A VECES LA LLUVIA




El tren dejó atrás la persistente llovizna de San Pablo y apuntó su nariz en dirección al valle. Allá abajo me esperaba la pintoresca Río Grande, el primer escalón en la subida hacia la Sierra del mar. Paco ya estaría rondando por el andén, sin abrir mano de su fanática puntualidad. El plan era dormir em su casa en lo alto del monte y salir con las primeras luces del amanecer en una caminada que yo venía planeando hacía ya algún tiempo. Queríamos llegar hasta las cataratas más altas de este trecho, que aquí son conocidas como Cachoeiras da Fumaça.

Ya en campo abierto, los relámpagos repiqueteaban e iluminaban por algunos segundos imágenes diferentes del interior del vagón y su inestable fauna.
Yo me divertía jugando a adivinar dónde se abriría el próximo slide. Con suerte podría ser la bonita rubia a mi lado, que usaba su larga cola de caballo a manera de bufanda. O tal vez dos o tres filas más adelante, donde un señor de edad de cuidada barba blanca, gabardina y bufanda oscuras, leía un libro bajo la lánguida luz de su móvil. Un gordo de camisa azul y aspecto de luchador de Sumo se distraía mirando por la ventanilla a través de la cual no se veía nada, lo que de todos modos debía ser mucho más interesante que darle atención a su mujer, una mulata esquelética y rústica que dormía de cara al pasillo soltando unos ronquidos estremecedores y con un gurí en los brazos que lloraba como un marrano porque los estruendos maternos no le dejaban pegar los ojos. Seguro de que la mulata dormía plácidamente, el robusto Hi-Man arriesgaba de vez en cuando una espiadita hacia la fila posterior, donde viajaban dos jovencitas, una morena y la otra con el pelo anaranjado y con trencitas. Parecían muy entretenidas pasando películas pornográficas en un tablet. Pero mi atención se desvió hacia la ventanilla opuesta, interesado en la niñita con sueño que acariciaba su osito de terciopelo y se acurrucaba contra su madre para contarle una historia.

-Había una vez un suricate que vivía em una floresta. Él estaba con hambre, pero era pequeño, muy pequeño y los otros animales grandes comían toda la comida porque podían alcanzar las frutas. Entonces él se hizo amigo de un hipopótamo, subió en sus espaldas y así consiguió recoger todas las frutas que quería.

-¿Y qué ganó el hipopótamo con eso?, preguntó la madre.

-Él sólo quería un amigo, dijo ella con un bostezo. Levantó los ojos y me miró. No sé si con miedo por la luz del relámpago o por el aspecto medio aterrador de mi barba mal cortada. Tal vez esperaba una palabra, pero yo no dije nada. Ella escondió la cabeza en el regazo de su madre y se dispuso a dormir abrazada a su mascota. Cada cual era una parte de ese caótico sistema de mundos paralelos que nunca irían a aproximarse de nuevo, viviendo el ilusorio instante de comunión que era apenas esa contigüidad física ocasional, un retrato que sería modificado en la próxima estación y así en todas las otras hasta el destino, cuando la precaria tertulia iría a desintegrarse para siempre.
Yo esperaba la llegada a Mauá, donde el cuadro se modificaría por primera vez. Es lo que siempre ocurre en cualquier estación, hay gente entrando y saliendo, hay nenes que entran llorando y otros que salen queriendo  hacer pichí y jalan el pelo de su mamá, se escuchan interpelaciones y protestas por los altoparlantes, hay esperas inexplicables en los terminales, alertas de problema en la vía y especialmente en noches como ésta, complicaciones en el suministro de energía.
Pero la diapositiva se mantuvo igual. Nadie bajó, nadie subió, por lo menos en nuestro vagón. Sólo que cuando el tren cerró las puertas, la luz comenzó a oscilar. Pasamos por Guapituba como un tren fantasma, con las luces bajas y sin detenernos. El Control de Vías avisaba que el tránsito estaba muy congestionado atrás de nosotros y necesitábamos pasar rápido para desatascar el trecho a nuestra frente. Alguien comentó que esto parece novela de Stephen King, qué barbaridad, hay que quejarse a la compañía. Después de Guapituba empieza el área verdaderamente virgen de monte raso y espeso. Fue en algún punto de ese transcurso, antes de llegar a Ribeirão Pires, que las cosas empeoraron. El tren quedó totalmente a oscuras y después escuchamos la frenada y la voz en los micrófonos pidiendo calma. La linterna del inspector irrumpió iluminando la tiniebla del vagón casi vacío. Había ocurrido un problema con la electricidad que alimenta los rieles y el viaje no continuaría hasta dentro de unas dos horas, habían avisado desde la estación de Río Grande da Serra. 

