganis que te procuraba para inyectarte obviamente estaba emitiendo impulsos en su comunicación con la reina. No es imposible que alguna débil vibración pueda haber tocado tu mente como un flash muy breve.

Sabíamos que corrías un riesgo enorme, el peligro de deslizar para la locura. Por suerte tu cerebro aguantó sin desmontarse. Todo lo que él interpretó como dejá-vu fueron experiencias efectivamente repetidas.Tu red neural fue perturbada de continuo porque necesitábamos hacer testes muy detallados a cada momento para que tu conciencia no se desplomara.

Hubo más contratiempos. El médico entró en la historia por acaso, no contábamos con eso. Él es un pesquisador tradicional, ni sospecha de nuestro trabajo. Conoce superficialmente los efectos del veneno.

Para él y sus colaboradores todo no pasa de una alteración momentánea y también quiso ayudarte, alertándote sobre el remedio y la cafeína. Procuró de buena fe ayudarte a combatir los efectos de la incómoda picada.

Pero tuvimos que ayudarte a borrar esa información porque necesitábamos justamente lo contrario. Necesitábamos fortificar al máximo los efectos del gen y reprogramar tu rede neural por métodos que no entenderías ahora, que tienen que ver con impulsos quánticos que el cerebro de la abeja emite para mantener la comunicación entre todos los miembros de la especie. Por ahora no sabemos cómo la abeja hace para transmitir esos impulsos, tal vez utilizando un tipo de ondas todavía no descubiertas por la ciencia.

El delirio en el jardín no fue por acaso, conseguimos que casi te sintieras una abeja y tomaras conciencia de tu nueva capacidad de anticipar, de que eras pieza clave para impedir algo horrible. Por eso tuviste aquella sensación de que algo estaba por ocurrir, mismo que no supieras lo que era. Insistí con el café cuando llegaste, necesitaba alejar totalmente la idea del café rebajado con leche, que no tendría el efecto amplificador que necesitábamos. Ahora el gen controlado por los impulsos quánticos de la reina va a definir la nueva estructura del sistema de señales eléctricas utilizado por tus propias neuronas. Ellas usarán un nuevo código. Te digo todo esto porque no puedes asustarte o estarás muerto y la chica también. Años de trabajo habrán sido perdidos trágicamente. La información será implantada directamente en el gen de la abeja, que está en tu cuerpo, recuerda. Una vez que ese gen decodifique la nueva estructura, tomará control de tu cuerpo y de tu mente. A partir de ahora vas a trabajar como una Morganis. Estarás en contacto ininterrupto con Humberto y conmigo y con la reina, ya te has dado cuenta cómo. Ahora termina tu café y toma dos antialérgicos de una vez. Lleva ese termo lleno de bebida hirviendo y toma sorbos pequeños a intervalos regulares.Como no tienes chip dependerás del XAB3-W/LS muy acelerado.

Tenía la impresión de haber pasado horas escuchando el relato de Elo. Sin embargo, aquí estaba, todavía con medio vaso de café por tomar. No habrían pasado ni dos minutos.


Vamos a colocarte en aquel estado de conciencia anticipativa en el que podrás adelantarte unos dos minutos a los pensamientos de los asesinos, es todo lo que podemos conseguir y con eso tendremos que arreglarnos para salvar la vida de Patty.


Paró de hablar y me dejó ver de nuevo su cuerpo de abeja que parecía existir en un estado de vibración diferente. Su cuerpo físico no hizo un solo movimiento pero el otro abrió sus alas y me abrazó con un amor que yo nunca había sentido antes.


-Ahora anda, que el tiempo se acorta y la noche va a ser tensa.


De repente me vi sólo en medio de la vereda.Aparentemente todo continuaba su rutina. Elo servía café para los noctámbulos que salían de la boca de la estación sacudiéndose el frío y el sueño. Humberto se había ido a sentar ahora en el lado opuesto, atrás de uno de los kioskos cerrados. Él parece estar más interesado en la mujer.Yo decido dar una vuelta y paso disimulado cerca del hombre alto.Tan cerca que hasta podría mirarlo en los ojos sin que él se diese cuenta.Yo existo en un tiempo al que él todavía no ha llegado, al menos durante los próximos dos minutos. Es lo que Elo me garantió. Dos minutos es mucho tiempo de una cierta forma, y puedo verlo sin prisa desde todos los ángulos, flotando con mis alas invisibles cerca de la luz tenue del móvil que ahora deja ver su tez muy pálida y los rulos descuidados que asoman por debajo de la boina.Yo iba a comunicar mi sospecha cuando la voz del físico martilló en mi cabeza:


-La mujer. No te separes de la mujer. Y no pares de hablar conmigo. Bebe más café, bien amargo. Tu temperatura está muy baja, necesitas colocar calor en tu cuerpo para que la Reina consiga depositar la información para los próximos cinco minutos en tu cerebro.


