CURSOS A DISTANCIA, UNA NUEVA SOLUCIÓN PARA UN NUEVO MUNDO.

El crecimiento exponencial de la población mundial está haciendo cada vez más complicada la movilidad en las grandes metrópolis. De ahí la necesidad urgente de apelar a la tecnología para proveernos de alguna herramienta capaz de optimizar nuestro tiempo y reducir un poco nuestras neurosis como seres civilizados.

             


Todavía me acuerdo de mis tiempos de adolescente, cuando comenzaba a pronunciar mis primeras palabras en inglés con la única ayuda de un pequeño diccionario y las anotaciones que registraba de la sala de aula. Muy poco más era posible hacer en aquella época para aumentar mi caudal de información. Nada de audio, films, videos y demás. Era un universo limitado y funcionaba bien en aquel momento, nadie exigía mucho más y con un inglés más que básico era suficiente para arreglarse en una buena parte de las empresas del mercado de trabajo.
Ya adulto y con una cierta experiencia en el campo docente, las cosas no habían cambiado demasiado. Viajando en ómnibus llenos cargando mi mochila pesada con libros, CDs (y sus obligatorios CD players, claro), cuadernos, papel por todos lados, carpetas, marcadores de varios colores. Conclusión: en un lapso de tiempo de unos treinta y pocos años todo continuaba más o menos igual. Era el mismo mundo viejo con algunas novedades producto de una tecnología primitiva que en aquel momento nos parecían grandes adelantos. Era alrededor de comienzos de siglo (véase que ahora estoy hablando de apenas quince años atrás). De repente, viendo el móvil en mi mano atiborrado de información de todo tipo y yendo para clase sin mochila ni maleta, un día me asaltó la pregunta: ¿cómo es que vinimos a parar a este punto de una forma tan precipitadamente acelerada?
Fue entonces que embarqué en una pesquisa que ganó contornos de un viaje alucinante, para acabar de convencerme del tamaño de una cosa que nos asusta a todos por causa de las proporciones que viene tomando: el crecimiento en progresión geométrica de la velocidad con que la información es trasmitida.

Cada vez más rápido.

Así mi pesquisa me explicó que descubrimos el fuego hace unos 800.000 años, y que pasamos la casi totalidad de ese tiempo sin saber lo que era una máquina, un vehículo con propulsión propia para poder movernos, una radio para escuchar las noticias o un simple pararrayos para protegernos de las tormentas eléctricas. Después de otrs casi 2000 años de la Era Cristiana, a fines del siglo XIX, Nicola Tesla llevó a cabo la primera demostración pública de una transmisión utilizando ondas de radio. Corría el año 1894. La BBC fue al aire por primera vez en 1927.

                                          
                                                                                                  Próxima parada: planeta Tierra.


De ahí en adelante las cosas se precipitaron. Menos de veinte años más tarde comenzamos a desvendar los secretos de la energía nuclear, con los primeros resultados catastróficos que todos conocemos. Otros doce años (1957) y el primer Sputnik está circundando la tierra abriendo la era espacial. En 1969 ponemos el pie en la luna. En 1981 la IBM presenta el primer computador personal y entramos en la era de la informática. Mi viejo walkman (aquel de la mochila) y mis CDs y DVD players, que irrumpieron alrededor del cambio de siglo, hoy son piezas de museo. Con la digitalización, los mp3 y mp4 barrieron las obsoletas tecnologías del mercado. Ellas no tuvieron una suerte mejor que nuestros queridos discos de vinil, vitrolas y gramófonos. La imprenta, desde mediados del siglo XV, dio un impulso masivo a la difusión del conocimiento. Sólo que después de 500 años de remolcar nuestra cultura con el motor propulsor del libro, hoy ese mecanismo está presentando síntomas de envejecimiento. Todo indica que un día no muy lejano acabaremos por hacer piras sagradas de nuestras bibliotecas, las nuevas Alejandrías, para crear espacio para cosas más necesarias.