-Se recomienda a los señores pasajeros no bajar del tren. La región es conocida por ser refugio de ladrones y animales peligrosos, y en medio de esta tiniebla los riesgos se multiplican.

Giré instintivamente la cabeza. El siguiente clarón recortó el perfil de la muchacha rubia que procuraba con inquietud algo en su bolsa. Después pasó la mano por el vidrio y penetró en la noche. Pasaron algunos minutos. La lluvia paró y una claridad opalina comenzó a levantarse desde el pantano, haciendo más profundo todavía el negro circundante.

-¿Qué te dio ahora por inventar esa historia? preguntó Paco. Mejor vamos a hacer silencio, ya estamos llegando cerca, por las indicaciones que me diste, pero no me parece que alguien más aparte de nosotros pueda andar por estas soledades y con una noche de perros.

Paco se había transformado en mi guía apenas nos conocimos un día andando por estos caminos. Traía las marcas inconfundibles de su ascendencia tupí-guaraní. Bajito, esmirriado, con largos cabellos muy negros y aquella piel bronceada por el sol y el aire picante de la sierra. Hacía más de dos horas que veníamos arrastrándonos entre la vegetación tupida, sin haber conseguido alejarnos más que unos doscientos metros de la rústica cabaña de troncos que habíamos montado como abrigo temporario. Él no creyó ni una palabra de mi relato. Atribuyó el absurdo de mi historia a los efectos del mezcal, que habíamos consumido en altas dosis antes de meternos en la trilla. 

-No es una historia inventada, Paco.Yo sé que ella continúa allá. Por eso tengo que llegar a ese tren, ¿entendés?

La última dosis de mescal había dejado mi cuerpo flácido. Las articulaciones estaban rígidas y tenía que hacer un buen esfuerzo para flexionar las rodillas. Después nos habíamos quedado en completo silencio, adormecidos en el sopor creciente del anochecer. Una maciza cortina de nogales amortiguaba el rugido de la represa y servía de base al toldo verde, cerrándose arriba en el pesado follaje de las copas. Nos despertó el ronquido de la bocina que venía del otro lado de los campos de cultivo, y enseguida Paco me pidió que prestara mucha atención a la izquierda, cerca del tronco encorvado de una acacia. Fijando bien la vista en la oscuridad, alcancé a divisar una región que parecía más clara que la uniforme pared de los nogales. En medio de la negrura y la neblina, el efecto era fantasmagórico. Las ramas parecían estirarse, como si fuesen chupadas por la niebla plateada que se levanta sólo en las noches de luna nueva y siempre a la misma hora.
-El efecto sólo dura mientras la neblina está muy compacta, dijo Paco, y mi mirada disparaba, arrastrándose también entre la hojarasca, escalando por los nudos de los troncos, procurando aquel punto bien alto desde donde me arrojaría de cara en el reflejo lechoso del valle con la esperanza de llegar a Stephany, la muchacha dormida en un tren parado en la niebla con todas las luces apagadas. Stephany dejando recostar su cabeza en mi brazo, entregada a otro sueño en medio del paisaje lunar manchado por las puntas estiradas de las piedras que bordean el río.
Había descubierto tu nombre antes de comenzar el raro efecto de luz, cuando te vi moverte nerviosa en el asiento y girar la cabeza para preguntarme si ya había pasado la tormenta. Me sentí fascinado por tu pelo sutilmente amarrado alrededor del cuello, tal vez porque me traía de vuelta el recuerdo de Anita, mi primera pasión de los años de infancia, que hasta me había sugerido el número 83 para estampar en la camiseta del club de basquetbol del barrio. No habías demostrado ningún interés por la niebla. Apenas me dijiste es siempre lo mismo. Después del puente dos curvas y entonces aparece la glorieta bien allá arriba. Toda blanca, de un blanco tan puro que parece leche, brillando sobre el fondo negro. Es como un dibujo de Escher, nunca se llega a ningún lado. Sólo que esta vez no la veremos porque hemos parado antes de la primera curva. De aquí a algunos minutos la niebla se va a diluir y el efecto ya habrá desaparecido.

Yo hice un chiste como para distraerte, para arrancarte de la tristeza y mantenerte conmigo todavía por algunos minutos porque era claro que ibas a dormirte de nuevo.

-Puede ser que nos quedemos para siempre en este tren, te dije por decir cualquier cosa, y vos sonreíste y yo prometí que nos sacaríamos el frío con un café apenas llegásemos a Río Grande da Serra.