Yo sentía el esfuerzo enorme que mis dos aliados hacían para que mi mente no se desmembrara en la inconciencia. Bebí otro sorbo de café hirviendo y mi cuerpo pareció ganar nuevos bríos. Una muchacha llegó silenciosa y se sentó en el banco solitario de la parada de ómnibus. Pero yo seguí la recomendación del científico y me fui aproximando disimuladamente a la mujer.


-Apúrate, ella no puede verte, tú estás adelante en el tiempo, necesitamos saber quién es.


Pasé como un fantasma, ella sintió de cerca mi aliento como si sospechase de una presencia invisible. Pero yo no estaba allí. Quiero decir, yo estaba pero antes, y necesitaba verificar algo y desaparecer sin que ella percibiera.Vi la cicatriz cruzándole la mejilla derecha, medio escondida por el cuello alto del pullover. Su boca hedía a alcohol barato, algún tipo de aguardiente. No demoré ni un segundo para confirmar la información para mis compañeros.


-Es la Beatriz, sin duda.Y la chica en el banco es Patty.


Con unos segundos de atraso, ambos sintieron mi presencia. Lo noté por el nerviosismo con que se miraban, perplejos. Aproveché la casi imperceptible ventaja para esconderme atrás de una de las gruesas columnas que soportan el pabellón central. Ellos buscaron algo en la oscuridad pero ya era tarde.Yo estaba fuera del alcance de su campo de visión. Los dos dudaban ahora, esa era mi chance. Sentí mi pecho jadeando, estaba muy nervioso, Elo y Humberto continuaban dialogando para que yo no perdiera el control.

La mujer desvía la mirada hacia la muchacha y hace un gesto para el hombre alto, que inmediatamente apaga su móvil. Los acontecimientos se suceden fuera de mi alcance. Por un momento pienso que soy una figura ajena al juego que se arma en pedazos, como un rompecabezas diabólico que tiene su propia lógica.Y si yo no pudiese interferir a tiempo, esa lógica anunciaba la muerte de Patty en los próximos minutos.


Elo está muy nerviosa. Su mirada atraviesa la calle y me encuentra temblando atrás de la columna, donde yo puedo verla pero continúo escondido de la pareja. Su voz me alcanza como un bálsamo, consigue serenarme un poco y me anuncia el próximo paso cuando mi confusión parecía mantenerme amarrado detrás de mi precario escondite.Y lo que viene en sus palabras me calma y me confunde al mismo tiempo.Yo creía haber entendido mal, por eso permanecí mudo..


- La mujer tiene un objeto brillante en la mano y se acerca al hombre. Ahora tendrás que encarnar a tu perro o no llegarás a tiempo.

Parecía un mensaje en clave. Pero no era. Ella me estaba hablando de algo bien concreto.


-El Lobo. Piensa en el Lobo. Procura entrar en el alma de tu compañero. No me preguntes cómo. Piensa en tu amor por él. Es todo lo que puedo decirte. Pero apúrate, ya casi no hay tiempo.


El pedido era tan apremiante que yo no tuve tiempo de pensar, mismo si hubiera querido. Por el contrario, todo mi cuerpo respondió de una vez y una fuerza desconocida comenzó a abrirse paso a través de estratos milenarios de imágenes, pensamientos, instintos, todo lo que yo era y ya había sido durante las incontables migraciones de alguna cosa que se mantenía inmutable.

La temperatura de mi cuerpo se elevó tan rápido que sentí el choque bien en mis sienes, casi partiéndome la cabeza. Mi cuerpo mismo ya no era mi cuerpo. Por unos segundos extrañé mi posición horizontal y el pelo enmarañado cubriéndome por entero. Mis cuatro extremidades que en mi caso son tres, más una inútil que cargo como un apéndice.Y mis dientes afilados de los que ahora dependía la vida de Patty.