                                                                                           La imprenta en los tiempos de Gutenberg


La vida complicada de las metrópolis.

Los ejemplos citados al comienzo con respecto a mi propia experiencia nos muestran que estamos asistiendo a la fase final de un mundo que se está evaporando, para bien o para mal, nos guste o no. Ese hecho está desequilibrando los esquemas de trabajo dentro de las grandes empresas y comenzando a limitar de una manera opresiva la individualidad de las personas, esclavizadas por los horarios y hasta fuera de horario. A medida que las condiciones laborales dentro de las compañías se vuelven más y más exigentes, más se estrechan las posibilidades de los funcionarios para desempeñar otras tareas fuera de expediente. El  tiempo libre es cada vez menor, muchas veces no hay salas disponibles o el jefe decide convocar una reunión a mediodía complicando hasta el almuerzo; si la persona es muy dedicada utilizará hasta esos pocos minutos para hacer una aula pagando el pesado precio de quedar sin comer. Aulas al final del día son más complicadas todavía. A esa hora las fuerzas flaquean y es muy difícil mantener la concentración para entrar en una sala de clase. Salir de la empresa para dirigirse a una escuela entonces, ni piense. Si usted tiene mucha suerte de conseguir escapar de la hora pico de embotellamiento del tránsito, tal vez pueda llegar a su meta allá por las ocho de la noche (si el jefe no decidió hacer otra reunión para terminar el día). Una hora de aula y siempre contando con todas las condiciones a favor (es bueno que tampoco esté lloviendo, ya sabemos) usted llegará a su casa alrededor de las diez, sólo pensando en ir a dormir porque mañana el despertador va a tocar muy temprano.

                                   
                                                                                       Explosión demográfica=tránsito embotellado


Megalópolis superpobladas

Del mismo modo que somos más exigidos a adquirir mayor cantidad de información en menos tiempo, el crecimiento demográfico está ayudando a recortar la variedad de opciones de nuestro día a día. Y este factor también viene creciendo en progresión geométrica. La población del planeta ha crecido más en los últimos 25 años de lo que lo había hecho en todo el transcurso de la historia hasta aquí.¿Geométrica dije? Creo que hasta habría que inventar otro término. Veamos: entre 1900 y 1950 la población mundial aumentó 53%. Ya en la segunda mitad del siglo pasado el crecimiento saltó para más de 140%. Eso nos ha llevado de los 2.5 billones que éramos en 1950 a los 6 billones en 2000. Apenas entrado el nuevo siglo y ya somos 7.5 billones. Si esa aceleración se mantiene en 2050 habrá 10 billones de humanos en el planeta. O sea, así como el tiempo para adquirir la información necesaria se ha comprimido, nuestro espacio vital se está volviendo cada vez menor. Esto es mucho más preocupante en las grandes metrópolis, que no han parado de hinchar a partir de la Revolución Industrial en el siglo XVIII, con la disparada masiva del campo para las ciudades en busca de mejores posibilidades de trabajo.

                              

                                                   Escena de “Tiempos modernos” de Charles Chaplin. Una ácida ironía sobre la modernidad.


Veamos algunos números alarmantes: Tokyo, 37m. Shangai, Delhi, Jakarta, entre 25 y 30m. Otros gigantes un poco más discretos como San Pablo y Ciudad de Méjico ya han pasado de los 20m. Agregue a eso la multiplicación absurda del número de vehículos. Realmente, está cada vez más difícil moverse en nuestras ciudades.