-Será bueno comenzar a bajar la ladera hasta alcanzar el túnel. Es la única chance que tenemos de pasar al otro lado sin ser descubiertos por el guardián. Paco me miró y dio una risita sarcástica de desconfianza.

-Bueno, suponiendo que ese guardián sea real y no otro efecto de tus exageraciones con el mezcal. En todo caso yo voy a procurar mantenerme sobrio y alerta. \Hay alguna cosa que me perturba y no puedo saber lo que es.

Cargábamos dos pesadas bolsas llenas de todo tipo de pequeños artículos de emergencia, desde gaza y vendas hasta pomadas para heridas y picaduras diversas. Aparte de esa básica artillería defensiva, mi amigo cargaba su mini Winchester de alta precisión, especialmente traído de los Estados Unidos por un tío que tenía ciertos vínculos sospechosos con el ejército americano. Era su posesión más preciada, de la cual nunca se separaba cuando andaba atravesando las trillas. Es que nunca se sabe - decía, enigmático. Las cobras no son el único peligro en estos parajes. El barranco era tan escarpado que tuvimos que ir bajando atados a una cuerda. Un resbalón a esa altura podía ser fatal. De repente paramos en seco y Paco me mostró la capilla que brillaba con una luz irregular y oscura más abajo, a mitad de camino hacia la planicie.

-Podríamos dar una ojeada antes de atravesar, no vamos a perder más que unos minutos. Quién sabe tu rubia no se extravió en alguno de estos atajos - comentó con sorna, como queriendo expresar otra vez su incredulidad. La depresión consistía en un laberinto de cuevas enclavadas en despeñaderos que partían en diferentes direcciones, salpicados de grietas y ranuras, igual a un dibujo de Escher. Era terreno propicio para errar el rumbo, sería fácil perdernos uno del otro. Por eso, antes de mi descenso ajustamos un par de comunicadores a nuestros oídos. Paco decidió que yo bajaría solo, con la condición de que dejara con él la botellita de mezcal que cargaba en mi bolsa. 

-Nada de mescal ahora,muchacho. Vas a necesitar toda tu conciencia alerta caso tengas algún encuentro imprevisto con ese guardián. Un desliz y estarás muerto. No voy a moverme de aquí, pero no demores, tenemos que cruzar mientras la neblina está densa.

Después de unos cien metros de descenso casi vertical usando mi cuerda, conseguí posar encima de un pretil que sobresalía unos metros encima del suelo. La única opción era saltar para alcanzar la trilla. El salto me costó una herida en mi pie derecho, al chocar contra una piedra. Mismo así, di una sacudida en la cuerda, para avisarle a Paco que finalmente había llegado al piso. Después usé el comunicador para darle una idea general del terreno donde me encontraba. La niebla estaba muy espesa todavía, pero la trilla en ese trecho subía casi recta, apacible y sin muchos obstáculos. El túnel no era visible desde este lado, apenas el resplandor blanquecino amplificado por la niebla, que dejaba asomar unas agujas brillantes y finísimas por encima del tope de la elevación.

-Suerte, pensé. Si desde aquí no puedo ver la glorieta, eso significa que el guardián tampoco puede verme.

La bajada me llevó bien próximo de la capilla que habámos visto desde lo alto. Por fuera era una construcción común, con un sólo cuarto rectangular de pequeñas dimensiones y un techo de tejas a dos aguas coronado por un pedestal con la estatua de la virgen. Pero fue al atravesar la puerta oval cuando yo comencé a perder las referencias. Un zaguán sucio con paredes carcomidas por la humedad, se abría a través de arcadas de tamaños diferentes a escenarios absurdos y desconectados entre sí. Lo más incomprensible era la arquitectura interior del lugar. Las paredes se separaban unas de otras en planos inclinados irregulares. Bajando una escalera me vi de repente en un piso más alto del que estaba antes. No tenía idea de cómo había venido a parar allí.
Lo más extraño comenzó al intentar bajar (o subir) la escalera. Al llegar al primer descanso sentí el crujir de un portón cerrándose, voces extrañas discutían dentro y de una vitrola salía la voz de Gardel cantando "Por una cabeza". Vi a mi hermana haciendo pichí en el corral aquella tarde de Navidad en que mamá preparaba los pandulces, dejala- decía Abuela- pobrecita, ella no sabe, y mamá enloquecida cambiando los pañales todos meados, qué horrible, justo ahora que van a llegar los invitados.