Cuando los dos se cruzaron y volvieron a separarse yo ya sabía que mi foco debía ser el alemán. El objeto brillante ya debía estar en su bolsillo.Y él ahora se dirigía resueltamente hacia el rincón opuesto, donde Patty procuraba esquivar el sueño balanceando la cabeza insistentemente, sin imaginarse el peligro que la rondaba.Yo debía estar demorando mucho, porque ahora el grito de Elo resonó como un impulso agónico dentro de mi cabeza:


-Rápido, él va a matarla!

Mis ojos se injectaron de sangre. Mi desprecio por el hombre alto me preparó para darme toda la fuerza, que yo debería concentrar en un único golpe, una única mordida. Si el otro tuviese tiempo de reaccionar yo no tendría una segunda chance, no tendría cómo evitar mi propia muerte. Dejé la baba espumante correr por las esquinas de mi boca, alimenté el odio hasta darme asco de mí mismo, mi garganta profería un sonido grave, casi inaudible, cargado de rabia y ansia de destruir. Pasé hacia atrás por eras de un tiempo infinito en unos pocos segundos, hasta el amanecer de la raza, cuando los perros no eran perros todavía sino lobos de verdad, alimentados por el odio visceral a todo lo que fuera humano. Por la posición estaba en desventaja.Tenía que girar el cuerpo hacia el lado opuesto para poder dar un salto de unos tres metros, que era más o menos la distancia a la que yo me encontraba de Patty. Pero con mi pierna inútil el movimiento sería muy demorado, iría a darle una ventaja decisiva a mi rival. Entonces tomé una decisión suicida. Saltaría así mismo, sin cambiar de posición, mismo que de esa forma caería con menos peso encima del gigante. Por lo menos eso me daba la ventaja de la sorpresa. Fue lo que salvó mi vida y la de la muchacha, al final.Porque mi salto fue tan extraño, tan inarmónico, que yo debo haber parecido una criatura de otro mundo volando por encima de un tacho de basura para caer bien encima del alemán cuando ya casi estaba próximo de Patty, que dio un grito seco de terror al mismo tiempo que mi dentadura potente se clavaba en la mano derecha y así continuó apretando y apretando hasta sangrar, y yo sabía que por nada de este mundo soltaría aquella mano dilacerada por mis colmillos hasta casi partirla. El ataque fue tan inesperado que no permitió ninguna reacción del asesino. Pese al esfuerzo de la mujer que corrió procurando ayudar a su amante, Humberto y un grupo de los taxistas, ya prevenidos, se abalanzaron como fieras sobre el hombre hasta dejarlo inmobilizado. La mujer no pudo ofrecer ninguna resistencia.

Entonces todo se oscureció. El clamor de la calle me trajo de vuelta a la realidad despues de algunos segundos interminables. Sentí la aglomeración de personas indignadas gritando insultos contra el frustrado asesino, el intento de linchamiento, las sirenas de la policía. De nuevo el jardín, pensé, frente a un nuevo déjà-vu que a esta altura no tenía ningún misterio. El mismo clamor que yo había sentido allá adentro, sin saber que de nuevo me estaba adelantando al tiempo, sin saber que en aquel momento futuro yo estaría poniendo en juego mi propia vida para salvar otra vida.

Mi boca sangraba y dolía por la exposición intensa a pesar de breve a una presión descomunal. Recostado a la misma columna que me había servido de guarida antes del ataque, llegué a ver el rostro asustado de Patty ya dentro del ómnibus, el agradecimiento mudo de los bonitos ojos de Patty pegados a la ventanilla.El kiosco estaba apagado. De Humberto y Elo no se veía el menor rastro, era como si nunca hubieran existido. Era hora de comunicarme con mi amigo y me puse a clicar en el monitor con mis manos todavía rígidas, mis garras semi adormecidas por la descarga feroz de adrenalina que mi cuerpo había enfrentado.


"Todo en orden, mi amigo. Tal como te prometí, encontré a tu hija. El tren llegó con casi dos horas de atraso. Ella acaba de entrar en el ómnibus y está a camino de casa. Fuera de eso, ninguna novedad en esta estación aburrida donde nunca acontece nada. Apenas un kiosco iluminado, una muchacha que se divierte conmigo diciendo que sabe leer pensamientos, algunos taximetristas con sueño, dos o tres gatos buscando refugio en el jardín y un café tan fuerte que sólo es posible tomarlo rebajado con leche y mucha azúcar."



San Pablo,febrero 2017

















Comentarios

Entradas más populares de este blog

CONTACTO

PERDIENDO VISIBILIDAD

EL RAGUETÓN