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EL ABRAZO DEL OSO

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  En plena madrugada, Eva reconoció el crujido que ya había escuchado otras veces. El eco fue nítido, amplificado por las paredes del gigantesco apartamento. Se arropó el pijama y salió en pocos pasos al corredor. Dio unos golpecitos tímidos en la puerta del cuarto de Marco y entró sin esperar. Respiraba excitada.  —Shhhhhh! Escuchá. Está comenzando.  Fue un rechinar seco, muy breve. Un rasgar de hacha en el corazón del roble. Acabó tan de repente como había comenzado y de nuevo todo era silencio. —Parece que paró. Andá a ver.  Marco salió al pasillo y se dirigió al fondo sin encender la linterna. El aire denso de la madrugada le pesaba en la cabeza más que el sueño. Su vista fue atraída por una claridad en la pared del último cuarto. Una línea quebrada la atravesaba del techo al piso, dividiéndola en mitades casi iguales. Parecía la foto de un rayo en un cielo de tormenta. Marco miraba los muros que querían sofocarlo. Le parecía imposible aquella falta de aire en un apartamento tan en

ÚLTIMA PARADA

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                               Por la posición del sol, llevaba más de tres horas atravesando la planicie desértica. Los pies quemaban dentro de la goma reforzada de las botas. Podía imaginar las llagas como bocas abiertas, rasgándose igual que las grietas y los pozos a ambos lados de la trilla abandonada. La arena hervía y escondía la vida secreta de los peligros ocultos bajo la superficie. Cuando la fiebre me produjo vómito, sentí que estaba echando fuera todo el exceso de sol  absorbido por mi cuerpo desde que dejé el coche inútil en la carretera y fui obligado a entrar en el desierto. El mapa decía que había una vía férrea a diez kilómetros. Usaba un pantalón de seda muy fino, que era más un calzón ajustado por dentro de las botas. La toalla blanca me protegía el torso desnudo y la cabeza. Necesitaba racionar mi agua, que ya raleaba en la botella, pero precisaba mantener húmeda la toalla, que me amparaba de la insolación. Aparte del agua, cargaba en mi mochila otra toalla de reserv

ENTROPÍA

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—¿Cómo no lo pensamos antes? —dijo el Almirante . La pantalla será el cuerpo del Jefe en tamaño gigante. Una maqueta a la inversa. Podrá recibir información fresca desde cualquier rincón del reino sin salir del lugar.  —Una red viva siempre actualizada —entonó al unísono el coro de marionetas. Y era grande el entusiasmo en toda Uris. Mandaron hacer una tomografía del cuerpo. Después aumentaron con afán las proporciones y le dieron un efecto tridimensional, de modo que las manos débiles del hombre pudieran controlar algunos botones y palancas y eso era todo.  El cuerpo hecho de plasma, nervios y vísceras que se degradaba sin pausa,  se conectó a una red de circuitos eléctricos y se transformó en el propio territorio del reino. La maqueta ocupaba la pared frontal entera del cuarto del Jefe, que ahora podría pasear como una sombra por los jardines. El sistema de soporte vital demoraba el avance de la infección, protegido por una burbuja esterilizada. Los médicos aprobaron el cambio en el