Me sentí acorralado. Necesitaba bajar más hasta alcanzar la planicie que me llevase al tren. La ventana, pensé, si pudiese alcanzar la ventana podría saltar directo para el declive, pero con mi pie lastimado no va a ser fácil. Tendré que agarrarme del pretil, empujar el cuerpo hacia arriba, hasta asomar la cabeza y dejarme caer, no hay más pañales secos,¿y ahora? -No importa, dejala sin nada, total ya se va a mear de nuevo enseguida -dice Abuela. Deslicé por un terraplén de pedregullo hasta sentir el roce fresco del pasto mojado en la cara y las gotas de lluvia abriendo silenciosos círculos oscuros en los charcos hasta que mis sentidos se apagaron

Sentía la voz de Paco llegándome desde lejos. Parecía más un eco que una voz de verdad. Con esfuerzo entendí que mi amigo me había encontrado casi una hora después de mi descenso, desvanecido al borde de un pequeño charco a una razonable distancia de la capilla. Yo tenía certeza de que no había permanecido más de cinco minutos dentro del laberinto de paredes torcidas.

-Pero decime, ¿qué fue lo que viste allá adentro? ¿descubriste alguna pista de la muchacha? ¿Y cuánto mescal nos queda todavía?

-Suficiente para llegar al tren, si todo corre bien, respondí inseguro, queriendo desviarme de las otras preguntas, que de todos modos no sabría responder. Mientras trepábamos de regreso por la escarpa, yo iba juntando pedazos de una historia que me parecía una locura. Mi pie había empeorado y Paco me fabricó un bastón con un tronco de bambú. Bebí un largo trago de agua fresca y continuamos subiendo. Paco me miraba con una expresión de espanto, no podía creer lo que le iba contando.

-Sí, ya sé. Me vas a decir que exageré con el mezcal, pero yo no había ingerido una gota antes de la bajada por el declive.

Dejamos atrás un muro de granito con una placa indicando el sector de los garages, unos galpones enormes donde se guardaban los trenes de los ingleses en la época de las primeras vías férreas. Así seguimos hacia la cima, hasta descubrir la mole negra del tren parado en la neblina.
Desde donde estábamos ahora, era nítida la impresión de que aquel tren estaba vacío, pero esa idea desafiaba el hecho de que yo venía a bordo del mismo, y aparte estaba Stephany y los otros viajeros y la noche vista de adentro, que era muy diferente de este frío y este barro y mis ropas desgarradas por la caída y el sudor y mi pie que empeoraba a cada momento.Y era todas las otras cosas que yo me esforzaba por explicarle de nuevo dentro del vagón a Stephany.

-¿Dónde andabas? Avisaron que no debíamos bajar del tren, que era peligroso. Y mirá cómo estás, todo sucio y lastimado.

Es que quería tomar un poco de aire, me alejé demasiado y andando en la oscuridad tropecé en una piedra y me lastimé el pie. El terreno por aquí es muy irregular, lleno de obstáculos, y hay mucho barro, hace ya unas horas que está lloviendo. Pensé que Paco estaría preocupado con mi demora.

¿Paco? ¿Quién es Paco? Yo necesitaba apoyar cada mentira con otra nueva -Paco, mi amigo que vive en Río Grande y con el que tenemos algunos trabajos urgentes para terminar esta noche.

En ese momento me di cuenta de que la nenita se había aproximado y me miraba callada, como si no se atreviera a decir que yo estaba mintiendo. Hasta parecía querer ayudarme, diciendo para que todos oyeran que su osito también estaba mojado porque se había escapado para el campo mientras ella dormía con su mamá y ahora ella tenía miedo de que se enfermase.

-Yo puedo cuidar de tu amiguito, en mi bolsa tengo unas ropas secas que él podría usar, así no va a resfriarse.

-Entonces quédese un poquito con él, señor, hasta que entre en calor, yo se lo presto.Se llama Gucky y le gusta que lo tengan en los brazos.

Mi atención fue desviada por la irrupción de dos comisarias de la compañía de trenes, empujando carritos con bandejas llenas de tazas de té y saladitos, perdonen la incomodidad, repite mecánicamente una de ellas, la CMTC pide disculpas, el problema debe ser solucionado a la brevedad y tanto repitieron y se disculparon que en mi distraccción la nenita ya había regresado a la falda de su madre sin despedirse, antes de que yo pudiera agradecerle por el osito. Fuera de esa circunstancia inesperada, la vida de los demás pasajeros continuó somnolienta y sin mayores novedades. Apenas las chicas se removían inquietas, ahora por completo ajenas a su tablet. Por momentos dejaban escapar una caricia mal disimulada, sin esconder su pasión secreta del resto de los tripulantes. Los ronquidos de la mulata habían cesado para alivio general, lo que animó al gordo a arriesgar algunas cabeceadas contra la ventanilla, siempre interrumpidas por el brillo cada vez más espaciado de los relámpagos.
Entonces vos me vas a pedir un cigarro, no fumo, te respondí, pero tal vez el gordo, esperá un minuto. Me levanté y comencé a andar hacia la parte delantera del vagón. Una sensación de inquietud me asaltó al pasar por el asiento del señor de la gabardina. Me miró de reojo, con su cara pálida y huesuda, bajó el diario y me pidió que me aproximara. Parecía muy enfermo, y la blancura de la barba resplandecía en la tiniebla del coche. Me incliné casi con pena para poder escuchar el murmullo apagado de su voz:

¿Usted ya sabe lo que debe hacer esta noche?, me dijo, silabeando con dificultad.

No - respondí seco. -Tal vez no deba hacer nada hasta el amanecer.

-Esta noche...comenzó, haciendo una pausa para respirar...usted va a matar al guardián. Será la única forma de salvarla. Miró hacia Stephany que se agitaba queriendo mostrarme algo, haciendo gestos en dirección al puente de cuerdas que se desvía a la derecha y avanza en dirección al lugar donde me había encontrado Paco, cerca de la misteriosa capilla.

No la dejes sola, y procura ser más rápido que el guardián.

¿Y cómo voy a hacer para saber cuánto tiempo todavía tengo?

Tu guía deberá darte el alerta, prestando atención a la neblina. Cuando ella comience a dispersarse, la glorieta va a inundar el valle con su blancura. Ahí verán primero al arlequín, perfectamente destacado contra el fondo oscuro con sus ropas brillantes de payaso, en la mitad de la escalera que lleva al segundo piso, donde se encuentra la Reina. El arlequín es el mensajero. El Rey, de espaldas en el primer piso, mira las montañas y no podrá verlos. El guardián debe estar esperando en el piso de la Reina. Pero date prisa,la neblina comenzará a afinarse en una hora.

Algo no encajaba. Al girar la cabeza vi el asiento de Stephany vacío. Las personas iban y venían por el vagón con la mirada perdida y diciendo cosas sin sentido. Pasé entre el gordo y su mujer, que andaban a tientas por el pasillo buscando al nene. El pequeño diablo se había escabullido del asiento y no se sabía dónde estaba. Miré de reojo a las dos adolescentes que, ajenas a la confusión, ahora se besaban y se agarraban y se decían cosas obscenas dando rienda suelta a su pasión. Gané la puerta de un salto y me arrojé de cara en la noche, dejándome llenar por el aire húmedo. Ya no llovía. Paco fumaba  recostado a un árbol. Me miró como si yo hubiese desaparecido por un largo tiempo. Él no conseguía entender una palabra de mi historia, pero de alguna forma sabía que yo no estaba delirando, no, no volví a tomar mezcal, como te prometí, pero tenés que creerme, él va a matar a Stephany cuando la luz de la glorieta ilumine el valle, a menos que lleguemos a tiempo para impedirlo.

Entonces es eso, el cambio de la luz es la señal que él espera, dijo Paco. Es todo lo que necesitábamos saber, ahora no vamos a perder tiempo en discutir cómo descubriste eso, pero un día tendrás que darme una explicación coherente. Y sin mezcal.

A medida que comenzamos a bajar la pared opuesta en dirección al túnel, la barrera de niebla pesada, que algunos minutos antes sólo dejaba pasar la luz difusa que venía de adentro, ya comenzaba a disiparse, permitiendo ver cada vez con más detalles la estructura de la glorieta. La roca se abrió en una galería cuya boca debía tener unos seis metros de diámetro y que estaba toda iluminada por la claridad cada vez más intensa que venía del otro lado. Paco ordenó que parásemos. Empezó a escudriñar con mucho cuidado, buscando algo que en cualquier momento iría a aparecer. Algunos minutos pasaron, hasta que los pilares de la torre comenzaron a recortarse desde el corazón de la niebla. Paco extrajo dos pares de lentes muy oscuros de adentro de una de las bolsas, para protegernos de la luz cada vez más intensa. La base de la construcción ahora dejaba ver una especie de calabozo semienterrado de un lado y lo que parecía ser una cripta clausurada del otro, desde donde se levantaba el murmullo de algunas voces quejumbrosas. Pero la cobertura se abría en una pantalla de luz blanca que invadía las haciendas y los campos de cosecha hasta una distancia de varios kilómetros. Paco extrajo el rifle de la mochila y desmontó la mira telescópica. Ahora él tenía un poderoso binóculo dotado de un filtro especial que le permitía barrer el entorno completo del valle protegiéndolo de la incandescencia extraordinaria.
El brillo que venía de la glorieta era enceguecedor. Por eso no se podía explicar cómo, a apenas algunos metros atrás de la vía, donde la montaña comienza a elevarse en dirección a la sierra del mar, la luz paraba de repente, detenida por una cortina de una opacidad negroazulada, que dejaba ese lado oculto para quien estuviese en una posición próxima de la que nosotros ocupábamos ahora.
A pesar de los anteojos oscuros, a Paco le costó algunos segundos poder abrir los ojos. La neblina ya se evaporaba en sus últimos jirones y el azul oscuro del fondo de la barranca resaltaba todavía más la imponencia de la torre iluminada. Paco no pareció demasiado atraído por la visión espectral. El ojo infalible del visor telescópico comenzó a rastrear los soportes de la glorieta centímetro a centímetro. La resolución era tan perfecta que vió las gotas de rocío condensándose en diminutas bolitas verdes. Estrías de torrentes multicolores rodaban por la superficie del metal dando la impresión de que éste se contorcía. Las torres de transmisión eléctrica roncaban con un zumbido rasgado de contrabajos afinando. Una gaviota planeó entre los cables de alta tensión, posó en la rama más alta de un enorme roble y se quedó inmóvil de cara a la luz.



