LAS COLOCACIONES
Las palabras crean relaciones de simpatía y
desafecto en el proceso de construcción de las lenguas. No es posible hablar
con naturalidad sin conocer estos vínculos, que nada tienen que ver con
principios de gramática o teorizaciones de cualquier tipo.
Los lingüistas observan cada vez com mayor
interés um aspecto durante largo tempo desestimado en el estudio de las formas
de comunicación: la relación dinâmica entre las entidades básicas que forman
cualquier idioma. Es que las palabras, al igual que partículas elementales en
un universo de miles y miles de otras palabras, no tienen un sentido fijo,
acaban siempre escapando a los moldes gramaticales dentro de los cuales
intentamos aprisionarlas y se combinan de las formas más imprevisibles.
Empezamos a entender que ellas tienen sus preferencias y sus propias reglas de
afinidad para elegir como compañeras a otras palabras y crear así expresiones y
giros que “suenan bien al oído porque se encajan de una forma natural.
Por ejemplo, decimos un apuesto
caballero pero no una apuesta dama, conservamos el buen humor, pero no lo
guardamos, la luna es menguante pero no decreciente, podemos dar un
consejo pero nunca otorgarlo.
Colocar viene del latín con y locare y significa,
por tanto, etimológicamente poner junto”. En el sentido que nos interesa, lo
que se junta son palabras. El término lingüístico se refiere a un fenómeno que
se puede constatar en cualquier lengua: de todos los agregados de palabras que
en principio son posibles para referirse a una realidad dada, en la práctica
únicamente se utilizan unas pocas o, incluso, una sola. Y esa preferencia viene condicionada por la repetición y el uso
tradicional en lugar de la lógica o la semántica.
En esa agitación constante que es el
habla diaria,donde expresiones son forjadas de la noche a la mañana y donde
giros menos aceptados van cayendo naturalmente en desuso, después de miles y
miles de años de ese continuo encontrarse unas con otras, las palabras
comienzan a crear encuentros y repulsiones. El hablar natural de las personas
va colocando juntas aquellas que resultan más fáciles al oído y las
privilegia en detrimento de otras asociaciones menos cautivantes. Eso parece
pura selección natural, atracción gravitacional.
Cuando la palabra ausente es casi obvia,
hablamos de colocaciones de primer grado
o fuertes. La atracción es tan intensa que cada vez que una palabra aparece,
automáticamente pensamos en la otra.
Si yo quiero hacer desistir a un amigo de
la posibilidad de prestarle mi coche, puedo enfatizar mi decisión diciéndole
si
crees que voy a prestarte mi auto estás
.. engañado
Cualquier nativo deduciría fácilmente que
la palabra que entra en el hueco es redondamente.
Y no porque no existan otros sinónimos que podrían perfectamente completar la
frase, sino porque esa es la palabra que cae más cómoda y natural al oído. El
uso de muchas generaciones hace que redondamente engañado funcione casi como
si fuera una palabra sola, tal es la fuerza de atracción que existe entre
ambas.
Pero a nadie se le ocurriría decir grandemente o largamente, por más que la información semántica trasmitida sea
aproximadamente la misma. Y el motivo es obvio: el pobre de mi amigo quedaría
muy perplejo si yo le negara mi coche de esa forma, simplemente porque él nunca
escuchó aquel grupo de palabras juntas.
Supongamos que un estudiante extranjero
almorzando en un bar de cualquier lugar de España, pide un vino rojo o un vino colorado.
Puede ser que el camarero le entienda, pero también se dará cuenta
inmediatamente de que algo no combina en el contexto. El problema consiste en
que de todas las expresiones posibles para referirse a esa bebida en español,
la única que de hecho se utiliza es vino
tinto, donde aparece un adjetivo
(tinto) que, según el diccionario, significa rojo, pero que resulta
totalmente infrecuente con ese sentido fuera de ese caso concreto. Invirtiendo,
yo no me atrevería a decir que tengo un pullover
tinto, sin correr el riesgo de sonar ridículo.
El español, además, se aparta en esta
denominación (tinto) de otras lenguas, que al vino de color rojo simplemente lo
llaman vino rojo; por ejemplo, el francés (vin rouge), el inglés (red wine) o
el checo (červené víno).
De la misma forma, un español no diría
que la película es redondamente fea o que mi forma de escribir es
absolutamente complicada, y véase que el sentido de extrañeza no viene de
cualquier principio sintáctico o gramatical, sino del hecho de que el oído no
reconoce esas asociaciones porque las personas no las utilizan en el día a día.
A veces la conexión no es tan
obvia,varias palabras podrían componer el pensamiento. Éstas asociaciones son
consideradas más débiles y así las llamamos de segundo, tercer grado, etc, de acuerdo a la mayor o menor
cantidad de palabras con capacidad para ser atraídas por la primera. Cometer un asalto podría ser perpetrar, llevar a cabo y algunas otras. Cualquiera de esos giros formaría
una asociación confortable y natural.
¿Y por
qué decimos dar un paseo? ¿No sería más
lógico hacerlo como los italianos (fare una passeggiata) o los franceses (faire une promenade)? Es que la aparición del sustantivo
paseo ya trae implícita la selección de sus colocativo dar excluyendo el
uso de otros verbos aparentemente más próximos como es el caso de hacer. También dar una vuelta, pero no dar
un recorrido o dar una excursión.
Esas aparcerías no suenan bien para el oído español.
Los
portugueses tiram fotos y los
españoles las sacan, contrariando
todo el edificio de la gramática, que insiste en reconocer esos verbos como
exactamente opuestos.
No se
deben confundir estas entidades con otros grupos de palabras también
imprevisibles: las expresiones idiomáticas.
Éstas ganan un sentido que viene del bloque entero sin que se puedan
identificar significados parciales que residan específicamente en cada uno de
sus componentes, como ocurre con las colocaciones. Meter la
pata es
una expresión idiomática, mientras que cometer un error es una colocación que
viene cargada con un contenido equivalente.
De hecho, una dificultad enorme en el
aprendizaje de una lengua extranjera consiste en el dominio de estas estructuras
extra-gramaticales. Muchos de los errores de los hablantes no nativos son
vinos colorados, es decir, frases y contextos que son técnicamente correctos,
pero que nadie usa.
Resumiendo, toda esta problemática realza
la importancia de considerar las lenguas en contexto a partir del comienzo del
aprendizaje. Erran (como casi siempre sucede) las metodologías tradicionales al
afirmar que este es un tema para estudiar en escalones más avanzados. Tenemos
que conocer las combinaciones válidas de las palabras ya en un nivel básico,
para poder comenzar a hablar un idioma correctamente.
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