 Admirable mundo nuevo

Como ocurre siempre que una gran transformación acontece, ella viene junto con nuevos desafíos y nuevas soluciones. Al mismo tiempo que la informática está exigiendo una respuesta cada vez más rápida y afinada de nuestro cerebro, nos está ofreciendo herramientas para poder lidiar con ese vasto caudal de conocimiento  de una forma que nunca antes habíamos conocido. Ahora somos capaces de acompañar eventos en tiempo real en cualquier parte del planeta, la información circula cada vez más rápido, podemos comunicarnos con un amigo en el otro lado del mundo antes de hacerle una visita a mi vecino que vive a la vuelta de mi casa. Los parámetros de funcionamiento del mercado están siendo también alterados radicalmente. El marketing de contenidos nos trajo, entre otras maravillas, la posibilidad de segmentación de nuestras preferencias.¿Qué significa esto? Significa que cuando llegan las diez de la noche ya no soy más obligado a sentarme en el sofá para ver la novela del canal oficial, o, peor todavía, sufrir la hora de propaganda política, porque ahora tengo opciones a manos llenas para ocupar mi tiempo con actividades mucho más inteligentes y creativas, y no tengo que pagar nada por eso. Significa que puedo matricularme en un curso y personalizarlo de acuerdo a mi gusto. Puedo elegir el profesor que más me atrae por causa de su perfil, puedo combinar con él los horarios más adecuados para mi tipo de agenda, todo lo que es imposible si soy obligado a dirigirme a una escuela donde voy a compartir mi trabajo con otras personas y profesores que tal vez no tengan nada que ver conmigo. Como bonus adicionales voy a recibir un curso sin matrículas, sin reajuste automático semestral, sin pagar material de aula (en mi caso, mis alumnos reciben todo lo que van a usar via digital, sin cargo) y aparte la certeza de que la clase no se perderá por falta de sala ni por el capricho del jefe que quiere marcar una reunión a una hora impropia ni por el tránsito estancado que me hará llegar tarde una vez más. Todo eso sin hablar del recurso de la videoconferencia, que nos permite crear una sala de aula puramente virtual sin salir de nuestra casa.
Hoy en día cada vez más centros educacionales en todo el mundo están adhiriendo a la nueva idea. Las facultades ofrecen cursos que tienen el mismo valor que los presenciales y que pueden ser completados más rápido, dependiendo de las posibilidades del alumno, ya que no existe más la necesidad de adaptarse a un horario en forma colectiva.

La fuerza de la tradición


                                                                                  Una sala de aula tradicional. Especie en extinción.


Pero las cosas no son tan simples así. En mis aulas he percibido desde mis primeros trabajos vía Skype hace ya varios años, que las personas todavía se resisten a la idea de trabajar con un profesor que no está sentado a la mesa, físicamente presente. Eso era de esperar. Ninguna innovación, especialmente si es muy diferente de la normalidad a que nos habituamos desde siempre, es recibida de brazos abiertos y aceptada sin una cierta resistencia. El peso de la tradición influye siempre en estos procesos de cambio, es la defensa natural del pasado que se resiste a desaparecer. Nunca hubo grandes transformaciones sin un período más o menos extenso de lucha entre el mundo nuevo y el antiguo que insiste en permanecer. Y reconozco que realmente la falta de contacto directo puede crear una situación de impersonalidad, de falta de calor humano entre alumno y profesor.
Yo creo que, como siempre, todo depende de nuestra creatividad y de la elasticidad con que somos capaces de enfrentar los nuevos desafíos. Por mi parte, conciente de esta dificultad insalvable, me las arreglo utilizando un sistema híbrido siempre que puedo, intercalando de vez en cuando aulas presenciales para que el cambio parezca un poco menos abrupto. Quién sabe en un futuro que hoy no podemos ni imaginar seremos capaces de realizar aulas con hologramas, o, pensando más audazmente todavía, en la posibilidad de usar otras tecnologías más audaces que incluyan ese factor tan importante de la convivencia humana, el contacto, que ha sido, después de todo, el que ha hecho de nosotros la especie pujante y desbravadora de todos los límites que es nuestra marca registrada.
 



Comentarios

Entradas más populares de este blog

CONTACTO

PERDIENDO VISIBILIDAD

EL RAGUETÓN