Después de algunos minutos la construcción apareció en toda su gloria. Desde el nivel inferior, ahora totalmente visible con el calabozo y la cripta, una escalinata de listones de madera conduce al primer piso. Éste es el dominio del Rey. Una varanda de protección rodea toda el área, menos donde entra la escalera, que consiste sólo en un espacio abierto sin puerta. La varanda es el soporte para una estructura de arcadas que, a su vez, sirve de base para el segundo piso, el de la Reina. La única diferencia de esta cámara es que las arcadas son rematadas por tres cúpulas, siendo la del lado izquierdo más alta que las otras dos. Cada cúpula, a su vez, es coronada por una cruz embutida en el centro. Una escalera móvil comunica los dos pisos.
Los personajes comenzaron a aparecer desde dentro del cuadro y entonces Paco vio primero al arlequín, el Rey de espaldas, la Reina solitaria y el guardián dirigiéndose al último piso, en una secuencia ya anticipada por el relato del señor de la gabardina. El anteojo persigue el encuentro del guardián y el arlequín en la escalera, casi consigue acompañar las palabras murmuradas al oído. El guadián pasa rápidamente por el primer piso sin mirar al Rey, que continúa de espaldas. Paco sabe que la señal fue dada, porque al llegar a la plataforma superior, el ojo fino de la mira telescópica descubre al gigante inspeccionando el valle con avidez.

Fijate cómo cambia de posición pero nunca retira la vista de algún punto allá abajo, atrás de la línea del tren. Necesitaríamos adentrarnos unos veinte o treinta metros hacia arriba, abriendo camino entre la vegetación, para poder descubrir el objeto del interés del vigía. 

Las reacciones del indio eran tan rápidas que yo tenía problemas para acompañarle el paso. Apenas tuve tiempo de cargar las mochilas y comenzamos la subida. Mi pie dolía, pero no tenía muchas oportunidades de ocuparme con él. Era tan urgente la necesidad de alcanzar el punto ideal de visión que salvamos los últimos metros corriendo, a riesgo de poder ser descubiertos. Llegamos a un claro desde donde teníamos una perspectiva más amplia. Paco me pidió que colocara las mochilas una encima de otra. Se acomodó hasta encontrar un apoyo confortable y recolocó la mira telescópica en su posición fija bien en el medio del caño. En ese momento descubrió que la caja con la reserva de municiones no estaba en ninguna de las bolsas. Seguramente la habíamos perdido durante nuestra subida. Yo tendría que volver atrás. La munición de reserva podría salvarnos la vida llegado el caso. Me dejé caer otra vez por la pendiente.
Paco enfocó exactamente en la cabeza del guardián y un sudor frío le corrió por la espina. En ese mismo momento el gigante giró a la derecha y quedó de frente a la lente, mostrando la cara redonda enmarcada entre dos orejas finas y puntudas. Los brazos eran gruesos y musculosos. El pecho desnudo con la piel muy negra le daba un aspecto diabólico, acentuado por una violenta expresión de odio y desprecio en los ojos.
Por un segundo el indio se quedó inmóvil, casi no respiraba. Se tranquilizó cuando el otro dedicó toda su atención a la pequeña ametralladora de repetición montada en un pequeño pedestal, al lado de una de las columnas frontales de la glorieta.
Después esperó que el tirador se concentrara en el blanco. Siguiendo la línea de visión del guardián, ese blanco se encontraba abajo, en algún lugar muy próximo al pequeño puente de cuerdas. A unos doscientos metros del charco donde mi amigo me había encontrado inconsciente, se pueden ven las puntas de las cúpulas de la capilla.

