El tren dejó atrás la persistente llovizna de San Pablo y apuntó su nariz en dirección al valle. Allá abajo me esperaba la pintoresca Río Grande, el primer escalón en la subida hacia la Sierra del mar. Paco ya estaría rondando por el andén, sin abrir mano de su fanática puntualidad. El plan era dormir em su casa en lo alto del monte y salir con las primeras luces del amanecer en una caminada que yo venía planeando hacía ya algún tiempo. Queríamos llegar hasta las cataratas más altas de este trecho, que aquí son conocidas como Cachoeiras da Fumaça. Ya en campo abierto, los relámpagos repiqueteaban e iluminaban por algunos segundos imágenes diferentes del interior del vagón y su inestable fauna. Yo me divertía jugando a adivinar dónde se abriría el próximo slide. Con suerte podría ser la bonita rubia a mi lado, que usaba su larga cola de caballo a manera de bufanda. O tal vez dos o tres filas más adelante, donde un señor de edad de cuidada barba blanca, gabardina y bufanda oscuras, leía ...