-Ahora puedo verlos, susurró Paco sin moverse. Un hombre y una mujer vienen bajando en dirección al puente. Parecen estar disparando de algo. Él corre trayendo a su compañera agarrada de la mano.¿Los ves? 

Yo escuchaba la voz de Paco como si me llegara de muy lejos pero no podía responderle. La comunicación estaba funcionando en un solo sentido. Y tampoco podía verlo desde donde estaba. En realidad, no era su voz que escuchaba. Era como si  impulsos telepáticos palpitasen dentro de mi cabeza -ahora van a desviar en dirección al puente, Paco susurra en el comunicador embutido en mis oídos,  más a la derecha, diez pasos adelante, hay un arbusto, ahí él va a dudar por una fracción de segundo, es todo lo que necesito. Paco ve las dos siluetas atravesando el puente a toda velocidad, mientras continúa marcándo la trilla invisible con sus palabras. Enterrándome por momentos en el fango, casi arrastrando a mi compañera, sentí llegar el aviso 

- Ahora, bien a tu derecha, los dos al piso, rápido!

De un sacudón traje a Stephany conmigo, la empujé de cara al barro justo atrás del arbusto localizado por el indio y me eché encima, inmovilizándola por la fuerza porque estaba aterrorizada y fuera de control. Gimiendo como un chacal, en trance y obcecado en salvar la vida de los dos fugitivos, Paco vió los cuerpos desapareciendo detrás del arbusto e inmediatamente dirigió el rifle de nuevo hacia lo alto de la glorieta, fijo en la cabeza del africano, una bola negra que brillaba bajo la luz intensamente blanca de los soportes de la torre. Estaba centrado en la mira, parecía haber localizado el punto exacto para el tiro. Pero el indio cometió en ese momento un error terrible. Sabiendo que ya no tenía más tiempo, se precipitó y no consiguió una puntería perfecta. El apresurado disparo rasgó la piel del brazo derecho del guardián soltando un olor a carne chamuscada. Él vió la sangre, sintió el ardor quemándolo y soltó un grito de dolor mientras caía tambaleando hacia atrás. Se apoyó precariamente en la varanda, y vino a quedar bien de frente para el visor. Ahora Paco tuvo todo el tiempo necesario para concentrarse. El segundo tiro alcanzó al negro en medio del pecho. El tercero le perforó el cráneo, y el gigante cayó de bruces provocando un golpe sordo en las finas maderas del piso.

Escuchamos el primer disparo hundidos en el barro, sin levantar la cabeza. Stephany tembló y yo la apreté contra mí pidiéndole que controlara la respiración. Nos levantamos tambaleando y así salimos, yo arrastrando mi pierna y abrazado a la chica, que se esforzaba por sostenerme de pie. Mal llegamos a dar tres o cuatro pasos de esa forma cuando resbalamos por un pequeño declive que nos hizo caer a un nivel inferior del terreno.Fue cuando escuchamos los otros dos disparos.

-No te asustes, le dije, esos tiros no eran para nosotros. Si hubieran sido, ahora estaríamos los dos muertos.

El tren estaba a unos pocos cientos de metros delante nuestro.Tendríamos que salvarlos caminando a oscuras encima de las piedras irregulares de la ribera del río. De repente la luz de la glorieta se apagó. Escuchamos gritos a lo lejos y el ladrido de perros de caza. Apretando a Stephany contra el pasto húmedo de rocío, le pedí que hiciera absoluto silencio.

La voz de Paco, ahora jadeante y de nuevo muy próxima, me traía de vuelta, dónde te habías metido, gringo? carajo, estás de nuevo delirando con el mescal, apurate, tenemos que atravesar la glorieta mientras esté oscura, porque después van a venir con los perros, tenemos que llegar antes al tren o estamos perdidos.

Nos escurrimos como alimañas pasando bajo las columnas de soporte, dejamos atrás las voces agónicas del calabozo y entramos de cara en la noche, ya corriendo en dirección al tren.

-Mejor que te espere afuera, dijo Paco, esas personas no van a entender qué es lo que yo estoy haciendo aquí, especialmente en estas circunstancias.

-Otra vez el maldito tren, pensé, ¿cuántas veces ya habré entrado y salido de él esta noche?

Dentro del tren, todo parecía continuar su curso habitual, al margen de los acontecimientos fantásticos que yo acababa de vivir del lado de afuera. Las tenues luces de emergencia se encendieron y el inspector entró, avisando que estaríamos en condiciones de partir dentro de algunos minutos. El señor de la gabardina, sentado ahora más cerca de Stephany que dormía profundamente, me miró con una expresión de satisfacción y calma y delineó una ligera sonrisa. El gordo, la mulata y el gurí continuaban viajando en sus mundos paralelos, sin prestar atención uno al otro. Las dos muchachas ponían nuevamente en orden sus ropas después de vivir las delicias de un sueño realizado. La nenita corrió ansiosa en mi dirección preguntándome por el osito.

-Estuvimos paseando en la lluvia, le dije, Gucky es un gran compañero.

-Entonces, si te gusta tanto te lo regalo, me dijo, abriendo una sonrisa.

Tomé el bichito en mis manos y, agradecido, lo acomodé cuidadosamente en mi mochila.

-Un día él también tendrá un amiguito suricate y vendremos a visitarte.

Ella dejó caer una lágrima de alegría, me abrazó y corrió de nuevo al encuentro de su madre.

Vos parecías no entender lo que estaba ocurriendo. Bostezaste para librarte de los últimos resquicios de la noche.

-¿Dónde estabas? Demoraste tanto para traerme ese cigarrillo que me quedé dormida y tuve un sueño extraño donde vos también aparecías.¿Querés que te cuente?

-Claro.

-Éramos niños,vivíamos en el mismo barrio y éramos compañeros de clase en la escuela. Un día llegaron unos hombres vestidos de azul en camiones, con unas sierras poderosas que hacían mucho barullo, para podar los árboles de nuestra calle, que quedó varios días totalmente cubierta con las ramas y los troncos, parecía una selva. Apenas salíamos de la escuela, nos metíamos fascinados en nuestra floresta particular y allí jugábamos hasta la noche. Lo extraño era que vos nunca me llamabas por mi nombre, decías alguna otra cosa que ahora no me acuerdo y yo me ponía furiosa.

Existía un vínculo indestructible que unía a Stephany con la Anita de mi infancia. Y él era más intenso cuando se manifestaba en momentos inolvidables de mi vida, como aquella misma tarde de invierno en que, junto con varios rapaces de la escuela, subíamos y bajábamos por las ramas y los troncos de nuestra selva privada, construída realmente por los hombres de azul con sus sierras poderosas. El señor de la gabardina se levantó y vino hacia nosotros. Ahora parecía radiante.

-Entonces ustedes consiguieron.¿El guardián está muerto? Parece que finalmente terminaremos este viaje en paz.

-Sí, fue Paco que...- me quedé mudo, sabiendo que ahora ya no tendría cómo continuar mintiéndole a mi compañera.

Stephany me miró con aquella cara de quien ya está irritado con tanta intriga.

-De una vez por todas, explicame.¿Quién es Paco?

-Está bien, voy a explicarte todo, creo que llegó la hora de presentarte a mi amigo. Esperá que voy a traerlo, él está esperando afuera.

Las puertas del tren estaban abiertas de par en par. Pasé ansioso y salté directo sobre las piedras de la banquina. La glorieta y su efecto encantador habían desaparecido. Puñados dispersos de estrellas se desparramaban en un cielo negro y sin nubes. Vi el árbol sin Paco. Mis piernas ya no aguantaban el peso del cuerpo. Me arrodillé y me sentí desvanecer. Lo último que percibí fue la luz delantera del tren encendiéndose.
El chirriar de las ruedas me despertó con un espasmo. Estaba solo en medio de la negrura total, con mi mochila de caminante donde sólo había algunos restos de comida, un par de lentes negros totalmente inútiles para la noche oscura y un osito de terciopelo marrón medio sucio de barro. Debía ser ya entrada la madrugada. Lo adiviné por la posición de las estrellas. No quedaba el menor resto de niebla. Empujé el último trago de mescal en mi boca ya casi insensible de tan amarga y me dejé caer de espaldas en el pasto mojado de rocío. La mole de metal empezó a abrir camino con su ojo blanco brillante mientras aceleraba perezosamente. Esa era la única luz que se veía a lo largo de toda la extensión del valle. Lo acompañé hasta perderse en la noche. Era simplemente un tren fuera de servicio yendo para la sierra, comandado por un solitario maquinista ya medio dormido, arrastrando sus ocho vagones vacíos.
A veces es la lluvia. A veces los pasos de algún gato montés o la letanía concentrada de las cigarras en el ardor de la media tarde. Fuera de eso, sólo los grillos y los cantos de los pájaros. Y atrás el silencio, siempre el silencio, acariciado por la brisa en las hojas de los nogales.




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